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Con el objetivo de construir un centro de evangelización indígena, los monjes franciscanos en Chile desde agosto de 1553- levantaron en Curimón (a mitad de camino entre San Felipe y Los Andes) el convento Santa Rosa de Viterbo.

El edificio, uno de los más antiguos del país, comenzó a construirse en 1713 y fue terminado seis años después.

En esa época, Curimón –que en lengua aborigen significa “tierras negras”- era un pequeño tambo, paso obligado del Camino del Inca y también servía como lugar de paso de sacerdotes hacia Mendoza.

Un segundo claustro fue agregado en 1724, tres años antes de que la Iglesia fuera inaugurada.

Se trata de una estructura colonial de grandes adobones de paja, gruesas vigas de canelo, tejas de estilo español, anchos portalones, patios empedrados y rejas de estilo sevillano. Tiene amplios corredores y habitaciones espaciosas.

La construcción resistió los efectos de los terremotos de 1730, 1751 y 1822. En 1928, un incendio inutilizó su valioso archivo histórico y parte de la biblioteca.

En tanto, el terremoto del 26 de marzo de 1965 derrumbó la mayor parte de la iglesia y causó gran deterioro en las dependencias interiores. Fue restaurado gracias al esfuerzo filantrópico de Paul Frings y su esposa Elizabeth Wichs.

La torre ha sido reconstruida al menos en dos oportunidades. La actual data de 1870, fue diseñada por Fermín Vivaceta y está hecha con madera de álamo. Físicamente es muy parecida a la torre del templo de San Francisco de Santiago.

En los terrenos donde se levanta el convento tuvieron lugar varios episodios importantes para la historia de Chile. De hecho, en 1740 Manso de Velasco firmó allí el acta de fundación de la ciudad de San Felipe el Real.

Asimismo, el lugar sirvió para que los soldados del Ejército Libertador, al mando del general José de San Martín, establecieran su cuartel general en 1817.

Por esta y otras razones, en 1971 el convento fue declarado Monumento Nacional.

El 24 de abril de 2005 el obispo de la diócesis de Aconcagua, monseñor Cristán Contreras, ofició la última misa en el centenario edificio para despedir a los franciscanos, quienes, escuchando el llamado a la itinerancia que caracteriza a la orden, abandonaron el histórico templo para reforzar su misión en otras regiones.

A la despedida acudieron cientos de emocionados fieles, quienes desde que conocieron la noticia de la partida hicieron todo lo posible para que los religiosos se quedaran y la decisión de la congregación fuera revocada. Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano.

En la actualidad el convento y el museo que desde 1968 se ubica en sus dependencias, continúan funcionando a cargo del párroco Armando Jara.