El mural en Chile nació en la década del 60, como un relato con episodios distribuidos sobre una superficie. Sin embargo, influenciados por la iconografía soviética y el mural cubano, la disciplina se volcó principalmente a la propaganda política de izquierda, con el fin de ganar las elecciones y tener un gobierno popular.
Según la investigación de Axel Goyeneche sobre el graffiti chileno (www.elkelp.cl), en la campaña de 1963, donde disputaban el sillón presidencial Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende, el comando del socialista tuvo que diseñar estrategias comunicativas para competir con los grandes recursos de Frei Montalva y su comité de periodistas, sociólogos y psicólogos. Por eso, las brigadas incursionaron en el muro como soporte panfletario para apoyar al candidato.
Las primeras manifestaciones de este tipo se dieron en Valparaíso, pero fueron rechazadas por los porteños, debido a su falta de estética y a haberse hecho sobre monumentos y espacios históricos.

Todo evolucionó cuando Patricio Cleary y Osvaldo Stranger, encargados de la campaña, tuvieron la idea de representar artísticamente en muros las consignas y aspiraciones populares. Con esta idea, junto a un grupo de personas, llevaron a cabo el primer mural chileno en 1963, en Avenida España, entre Valparaíso y Viña del Mar.
Para las elecciones de 1970, el muralismo ya se había consolidado como propaganda política, sobre todo en sectores de la periferia. El propio Salvador Allende llevó a Santiago la idea de arte popular panfletario y muralismo callejero. En un trabajo con flores, manos, rostros, hojas, banderas y estrellas, la misión del mensaje era dejar en claro lo que estaba pasando en el momento.
Durante los años 70 y 73 grupos anónimos, trabajadores del arte, estudiantes y personas comprometidas con el movimiento, transforman el mural social en una expresión colectiva. Las brigadas más representativas de ese tiempo fueron Elmo Catalán, Inti Paredo y Ramona Parra.
Sin embargo, con el Golpe Militar el mural desaparece. Sólo queda espacio para dibujos pasajeros y clandestinos en poblaciones de la capital, que denunciaban hechos como la cesantía y la tortura. Todos fueron borrados por la autoridad.
En ese contexto, el muro que estaba destruido como soporte, vuelve a aparecer en los ochenta con una nueva forma expresiva: el graffiti.
Su inicio se remonta a los años 1983 y 1985, y nace gracias a la influencia estadounidense que trajo el cine. Las películas “Breaking” y "Beat street”, ambas dirigidas por Satan Lathan, mostraban a los grupos mundiales más reconocidos del breakdance, lo que marcó una fascinación en los jóvenes, que comenzaron a entrar de a poco en la cultura hip hop.
Según "El libro del graffiti" (www.librodegraffiti.cl), de José Yutronic y Francisco Pino, gracias a estos largometrajes los interesados conocieron las ramas y bases fundamentales de la cultura urbana: el Rap y sus rimas, el Graffiti y sus diseños, el breakdance y sus pasos, el Dj y sus mezclas de hip hop.
Eran los tiempos del rotativo, donde las cintas se podían ver una y otra vez. Con grandes radios, los fanáticos se ubicaban en los parlantes y grababan los temas. Ahí mismo imitaban los pasos y comenzaron a aprender la disciplina.
El programa Sábado Gigantes invitó a dos bailarines, Clemente y Pavon, quienes, con sus pasos robóticos, terminaron por masificar el baile.
Gracias al break, el interés por las demás ramas del hip hop comenzó a crecer y se desarrolló, como en pocas partes del mundo, un estilo propio. Las condiciones políticas de ese tiempo, bloquearon mucha información del extranjero y Chile vivió aislado de la evolución y moda mundial.
Específicamente en el graffiti la consolidación tomó tiempo. En un comienzo, los rayados y pinturas no se dieron en los muros de la ciudad. Tampoco en los vagones del metro, como en Nueva York, sino en lugares mucho más simples e inocentes.

Los primeros soportes fueron cajas abiertas de cartón, utilizadas para bailar break sobre ellas porque en muchos sectores no había pavimento, sino sólo tierra. También, con el tiempo, comenzaron a pintar su ropa, imitando las películas.
Años más tarde, comenzó el rayado urbano en muros públicos y privados. Aunque no tenían el nombre de “Tag” (se comenzó a usar en 1995), los graffiteros, imitando el estilo norteamericano, se hicieron una firma para no ser descubiertos en su ilegalidad. Así el "escritor de graffitis" buscó un apodo, inventó un diseño y comenzó a rayarlo por la ciudad, con logotipos y letras simples.
Los jóvenes quisieron ser reconocidos, y al igual que en el metro de Manhattan, mientras más visible e inaccesible era el rayado, más mérito tenía su escritor.
Los materiales que se utilizaban eran la tiza de color, el carbón y la brocha, debido a la escasez de recursos. Los aerosoles eran muy caros en ese tiempo. Los precios iban de 5 mil a 10 mil pesos.
Pero los noventa marcaron el uso del spray. De esta forma, nacen las bombas (letras de dos colores pintadas en lugares prohibidos) y con ellas los bombardeos (ir a rayar en las noches en lugares prohibidos). Comienza así un proceso evolutivo, que agrega colores, regula los trazos e incorpora adornos como estrellas, burbujas y flechas.
Sin embargo, el desarrollo definitivo comienza con las denominadas “piezas” (graffitis hechos en un muro que requieren un mayor trabajo) y las “producciones” (que componen dibujos de diferentes autores, mucho más grandes).