Violeta
Parra (1917-1967)
Tejedora de tonadas
Sus canciones, así como su figura, están grabados en el
inconsciente colectivo del país. Actualmente, resulta, a lo menos
difícil, negar el inmenso aporte que Violeta Parra hizo al folklore,
el arte y la cultura popular de Chile.
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Violeta
vino al mundo en San Carlos, en las cercanías de Chillán,
el 4 de octubre de 1917, en una familia campesina formada por Nicanor
Parra Parra y su esposa, Clarisa Sandoval Navarrete.
Su padre era profesor de música y su madre, una campesina guitarrera
y cantora, quien claramente influyó en la creatividad de Violeta,
la niña que creció junto a sus ocho hermanos entre los
acordes y versos que surgían del hogar.
A los nueve años comenzó su incursión en el canto
y la guitarra y ya a los doce había compuesto sus primeras canciones.
Tras arribar a Santiago, ingresó a la Escuela Normal, donde se
forma como profesora. En esa época ya compone boleros, corridos,
y tonadas, y trabaja en circos, bares, quintas de recreo, y pequeñas
salas de barrio.
En 1937 conoce a Luis Cereceda, ferroviario, con quien se casa. De este
matrimonio nacieron sus hijos Isabel y Ángel, con quienes, años
más tarde, realiza gran parte de su trabajo musical.
En 1948 se separó de Cereceda y al año siguiente se casó
con el tapicero Luis Arce, con quien tuvo a sus hijas Carmen Luisa y
Rosita Clara.
Desde 1952 en adelante, impulsada por su hermano Nicanor, Violeta empezó
a recorrer zonas rurales grabando y recopilando música folklórica.
Su investigación la hace descubrir la poesía y el canto
popular de los más variados rincones de Chile, elementos que
además complementan la materia prima que ella llevaba en sí.
Con este trabajo elaboró una síntesis cultural chilena
que hizo emerger una tradición de inmensa riqueza hasta ese momento
escondida y comenzó una fuerte lucha contra las visiones
estereotipadas de América Latina. Se transformó
en recuperadora y creadora de la auténtica cultura popular no
sólo de Chile, sino que de todo el continente.
Violeta no sólo compuso canciones, décimas y música
instrumental. De la artista que llevaba dentro, surgió una pintora,
una escultora, una bordadora y también una Violeta ceramista.
En 1954 aceptó una invitación y viajó a Polonia.
En la misma oportunidad, recorrió la Unión Soviética
y Europa y se quedó dos años en Francia, donde grabó
sus primeros discos con cantos folklóricos y originales. En su
paso por el viejo continente, tuvo contacto con variados artistas e
intelectuales.
A su regreso a Chile, en 1956, Violeta obtuvo el premio Caupolicán,
otorgado a la folklorista del año. Al año siguiente se
trasladó a Concepción, contratada por la universidad de
esa ciudad. Su paso por la capital penquista no paralizó su afán
creador. Allí fundó y dirigió el Museo de Arte
Popular de la localidad y grabó nuevo discos.
En 1958 comenzó su incursión en la cerámica y el
bordado de arpilleras, trabajos que también le valieron fama.
Ese mismo año, inició un viaje por el norte del país
organizando recitales, cursos de folklore, escribiendo y pintando.
De regreso a Santiago, Violeta expuso sus óleos en la Feria de
Artes Plásticas al aire libre y no frenó su incansable
talento creativo.
Traspasa las fronteras de América.
En 1961, la ya famosa Violeta se embarcó junto a sus hijos en
una gira que la llevó al Festival de la Juventudes en Finlandia.
Su bitácora incluyó la URSS, Alemania, Italia y Francia,
donde nuevamente se quedó, esta vez, por tres años. Allí
actuó en boites del barrio latino y programas para radio y televisión.
Además, ofreció recitales en la UNESCO y en el Teatro
de las Naciones Unidas; efectuó una serie de conciertos en Ginebra
y exposiciones de su obra plástica.
En 1964 expuso sus arpilleras y óleos en el Pavillon de Marsan,
logró así ser la primera artista latinoamericana que exhibía
individualmente. En 1965 viajó a Suiza donde filmó un
documental que la muestra en toda su magnitud.
Pero sus raíces le ganaron una vez más, retornó
a Chile para cantar con sus hijos en la Peña de Los Parra, en
la casa ubicada en a calle Carmen 340 donde inauguró el Centro
de Arte.
En 1966 se trasladó a Bolivia, donde cantó con Gilbert
Favre, un antropólogo suizo y músico aficionado. A su
regreso a Chile, ofreció una serie de conciertos por el sur y
siguió trabajando en La Carpa que había instalado en La
Reina, donde escribió sus últimas canciones, que grabó
en un long-play con sus hijos y el músico uruguayo Alberto Zapicán.
El 5 de febrero de 1967, quince minutos antes de las seis de la tarde,
tomó un revólver brasileño marca Tigre, que había
comprado en Bolivia, y se disparó en la sien derecha dentro de
La Carpa, incapaz de resolver sus problemas afectivos con Favre; el
gran amor de su vida y fuente de inspiración de sus más
esperanzadores y tormentosos escritos.
La noticia impactó más allá del mundo del arte
y el folklore. Su obra quedó grabada en el ADN de la cultura
nacional y vive con fuerza a través de sus hijos y nietos. Ellos
la promueven día a día no sólo en Chile, sino también
en el resto del mundo, donde la artista-artesana tiene un amplio reconocimiento.
La Violeta plástica
La obra
plástica de Violeta Parra está principalmente formada
por arpilleras y óleos realizados sobre tela, madera y cartón.
Los temas que abordó fueron cotidianos: familia, recuerdos de
infancia, pasajes de la historia. La mayor parte de sus obras de fueron
creadas entre los años 1954 y 1965 en Santiago, Buenos Aires,
París y Ginebra y han sido expuestas en varios museos del mundo.
Hoy día todas ellas son patrimonio de la Fundación
Violeta Parra, creada por sus herederos para rescatar y preservar
a la artista universal.
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