Derecho a descorche

11/10/04

Aunque nos vanagloriamos de ser un país de vinos hay ciertas costumbres alrededor de la uva fermentada que aún no hemos adoptado como nuestras. El descorche, por ejemplo. Es decir, la posibilidad de llevar la propia botella a un restaurante y que ellos sólo te cobran por destaparla. Eso es, supuestamente, más barato que pedirlo ahí.

Mi amigo Lukas llegó de EE.UU. fascinado con esta costumbre bastante habitual allá y se empecinó en buscar dónde en Santiago se puede hacer lo mismo. Pero después de que estuvimos averiguando, el panorama era bastante desalentador. En general, los restaurantes donde lo ofrecen ya son por sí tan caros que caen fuera de nuestro presupuesto. Además no te van a recibir precisamente con una amplia sonrisa, ya que cuentan con una extensa carta de vino. Bueno, a no ser que lleves uno de un pecio estratosférico. Y, finalmente, no siempre sale a cuenta. Pero hay excepciones.

El restaurante La Cascade fue el primero en ofrecer el descorche. Acá te cobran 5.000 pesos por abrirlo y la calidad del vino da exactamente igual, bueno, se entiende que a excepción de uno en caja. Eso sí, se acostumbra avisar a la hora de hacer la reserva. De hecho la cultura de vino en este lugar clásico es un poco más diferente. No hay carta, sino simplemente un carrito donde van rotando las aproximadamente treinta botellas que ofrecen. Traer un vino muy barato no conviene, pero uno más caro ya puede hacer más amable la cuenta final.

Por ese sector, en Las Condes, está otra alternativa. El moderno Akarana, que ofrece platos de creativos sabores, es el “descorchador” más barato al cobrar sólo 1.500 pesos. Por eso conviene hasta llevar un vino más económico, lo que no es el caso en los otros restaurantes. Por ejemplo, un Merlot de la viña Casa Silva, que cuesta normalmente unos 5.500 pesos, vale 9.200; o el Cabernet Sauvignon de Montes Alpha (8.000) es 4 mil pesos más caro.

En Bellavista hay dos lugares que no te van a estrellar la puerta en la cara si vienes con tu botella bajo el brazo. El Azul Profundo es uno. Este restaurante, más parecido a un museo del mar, cobra 5.000 por destapar cualquier vino, cosa que están más acostumbrados a hacer con grupos grandes, empresarios de viñas, con previo aviso y reserva, que con cualquier cliente. Así que para ir a comer entre dos y entrar con una botella por delante hay que pensarlo dos veces. También porque si estamos hablando de, por ejemplo, un Cabernet Sauvignon de la viña Valdivieso que cuesta aproximadamente 8.000 pesos, y que en el restaurante se vende a 10.500, no vale la pena.

A la vuelta de la esquina está el Kilometre 11.680 que también tiene el famoso descorche (5.500 por botella), pero que sólo lo han aplicado una vez este año, y con un cliente. Es que, según ellos, no se justifica porque no duplican los precios de los vinos que compran. Pero si se toma el Cabernet Sauvignon, Montes Alpha, que está unos 6.000 pesos más caro que en el comercio, igual sale a cuenta. Ya sabemos, entrar campante con su cosecha propia tampoco será motivo de orgullo por más moderna que sea la costumbre. Pero por la terraza, pronta a remodelar, de este sobrio lugar igual creo que se podría ir. Sin botella.

El Osadía es lejos el más glamoroso de todos los restaurantes que recorrimos. La decoración es una mezcla entre una escenografía y una suerte de instalación, bien cool, pero el ambiente es tremendamente fruncido. Está bien que sea uno de los restaurantes más caros y exclusivos, pero hasta el encargado de recibirte parece estar muerto de miedo con tanta elegancia. Imagínate llevar uno una botella de vino. Bueno, a no ser que cueste de 200.000 para arriba. Y ahí no creo que te cobren por el descorche los entre 4.000 a 8.000 pesos, dependiendo de la botella.

Esto de cobrar por el tipo de vino no es el estilo del Astrid & Gastón que también tienen el descorche, pero claro, con más de 300 variedades de vinos y un stock de 2.300 botellas, no te lo van a celebrar mucho. A no ser que se trate de un cliente frecuente, representante de una viña o una botella con más ceros de los que uno acostumbra.

Así, el local que finalmente clasificó para nuestros bolsillos es uno que está justo al frente del rimbombante Osadía y que es más parecido a un chiringuito de playa: el Sake. Al estar en un sector que no permite la venta de alcoholes puedes llevar o tu vino o cerveza para acompañar el sushi. Lo mejor de todo: no te cobran nada.

lorna@mercurio.cl