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Discos
recomendados
“Peter Grimes”. B. Haitink / A. Rolfe Johnson,
F. Lott, T. Allen, S. Walker, S. Keenlyside. EMI CLASSICS 0777 7
54832 2 DDD, 1993.
Britten
forma parte del alma del Reino Unido y además es el compositor
que más éxito ha tenido en la historia de la ópera
inglesa. “Peter Grimes” data de 1945 y es una de las
mayores sorpresas de la historia del teatro lírico tanto
por su aporte musical que combina tradición y modernidad
como porque define una forma interior de teatro cantado, poco asociada
con la extroversión tan natural del género.
El libreto es de Montague Slater y está basado —la
versión es suave, hay que decirlo— en el poema “El
Municipio” de George Crabbe, y su héroe es el primero
de los seres marginados a los que Britten dio vida. Además,
el retrato de los demás personajes atiende especialmente
a los rincones ocultos de su alma y la partitura completa está
impregnada por el mar de las costas de Inglaterra, por la lluvia,
la niebla e incluso la tormenta.
El argumento muestra a un pescador, Peter Grimes, que ni siquiera
sabe qué ocurre por su mente y por su cuerpo, y a Ellen Orford,
la mujer que llega a comprender la tragedia del primero. Los demás
comentan los acontecimientos que ocurren en torno suyo sin comprometerse
nunca, dando versiones disparatadas, alegando por cosas que no entienden
y convirtiéndose en jueces implacables de la tragedia ajena,
sin fijarse en sus propias miserias.
Ellen Orford tiene su gran momento en el aria “Let her among
you without fault”, un número de estremecedor lirismo,
mientras que Grimes encuentra su columna vertebral en la obsesión
de “Now the Great Bear and Pleiades”. Para recordar,
el gran dúo entre Ellen y Grimes, el conmovedor Preludio
de la Luz Lunar y los Interludios Marinos, cuadros donde el océano
surge con terrible belleza.
Como el desgraciado pescador Grimes canta el tenor Anthony Rolfe-Johnson,
una figura indiscutida en este rol, quien sigue la traza de Peter
Pears, para el que fue escrito el papel. Lo acompaña Felicity
Lott, que ha hecho tanto por el Lied y por Richard Strauss, y que
aquí está en unas aguas que reconoce de inmediato:
las del llanto interior y reprimido, las de la tormenta que corta
en dos los nervios. Grandes contribuciones del barítono Thomas
Allen como el Capitán Balstrode, de la mezzo Sarah Walker
como Mrs. Sedley y de Patricia Payne como Auntie. Imprescindible.
“Peter
Grimes”. Colin Davis / J. Vickers, H. Harper, J. Summers,
E. Bainbridge, J. Dobson, T. Allen, R. Van Allan. Philips, 1979.
Esta
es una de las obras maestras de Britten y una sobresaliente ópera
contemporánea, que ha tenido la suerte de disponer de al
menos dos grabaciones comerciales de gran categoría. A la
versión dirigida por el autor, con Peter Pears de protagonista,
con razón muy bien catalogada por la crítica, siguió
años después esta otra que difiere fundamentalmente
tanto en la concepción del personaje central (y en el tipo
de voces de ambos tenores, diametralmente opuestas) como en la dirección
orquestal. La interpretación de Vickers, por entonces en
excelente estado vocal, es una de las más grandes de que
tengamos memoria, y el tenor dramático canadiense brinda
una serie de matices en la naturaleza violenta y atormentada del
pescador, sin perder de vista el lado visionario de este gran protagonista
operístico; y en la escena del pub se encarga de emocionar
con su radiantemente lírica entrega de “Great Bear
and Pleiades”. Todo el resto del reparto, incluyendo algunos
entonces muy jóvenes que luego serían figuras internacionales,
como Thomas Allen, es de absoluta primera categoría. La dirección
de Davis es más nerviosa y “neurótica”
que la más “romántica” de Britten.
“A
Ceremony of Carols”, “Rejoice in the Lamb” y “A
Boy was Born”. Stephen Cleobury / King’s College Choir,
R. Masters (arpa) y P. Barley (órgano). ARGO 433 215-2, 1991.
Si
bien la música coral de Benjamin Britten ofrece ejemplos
tan arrebatadores como el Requiem de Guerra y obras tan delicadas
como “Cantata Misericordium” y “San Nicolás”,
siempre resultan más características de su trabajo
las páginas escritas para una sola voz. Es ahí donde
el compositor inglés se encuentra con la línea musical
fluida que busca y donde puede manejar a su antojo la expresividad
del recitativo.
Sin embargo, también hay que decir que la música de
Britten es siempre provocativa y evocadora, que es difícil
sustraerse a ella y que en la irregularidad rítmica y tímbrica,
en las búsquedas expresivas sintéticas y en su aparente
candor, Britten es un maestro.
Confluyen en el registro “A Ceremony of Carols”, “Rejoice
in the Lamb” y “A Boy was Born”, todas interpretadas
por el King’s College Choir, bajo la dirección de Stephen
Cleobury, con Rachel Masters en arpa y Peter Barley en órgano.
Las primeras son dos breves obras maestras, compuestas a comienzos
de los años cuarenta, y la tercera, un trabajo temprano,
de énfasis más virtuoso. Todas son páginas
que ilustran diversos motivos de Navidad y están llenas de
ese encanto evocador de la música de Britten, que supo combinar
el pensamiento del siglo XX con elementos sustraídos de la
tradición. Al auditor de primera vez seguramente llamará
más la atención “A Ceremony of Carols”,
estrenada en diciembre de 1942, y que combina coro con voces solistas
y arpa. La interpretación que aquí se ofrece es intencionadamente
desencarnada, y quizás ese haya sido el interés del
compositor al escribirla para coro de muchachos y no de mujeres
(es frecuente que se ejecute así). Porque la atmósfera
que provocan las voces de los niños es más de ángeles
y ánimas que de seres de carne y hueso, afinación
imprecisa incluida. Los textos de la obra provienen de varias fuentes;
algunos son anónimos, pero también los hay del siglo
XVI y otros del poeta y compositor William Cornish.
“Gloriana”. Charles Mackerras / J. Barstow,
Ph. Langridge, I. Kenny. Argo (Decca, 1993) 440 213-2.
Sir
Benjamin Britten siempre fue elegante en la exposición de
los difíciles temas que escogió para sus óperas.
En “Gloriana” lo es nuevamente al tratar la historia
de Isabel I de Inglaterra, enamorada de Roberto Devereux, Conde
de Essex, un hombre menor que así la quería un poco
como también la usaba.
El tema ha sido como una droga para muchos dramaturgos y compositores
(el propio Donizetti escribió sobre él su ópera
“Roberto Devereux”); en este caso, el libreto —bien
condensado, tenso— pertenece a William Plomer y se basa en
“Isabel y Essex”, biografía novelada de Lytton
Strachey.
La grabación del sello Argo-Decca sirve para dos cosas. Primero,
completar la discografía de la producción lírica
de Britten: 16 títulos entre los que se encuentran obras
imprescindibles como “Peter Grimes”, “Billy Budd”
y “Muerte en Venecia”. Y segundo, incentiva a los amantes
del género a dar unos pasos hacia mediados del siglo XX.
Ya que es irrefutable el hecho de que no se ha generado una amplia
conciencia operística moderna, esta ópera es una buena
oportunidad para sacudirse la naftalina.
El compositor estrenó “Gloriana” en Covent Garden
en 1953, como parte de los festejos de la coronación de Isabel
II. Un momento para el que pudo parecer de mal gusto tratar el ácido
tema de la declinación de la monarquía. Sin embargo,
Britten estaba por encima de eso.
Lo primero que importa es que el compositor no desconoce la filiación
teatral de la música compuesta para la escena. Además,
consigue una rica síntesis de elementos personales (uso de
la percusión y variedad tímbrica) con otros de la
tradición. Hay pequeñas referencias a canciones inglesas
del Renacimiento, como también saludos a Wagner, Richard
Strauss y Ravel, pero sobre todo se descubre una especie de homenaje
al Verdi más seco y solemne de “Don Carlo”.
A cargo de la Orquesta de la Welsh National Opera, Sir Charles Mackerras
atiende la filiación dramática de esta música
y destaca su tono de epopeya. En su trabajo es fundamental la participación
de Josephine Barstow. Dueña de un soprano filoso de timbre
más bien agrio, la artista dibuja una crepuscular Reina Virgen
amante de su pueblo, pero también desesperada por la conciencia
de que se le acaba el tiempo para amar y para gobernar. Con esa
sugestiva forma de usar la voz y manejar el tempo dramático,
la sentimental escena final se convierte en la tragedia del irremediable
paso del tiempo.
El Essex del tenor Philip Langridge —bien en el cantabile,
aunque de emisión algo abierta— no se ve opacado por
el talento inmenso de Barstow. Siempre diciendo el canto de manera
efectiva, el tenor consigue su mejor momento en la escena en que
irrumpe en las habitaciones de Isabel estando ella sin peluca.
Los acompaña, Yvonne Kenny, como su hermana Penélope,
un prodigio de control cuando Isabel firma la sentencia contra Devereux,
y Della Jones, como Frances, Condesa de Essex. Un disco para escuchar
con atención. (Grabado en octubre de 1992, salió al
mercado en 1993.
“La vuelta de la tuerca” (“The turn of
the screw”). Collin Davis / H. Donath, H. Harper, R. Tear,
A. June, L. Watson, Ph. Langridge. Philips, 1981.
Es
la segunda versión comercial de la que, a nuestro juicio,
es una de las tres mejores óperas del insigne compositor
inglés lo que ya es bastante decir, y debe competir con la
primera, dirigida por el propio Britten, con un reparto casi impecable,
encabezado por Peter Pears. Está basada, naturalmente, en
la novela corta de Henry James, uno de los relatos más apasionantes
en el campo de la literatura contemporánea, que se ha beneficiado,
además, con su transcripción al campo musical y, finalmente,
con su adaptación al video, gracias a la película
que con este propósito dirigió, inolvidablemente,
Petr Weigl, con actores profesionales y con las voces que se escuchan
en esta grabación (y no menos de dos películas se
han basado sobre esta apasionante historia sobre la presencia real
del Demonio, una de ellas inolvidablemente interpretada por Deborah
Kerr).
Los que hayan leído a James y los que hayan oído la
anterior versión de esta obra en un Prólogo (interpretado
por el excelente Philip Langridge) y dos actos no podrán
prescindir salvo que prefieran aquélla, que disputa palmo
a palmo con ésta, más reciente, de una de las mejores
contribuciones de la ópera contemporánea al repertorio.
Davis es un gran intérprete de Britten, como lo ha demostrado
anteriormente, y los solistas son todos de primera categoría,
en especial Robert Tear, un artista notable que entrega todas las
dimensiones de un personaje tan inquietante como lo es el Quint
de la novela de James.
“The Folk Songs” S. Bedford / F. Lott, P. Langridge,
T. Allen, C. Bonell, O. Ellis, G. Johnson Collins. Classics, 1995.
Obra
hecha para degustar la lengua inglesa, está basada en complejas
técnicas de composición, es inclasificable como estilo
—salvo que se hable del “estilo de Britten”—
y, a pesar de su dificultad, conquista al gran público porque
no es difícil de asimilar, lo que causa profunda envidia
en los partisanos del hermetismo.
Una buena manera de acercarse a Britten es este excelente disco
triple que agrupa setenta y ocho canciones folclóricas (tres
horas y 20 minutos de música) arregladas por el compositor,
muchas de ellas nunca publicadas con anterioridad.
Son piezas que hablan de la personalidad detallista del compositor
y de su respeto amoroso por el idioma y por el espíritu de
las gentes simples de Gran Bretaña, animado por el clima
de la costa, las islas o las Tierras Altas. La alegría de
la participación comunitaria en el trabajo y la fiesta, la
evocación de leyendas, el imperio del alcohol y la nostalgia
son fibras de un tejido popular enjundioso e inteligente.
Los nexos son indudables, pues el auditor iniciado se conectará
con ese “Orfeo Británico” que fue Purcell y de
quien Britten se sentía heredero, y con las hermosas canciones
del período isabelino, perfectas en su forma tan exacta.
Bach: “Pasión según San Juan”
(en inglés). Dirección: Benjamin Britten. Con P.Pears,
H. Harper y J. Shirley-Quirk. DECCA LONDON, Polygram 443 859-2 A
DD. 1972, 1995.
Benjamin
Britten aquí hace las veces de director y se consume en la
expresión de una de las obras más grandes de la literatura
musical barroca. De las supuestamente cinco pasiones compuestas
por Bach (1685-1750), sólo dos han llegado hasta nuestros
días. Una es la según Mateo, considerada cumbre en
la música religiosa de todos los tiempos, y ésta,
la de San Juan, que, al igual que la anterior, se enmarca en el
género pasión-oratorio.
Anterior
a la basada en textos de Mateo, la primera versión de la
“Pasión según San Juan” (BWV 245) data
de 1724. Más tarde (en 1725 y 1730), Bach hizo sobre ella
importantes cambios, pero finalmente, en sus últimos años
de vida, volvió en parte a la primera partitura.
En esta “The Passion according to St. John”, Benjamin
Britten pone atención en las diferencias de esta obra con
la de Mateo y, por lo tanto, enfatiza el carácter más
abstracto que sin duda tiene. Su primera presentación se
efectuó en abril de 1971, pero se trató de un concierto
con mucha relación a uno anterior, de 1954. En ese año,
Imogen Holst la condujo en el Festival de Aldeburgh; Peter Pears,
pareja de Britten y tenor de gran sensibilidad, tuvo a su cargo
la parte del Evangelista, y Britten tocó el clavicordio.
La realización de la parte del bajo continuo, preparada por
Britten y Holst en 1954, fue adaptada en el curso de los años,
durante las presentaciones que hicieron Britten como conductor y
Philip Ledger como clavecinista. Y la traducción que siempre
presenta el problema del sonido que cambia al ser variada la lengua
pertenece a Peter Pears e Imogen Holst, quienes trataron de no apartarse
nunca de la esencia musical y del carácter de la obra, produciendo
resultados de impacto en las audiencias de habla inglesa.
Britten conduce a la English Chamber Orchestra y al Wandsworth School
Boys’ Choir, y tiene junto a él a un grupo de instrumentistas
y solistas de gran nivel. Destacan Philip Ledger (clavicordio) y
Timothy Farrell (órgano), y entre los cantantes, todos: Peter
Pears hace un Evangelista de suave autoridad; Jesús es Gwynne
Howell; Pilatos, John Shirley-Quirk; y Pedro, Russell Burgess. Las
arias de soprano están en cuerdas de Heather Harper, exacta
para el repertorio barroco e intérprete interior; Alfreda
Hodgson tomó las partes para alto; Robert Tear tiene a su
cargo las arias para tenor, y nuevamente Shirley-Quirk, las para
bajo. Un disco de colección tanto por la obra como por los
intérpretes.
“El Rescate de Penélope” y “Fedra”.
K. Nagano / J. Baker, A. Hagley, J. M. Ainsley, L. Hunt, ERATO 0630-12713-2,
1996.
Que
en un disco se fusionen la música de Benjamin Britten, la
voz de la contralto Janet Baker y la dirección de Kent Nagano
es un privilegio que no se puede dejar pasar y, a la vez, una prueba
para todo melómano interesado de veras en los recorridos
del mundo sonoro. Más todavía si las obras en cuestión
son nada menos que “El rescate de Penélope” (primer
registro comercial) y “Fedra”, ambas de muy escasa difusión.
Surgida como una pieza para la radiofonía, “El rescate
de Penélope” tuvo sus primeros días en 1943,
cuando se encomendó al compositor hacer una obra para la
BBC basada en “La Odisea”. Como el tema del poema homérico
era absolutamente inabarcable, se tomó sólo una parte
y se desarrolló. Y si bien el personaje de Penélope
no tiene letra (nadie canta el papel de Penélope), la pieza
la convierte en la primera de las heroínas clásicas
diseñadas por Britten, quien la muestra a través de
los comentarios que de ella hacen Atenea, Artemisa, Hermes y Apolo.
Dura proposición para una cantante actriz, el “rol”
fundamental es el del Narrador (Atenea), quien debe mantener el
tempo dramático durante los 36 minutos que dura la obra,
y que ha de combinar la ductilidad vocal con un tono épico
urgente. En lo instrumental, Britten opta por asociar temas o instrumentos
con personajes específicos. Por ejemplo, la trompeta de Atenea
está ahí desde que la diosa se presenta; Hermes está
caracterizado por el corno; la llegada de Ulises por el arpa, y
el tema indicador de lo que es Penélope por un saxófono
alto.
Obra interesante y fuera de la norma, atrapa con su uso teatral
de las palabras y la adecuación de la música para
configurar el trasfondo atmosférico olímpico necesario.
Y toda la libertad que es posible imaginar en Britten aquí
convive con guiños a la tradición de Gluck y Cherubini
(los cantos de los dioses remiten sólo por referencia a ciertos
ambiente grupales de la “Ifigenia en Táuride”
del primero y de la “Medea” del segundo).
El Narrador es nada menos que Janet Baker, quien pone todo su oficio
al servicio de un texto vital como pocos. Además, la contralto
trabajó de cerca con Britten y algunas de sus obras fueron
hechas pensando en ella, de modo que la cercanía a las fuentes
está garantizada.
El
cuarteto de cantantes que la acompaña es de primer nivel.
Destacan el trimbre cristalino de la soprano Alison Hagley (Atenea
las veces que canta) y el Hermes del tenor John Mark Ainsley.
El innovador y controvertido Kent Nagano pone toda su pericia contemporánea
y conduce a los sólidos instrumentistas de la Hallé
Orchestra.
El CD también incluye “Fedra”, última
composición importante de Britten para voz solista. Data
de 1975 (murió en 1976) y es un homenaje a Janet Baker, quien
tanto hizo por la English Opera Group y el Festival de Aldeburgh.
Sobre el modelo de las grandes cantatas italianas de Haendel, Britten
configura un cuadro de gran fuerza dramática sobre la triste
historia de Fedra, la reina que se enamora de Hipólito, hijo
de su esposo Teseo. Como Peter Grimes, Billy Budd o el protagonista
de “Muerte en Venecia”, esta Fedra es otra marginal
diseñada por Britten que grita al mundo su tragedia.
En este caso, la cantante no es Janet Baker sino la intensa soprano
Lorraine Hunt, dueña de un lírico dramático
que sabe aprovechar en toda su gama de posibilidades.
La orquesta nuevamente es la Hallé, que luce sus cuerdas
y también los instrumentos que completan el marco sonoro:
percusión, un violoncello y un clavecín (¡vaya
mezcla para una obra de pleno siglo XX!).
Una verdadera ópera de quince minutos es esta “Fedra”,
notable por su convicción dramática y musical. El
texto está tomado de la traducción al inglés
de la “Fedra” de Racine hecha por Robert Lowell.
“Sueño de una noche de verano”. Collin
Davis / S. McNair, B. Asawa, C. Ferguson, R. Lloyd, J. M. Ainsley,
P. Whelan, R. Philogene, J. Watson (Helena). PHILIPS 454 122-2 DDD,
1996.
Britten
quiso recuperar la lengua inglesa para el canto, un asunto que,
según él, se había perdido con Purcell. Por
ello, puso atención en las palabras y trabajó de cerca
con sus libretistas, adoptando para sus historias obras de autores
como Thomas Mann, Henry James, Guy de Maupassant y William Shakespeare,
como es el caso que nos ocupa ahora.
Su “Sueño de una noche de verano” (1960) es la
mejor llegada al teatro lírico de la comedia del poeta del
Avon.
Fue el propio Britten, junto a su amigo Peter Pears, quienes se
preocuparon del libreto. En lo musical, el compositor quiso diferenciar
los tres tipos de personajes que se encuentran en la obra: las hadas,
los enamorados (los humanos) y los rústicos, y desde el comienzo
tuvo en su idea que el tono general de la obra debía ser
el de la magia y la fantasía. De tal manera, la contraposición
entre los personajes tuvo una traducción inmediata en la
escena. Tytania, la Reina de las Hadas, por ejemplo, es una soprano
de coloratura que destaca su procedencia haciendo arriesgadas proezas
vocales (en esta grabación, la soprano Sylvia McNair, quien
entrega su parte de manera impecable y otorga al personaje una exquisita
ironía). Para Oberón, la voz escogida fue la de contratenor,
enfatizando así el músico, otra vez, la procedencia
fantástica del personaje (gran actuación de Brian
Asawa en una parte de enorme dificultad en términos músicales
e interpretivos, que no poca veces recuerda a los músicos
isabelinos). Y como no se pudo situar a Puck en ninguno de los tres
grupos señalados, Britten hizo que él no cantara sino
sólo declamara, acompañado de una trompeta y una caja
rítmica (Carl Ferguson en traje de sutil comedia).
La evocación de la noche sume a Britten en uno de los pasajes
más sugestivos posibles de encontrar en la música
de este siglo, a la vez que en la partitura se encuentran los motivos
de toda su obra: la inocencia, el sueño y la ambiguedad.
Sir Colin Davis pasea con mano firme a la Orquesta Sinfónica
de Londres por los escollos rítmicos de la parte, por sus
modulaciones infinitas y por un mundo de sonidos y colores instrumentales.
Gran contribución de Robert Lloyd como Bottom. Los amantes
son John Mark Ainsley (Lysander), Paul Whelan (Demetrius), Ruby
Philogene (Hermia) y Janice Watson (Helena), todos de gran nivel.
“El Diluvio de Noé” y “A Ceremony
of Carols”. B. Alvarado. Coro Femenino de la Universidad Católica
de Valparaíso, Coros de los colegios St.Margaret’s
y The Mackay School. David Bamford, René Verger y Jéssica
Quezada. Edición Universidad Católica de Valparaíso,
1997.
No se ha comentado suficiente el trabajo que el maestro Boris Alvarado
ha realizado en Chile; específicamente, en Viña del
Mar. Se trata de un músico que preocupado de la creación
de nuestro tiempo, enamorado de la música de Benjamin Britten
e idealista a ultranza ha hecho posible al menos tres milagros:
los dos primeros tienen por sede el puerto de Valparaíso
y la Ciudad Jardín, donde estrenó para Chile, en 1997,
la ópera de Britten “El Pequeño Deshollinador”
y, en 1996, el oratorio-ópera “El Diluvio de Noé”.
Y el tercero es la grabación y edición de un CD que
incluye la última de estas obras (apenas el tercer registro
mundial) y “A Ceremony of Carols”, una de las piezas
más entrañables del compositor de Aldeburgh.
Este disco es una constatación histórica de todos
esos hechos, respaldados por una labor de estudio acuciosa, que
Alvarado viene realizando desde hace años.
Para la ejecución de estas obras se consiguió que
participaran solistas vocales e instrumentales, el Coro Femenino
de Cámara de la Universidad Católica de Valparaíso
y cuatro agrupaciones corales infantiles.
En “Noye’s Fludde” (Opus 59), pieza que recuerda
los antiguos milagros (escenificaciones teatro-musicales sobre asuntos
religiosos), destaca el ambiente global conseguido por el maestro
y la atmósfera participativa de la ejecución, en la
intervienen muchos niños (coros de los colegios St. Margaret’s
y The Mackay School) en las partes dedicadas a la congregación
y al canto de animales y pájaros.
Sólido el trabajo declamatorio de David Bamford como la Voz
de Dios, y cabal el canto de René Verger y Jéssica
Quezada en los papeles de Noye y su mujer.
El registro fue hecho en una actuación en vivo en el Teatro
Municipal de Viña del Mar, el domingo 8 de diciembre de 1996.
“A Ceremony of Carols” fue grabado en vivo en la Iglesia
Anglicana St. Paul’s, de Valparaíso, el sábado
7 de septiembre de 1996, colaborando la arquitectura del templo
a esta sonoridad frágil que construye Britten, mezclando
voces de niños o tiples con arpa. La interpretación
en este caso es del Coro Femenino de Cámara.
En suma, un merecido homenaje a Britten, un músico que creó
un lenguaje propio apegado a su tierra, que se apartó de
la corrientes musicales en boga y que se convirtió en el
tercer eslabón importante en lo que a ópera inglesa
se refiere, con Purcell y Haendel (alemán naturalizado inglés)
precediéndolo en la escalada. Un registro histórico
y un logro tanto de Boris Alvarado como de sus músicos.
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