"La
Muerte"
(Premiado con $20)
- ¡Calla!,
exclamó ella al entrar. Sentáronse, entonces,
ante la amplia chimenea de piedra gris y enmudecieron.
Ondas
de fogosa incandescencia recorrían las brasas, haciéndolas
parecer cuerpos móviles. Alternativamente, presentaban
espacios de rojas sombras y de cegante brillantez anaranjada.
Las llamas
lamían, con obstinada perseverancia, el tronco seco
y calloso que se transformaba paulatinamente en párpados
de ceniza grisácea o brasas luminosas, semejantes a
llamas misteriosamente condensadas.
De vez
en cuando, el fuego crepitaba, chirriaba, saltando hacia arriba
en lluvia de oro, chispas de efervescencia llameante sonora
de ansias, verdaderos latigazos hirvientes y secos.
Por su
cara inferior los maderos presentaban una iluminación
ígnea, casi transparente de amarilla fuerza.
Las llamas,
en su zarabanda loca, trataban cada vez de agrandarse más,
enrollándose, alargando sus efímeros velos en
los cuales existían rostros verdes y azules que sombreaban
la movilidad roja de la tela, con tinte de obscuridad.
Poco a
poco los maderos se deshicieron: en calor, en luz y no quedaron
más que las cenizas de un gris opaco por donde atravesaba,
en angustiosa carrera, perseguida por quizás que extraño
enemigo, una llama, plumerito de poca luz, que esparcía
polvo dorado sobre la superficie triste de las cenizas.
Después...
nada: ni el áureo resplandor, ni el calor abrasador.
Solamente una lejana caricia tibia y un peposo grisáceo
de muerte.
Entonces
sus voces se alzaron agrias, como fuertes barreras contra
la muerte.
Luis Manseire
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