Términos y condiciones de la información © El Mercurio S.A.P.

En el Louvre en París hay un cuadro que tiene sala propia y está protegido por una vitrina a prueba de balas que lo cuida, además, de las luces, el calor y el frío. A pesar de aquello y de que sus medidas son más bien discretas (77 cm x 53 cm), son miles las personas que a diario llegan hasta el museo parisiense preguntando por la obra. Todos quieren admirar en persona cómo es en verdad
"La Gioconda".

El cuadro no tiene un origen claro. Aunque son muchas las interpretaciones e historias que han surgido respecto de la obra pintada por Leonardo da Vinci, una de las versiones más creíbles es la que dice que la musa de la sonrisa misteriosa era la esposa de Francesco de Zanobi del Giocondo, quien habría encargado al artista el retrato de su mujer.

"La Gioconda" no sólo sobresale por sus misterios, sino también por las técnicas de las que se valió Leonardo para completar su cuadro: el sfumato, que elimina los contornos y la precisión de las líneas para diluirlos en una especie de neblina, y el claroscuro.

El retrato fue pintado sobre un delgado soporte de madera de álamo. Leonardo primero dibujó el rostro con una realidad sorprendente, para luego, con el óleo diluido en aceite esencial, pintar innumerables capas de colores transparentes, sobre las cuales aplicó las técnicas antes mencionadas.

Tal como escribió Vincent Pomarède, del departamento de pintura del Louvre, "es una realización ejemplar por los efectos sutiles de la luz sobre las carnaduras y el brío del paisaje que constituye el fondo del cuadro. El modelado del rostro es sorprendentemente realista. Leonardo ejecutó este cuadro con paciencia y virtuosismo".

Vasari, uno de los biógrafos de Leonardo, también le dedicó unas líneas: "Sus ojos límpidos tienen el resplandor de la vida: orlados de matices rojizos y plomados, estaban bordeados de pestañas cuyo resultado supone la mayor delicadeza. Las cejas, con su implantación a veces más espesa o más rala, según la disposición de los poros, no podían ser más verdaderas. La nariz, de encantadoras aletas rosadas y delicadas, era la vida misma (...) En el hueco del cuello, el espectador atento percibía el latir de las venas".

La estrella del Louvre
La obsesión de Leonardo por la perfección lo habría llevado a tardar casi cuatro años en pintar a Lisa, como se llamaba la muchacha, lo que explicaría su denominación de Monna (de Madonna) Lisa.

Sin embargo, hay quienes sostienen que la tardanza no tendría más justificación que el repentino amor que Da Vinci habría sentido por ella. El pintor habría tratado de pasar el mayor tiempo posible a su lado, lo que echa por tierra las acusaciones de que el artista era homosexual.

Fue tanta la admiración que Leonardo sintió por su musa que el retrato nunca fue entregado a Francesco, sino que el artista lo habría conservado bajo su poder hasta el día de su muerte en 1519.

Entonces "La Gioconda" pasó a manos de Francisco I -no se sabe si por herencia o porque la compró- quien la mantuvo entre las colecciones más importantes de Francia. Estuvo en Versalles y en las Tullerías, pero tras la creación del Museo Central de las Artes en el Louvre, en 1793, el cuadro se transformó en una de sus piezas maestras. Desde allí no se movería más.

Eso en teoría, porque en la práctica, lo cierto es que el cuadro sí abandonó el museo parisino y no precisamente por su exhibición en otro lugar. En 1911, el pintor italiano Vincenzo Peruggia robó la obra con la intención de devolverla a su país.

Sólo dos años más tarde fue encontrada en Italia. Hasta Pablo Picasso fue detenido por la policía francesa antes de que Peruggia fuera encarcelado como culpable material del hecho. Las investigaciones acusaban también al argentino Eduardo de Valfierno de ser el autor intelectual del robo y de hacerse millonario con la venta de las reproducciones; sin embargo, nunca fue atrapado.

Desde el momento en que el original volvió al Louvre, "La Gioconda" se transformó en algo más que un simple cuadro, tanto así que en Francia fue recibida con honores de un Jefe de Estado.

Sólo salió del museo en dos oportunidades durante el siglo XX: una exhibición en Estados Unidos, en 1963, y otra en Japón, en 1974, siendo recibida en ambos lugares como si se tratara de una estrella de cine.

Sin embargo, "La Gioconda" debería pasar por un nuevo sobresalto. En 1956, el boliviano Ugo Ungaza Villegas le arrojó una piedra que dañó el codo de la figura.

Eso explica la preocupación con que se protege el famosísimo cuadro. Incluso hay quienes han defendido la obra al punto de no permitir que sea restaurada, puesto que nadie asegura que no pierda la magia que tiene la Monna Lisa.

Aún cuando es evidente su deterioro con el paso del tiempo -una capa amarillenta cubre la imagen-, son miles los que acuden al Louvre sólo con el fin de contemplarla. El mismo Leonardo, haciendo gala de su capacidad de visionario, predijo alguna vez el éxito que tendría: "No te das cuenta que entre las bellezas humanas es el bello rostro el que detiene a los paseantes y no los ricos adornos".