Madeleine Dupont:
"Las pilotos no tienen edad, sólo horas de vuelo"


Sus padres son franceses, nació en Alemania, pero se siente chilena de corazón. Sobre todo después de realizar la Travesía Atlántica 2004, convirtiéndose –junto a su amiga María Eliana Christen- en las primeras pilotos chilenas y sudamericanas en cruzar el Atlántico en un monomotor –Juliet- la tercera involucrada en este recorrido.

Madeleine Dupont es una mujer menuda, buenamoza y posee una cautivadora sonrisa que ilumina su delgada cara. Usa el pelo muy corto, pantalones y la chaqueta de piloto de la FACh que le regaló el comandante en jefe de esa institución, cuando volvieron de la travesía.

Insiste en que aún no se repone de la increíble sensación que le provocó ser las primeras pilotos en cruzar el Atlántico y llegar hasta Ginebra. “Ya lo habían hecho unos suizos, pero en sentido contrario”.

Y¡cómo no! si la hazaña fue triple: fueron las primeras, mujeres y mayores de 60 años. Pero, lejos de ser una “abuela voladora”, como se le llamó, es una mujer tremendamente vital que ha hecho de su sueño de niña, su gran pasión.

-¿Qué edad tiene?
(Contesta pícara y coqueta) “Siempre se dice que los pilotos no tienen edad, sólo horas de vuelo”.

- ¿Siempre tuvo la afición de volar?
“Empecé a aprender a volar a los 46 años, pero la afición la tuve desde niña chica. Me fascinaban los aviones, iba a mirarlos al aeropuerto, leía todos los artículos relacionados con ellos, los recortaba y coleccionaba.
“De hecho me preparé, saqué diplomas en idiomas, me perfeccioné y postulé para auxiliar de vuelo, porque en mis tiempos no había opción para que las mujeres fueran piloto. Inicié el curso para piloto en Bogotá, pero alcancé a tener una sola hora de instrucción; Avianca me mandó a Madrid, pero no pude continuar el curso, porque en Europa era muy muy caro”.

- ¿Cuándo se hizo piloto?
“El año ’89 me encontré con María Eliana en una reunión social y, conociendo mi afición, me invitó al curso de instrucción del Club Aéreo de Santiago, mi marido me apoyó y comencé. Primero volé aviones chiquititos de dos asientos, después seguí la instrucción para aviones más grandes, más potentes, de cuatro asientos; luego hice el curso de instrumentos y el de bimotores.”

-¿Le falta alguna habilitación?
“Sólo la ATP, piloto de transporte aéreo, porque tengo la de instructor, la de multimotores y la licencia comercial. Es una pasión realmente”.

Su compañera de travesía, María Eliana Christen, fue su primera instructora. Cuenta que ella contactó y agrupó a las mujeres pilotos de Chile el año 1986 y formó la agrupación “Alas Andinas”, un símil de la que existe en Estados Unidos -“99’s”-, a la que ambas pertenecen y que se fundó en 1929. La agrupación acaba de cumplir 18 años y Madeleine ha sido varias veces su presidenta y también tesorera. El fin de “Alas Andinas” es fomentar la aviación y la seguridad, ir a seminarios y estar siempre instruyéndose para hacer muy seguro este deporte. “Uno nunca termina de aprender, siempre hay algo nuevo que reforzar”.

-¿Qué piensa su marido de esta afición?
“Él me conoció con este afán de volar. Siempre me apoyó muchísimo, me incentivó a hacer el curso y, ahora con la travesía, se ha portado maravillosamente. Fue realmente incondicional todo el cariño que me brindó”.

-¿Cuándo nace la idea de la travesía?
“Es un asunto que ronda la cabeza de todos los pilotos. Empezamos a volar distancias cortitas, después un poco más largas, luego dentro del país y la mayoría quiere ir siempre más lejos. Por muchas circunstancias no siempre se puede.
“Nosotras lo soñamos muchos años y lo postergamos por lo niños. A partir de los cincuenta años uno tiene una nueva libertad y puede pensar más en sí misma. Lo empezamos a preparar un año antes…menos, fue como una gestación, ¡duró justo nueve meses!”


Variados hitos aeronáuticos las llevaron a planificar la travesía para el 9 de marzo de este año. Se cumplían 100 años de la aviación (17 de diciembre de 2003); 75 años de la “Ruta de Mermoz”, el vuelo aeropostal entre Francia y Sudamérica y 75 años, también, del Club Aéreo de Santiago. De paso, quisieron recordar a las dos primeras pilotos chilenas que cruzaron la Cordillera de Los Andes, a mediados de los ’40.

Salieron de Cerrillos el 9 de marzo y, después de 43 días de viaje, 136 horas y 42 minutos de vuelo y más de 32 mil kilómetros sobrevolando América, Europa y África, aterrizaron en Santiago el 23 de mayo.

Madeleine cuenta que hicieron un trabajo muy minucioso para planear el viaje: la ruta, los aterrizajes, los litros de combustible entre una y otra parada. Pidieron auspicios, pero apenas consiguieron. Lejos de desistir, se endeudaron y partieron. “Qué iban a decir, si ya todo Chile sabía… ¡Ah, a estas viejas les dio miedo!”, cuenta riéndose.

-¿Misión cumplida?
“Fue un privilegio muy grande hacer el vuelo. Una lección tremenda. Se estableció un hito aeronáutico que va a quedar para siempre y que fue reconocido por las personas en todos los lugares donde aterrizamos”.

- ¿Es más grande el logro como piloto o como mujer?
“Como piloto, porque no hay diferencias entre mujer y hombre, no hay discriminación entre nosotros. También como ser humano, porque fue un esfuerzo físico y mental; sólo podíamos hacer movimientos isométricos, no nos podíamos mover.
“Hay un trabajo mental para controlar el “pipí”, porque tampoco podíamos ir al baño en muchas horas, ni comer”.

-¿Feliz?
“Cada vez le estoy tomando más el peso a lo que se hizo. A veces, nos pellizcamos, porque nos parece increíble lo que hicimos. Todavía hay que asimilarlo. El otro día vi un video de la partida y se me llenaron los ojos de lágrimas de la emoción”.
 
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