Mucho terremoto y ajo, entre otras cosas

14/06/04

Al muerto le hubiera encantado estar acá con nosotros. La cosa es que por él estaba sentada en el "Quitapenas", última estación de las muchas procesiones fúnebres que desfilan diariamente por este local ubicado frente al Cementerio General.

Terminé en este bar restaurante luego de uno de esos funerales donde el protagonista en cuestión logró, sin querer queriendo, reunir a todo mi grupo de amigos. Era el padre de uno de ellos y lo recordamos como esos papás que todos soñamos haber tenido: gozador, divertido, caballero, bueno para la talla. Hubiera sido el primero en acompañarnos a esta picada de esquina que tiene más que una historia de muertos, llenos de viejos clientes, familias de negro y comida típica.

Le dedicamos un sinnúmero de "Terremotos", especialidad alcohólica de la casa (helado de piña, coñac, pipeño y granadina) que definitivamente nos terminaron por quitar todas las penas. Luego de esas complicadas pagadas de cuentas donde todos participan y se termina por descuartizar el total a pagar de tal manera que nadie sabe cuánto pagó, decidimos volver a casa. Estábamos todos a pata así que la mejor opción era la micro.

Antes eso sí hice esperar al resto porque no me quería ir sin aprovechar la extensa oferta de flores que hay a la entrada del camposanto y me terminé comprando un enorme ramo de todos los colores.

Al principio los otros no se dieron cuenta que el conductor de la micro estaba de pésimo humor. Pero de tan malo que simplemente no toleró que nosotros parecíamos un grupo de hinchas antes de un partido y casi llegando a Bellavista nos hizo bajar. Mis amigos, yo y mi enorme ramo de flores no llegamos muy lejos, y mi asombro ante tan poca tolerancia a la felicidad de los choferes locales tampoco.

Todavía con efecto "Terremoto" y mucha hambre decidimos quedarnos en el barrio coreano, también llamado Patronato. Más específicamente en el restaurante Kil Mok. Este lugar está prohibido para solteros antes del carrete, alérgicos al ajo, a los que odian quedar pasados a cocina pero ideal para los amantes de picadas. Es tan auténtico, tanto el ambiente como los comensales, que por un rato me imaginaba estar de viaje.

Mientras algunos se dejaban tentar por el menú y los olores fuertes a fritanga, otros estaban pegados a unos acuarios hipnotizando a los peces, o al revés, Sofía ya me estaba presionando sobre qué cosa iba a hacer la próxima semana. Lo más probable es que me arriesgaré con la obra de teatro "Con la vida en un hilo" sobre un travesti a punto de suicidarse y veré por enésima vez en pantalla grande uno de los, para mí, clásicos del cine: "Corazón Salvaje" de David Lynch. La mueca de mi amiga a la primera opción me dejó claro que iba a ir sola al teatro pero me aseguró que el segundo panorama no se lo perdía.

Ese día terminamos encerrados en una pieza del restaurante especial para cantar karaoke, otra especialidad de la casa. Al más puro estilo "Perdidos en Tokio" terminamos peleándonos el micrófono en una escena que no se nos ocurriría repetir en ninguna otra parte de Santiago.

Mis flores, mis amigos y yo salimos afónicos del Kil Mok y tan pasados a ajo que estábamos listos para volver a los cementerios a encarar a toda la población de vampiros que merodean alrededor de las heterogéneas tumbas del Cementerio General. Creo que nunca nadie tuvo una despedida como el difunto de hoy.

lorna@mercurio.cl