Viernes, 07 de Marzo de 2003
Cuerpo : Zona de Contacto
Sección : Zona de Contacto
Autor : Patricio Urzúa
Página : 001
¿ES DIFÍCIL SER DJ?
Pateas en el suelo y aparecen diez. Estamos rodeados de Djs. Y todos
quieren ser superestrellas. Pero, ¿cómo separar la paja
del grano? ¿cómo saber cuáles son de verdad y cuáles
pura onda?
POR PATRICIO URZÚA
TODO
EL MUNDO HA aceptado a los disc jockeys como una realidad. Su trabajo,
hacer bailar a los asistentes a una discoteca, requiere motricidad finísima,
la capacidad para conectar con lo que está pasando en la pista,
y algo que no se compra ni se aprende: buen gusto.
Hay hordas de DJs. La abundancia es abrumadora. Pero, ¿cantidad
es calidad? Aunque no hubiéramos pasado noches escuchando el
mismo house prefabricado y desechable, aunque no hubiéramos visto
cómo un clímax aburrido sucedía a otro hasta el
tedio, aunque nunca nos hubiéramos preguntado, por no encontrarla,
cuál era la "cosa nueva" que estos artesanos del sonido
habían venido a traernos, aunque nada de eso hubiera pasado,
habríamos intuido que no todos eran capaces. Por un problema
de estadística, por lo menos.
Así que la pregunta es: ¿Cómo distingo a un buen
DJ de uno guarro? O mejor, ¿qué características
unen a aquéllos que han dado un mal nombre a la profesión?
LA MÚSICA NO ES MI VIDA: Odiar a los DJs no es nada nuevo. La
figura del dejota ha adquirido la misma importancia que el vocalista
de cualquier banda de rock superventas. Son los rockstars de recambio,
y es inevitable que susciten tantos desprecios como fanatismos.
El problema empieza cuando ese odio pareciera justificado por la calidad
de la música que se escucha en las fiestas. Eventos como el pasado
Mutek, en Valparaíso: promesas de música dance y experimental
que se convierten en la pista en horas de dance fácil, sin riesgos
con la excepción de Atom Heart, que tocó de madrugada-.
Punch-punch. Luz, cámara, nada de acción. Gente bailando
por falta de otra cosa que hacer.
El minimal, estilo heredero de la electrónica de Detroit de mediados
de los 80s, es lo que más se oye en las pistas en Chile y es
esa especie de house repetitivo, con poco maquillaje. Y minimal también
es el esfuerzo que hay que hacer para pincharlo. Opina Gabriel Vigliensoni,
de Los Mismos: "A mí me gusta que un DJ me ofrezca música
interesante. Si no lo hacen, no voy a sus fiestas. Pero es una cosa
de gustos, no tengo nada en contra de nadie".
Por supuesto, es más que una cosa de gustos. Toda la gente no
quiere bailar minimal. Pero hay pocos que ofrezcan otra cosa. Concuerda
Cristián Powditch, DJ y la mitad de Bitman y Roban: "Hay
que tratar de ofrecerle siempre lo mejor a la gente. Tú llegái
a un restorán fashion a comer sushi y te están zapateando
la cabeza con chipún-chipún. Y los dueños del restorán
piensan que es taquilla. Me da un poco de pena ver cómo ese tipo
de Djs han matado todas las otras posibilidades que había: ya
no se hacen chill-outs, yo creo que conozco a tres personas capaces
de poner ambient. Al resto no se lo puedes ni pedir, porque no cachan.
Hay mucha ignorancia".
También hay venta de pomadas. Cuti Aste, otro tercio de Los Mismos,
estima la dura labor de los DJs: "Me caen bien. Frecuento mucho
la vida nocturna, así que aprecio el trabajo que hacen. Pero
sí me carga cuando viene un loco de Londres o de Dinamarca o
de no sé dónde y lo vas a ver y es lo mismo de siempre".
Como también dice Powditch, ahora cualquiera puede ir a Barcelona,
comprar un par de discos y volver convertido en un DJ superstar. Por
eso, todo suena a música de gimnasio. Step. Step. Habla el periodista
Cristián Araya, comentarista de discos de El Sábado y
del programa y sitio web de música independiente Super 45: "Yo
no tengo bíceps ni consumo drogas. Así que no tengo cómo
encontrar entretenido un estilo así. A fiestas como ésas
sólo falta que le pongan un cartel en la entrada: Sólo
gente linda".
La música de gimnasio y el populismo sonoro son una combinación
peligrosa. "Hay que darle el gusto a la gente, mezclar no es fácil
tampoco, pero si no eres profesional, no te puedes creer el cuento.
Acá hay gente que lo hace muy bien, pero hay mucha gente muy
mala que pone house-potrillo, música para trotar, demasiado fácil",
declara Juan Cristóbal Vera, Dj del Club Radical de radio Concierto.
NO SOY DJ, PERO INTERPRETO A UNO EN TELEVISIÓN: Como bien dice
Fernando Mujica, dueño de la disquería Extravaganza, "sería
súper fascista decir que alguien es malo porque usa poleras de
tal marca, o anteojos o cintillo. Me molesta más cuando un loco
se cree bacán y en realidad sólo tiene cuatro discos picantes
que le copió un amigo suyo en Barcelona".
Es cierto, preocuparse del aspecto no es nada malo, ni a nadie se le
puede acusar de tratar de verse demasiado bien. Pero hay cierta imagen,
entre algunos DJs, que hace entrever que su ego está primero
y la música después.
Lamentablemente, son los que se preocupan más del aspecto los
que, precisamente, son más morosos a la hora de hacer bailar.
Pablo y Rodrigo Castro (los dueños del Supersalón, en
Bellavista), Cristián Powditch, y el mismo Mujica, entrevistados
por separado, enumeran los indicios que hacen sospechar de la calidad
profesional de un pinchadiscos: lentes oscuros en degradé, poleras
apretadas estilo actor porno, pelo con demasiado gel y esto exclusivamente
Powditch "los sombreros de vaquero con estampado de cebra".
Compárese el conjunto excepto el sombrero con la foto
de Paul Oakenfold en la portada.
Rodrigo Castro agrega, más específico: "Hay mucho
piercing, pitos, colores, botellita de agua en la mano, como aludiendo
a que están drogados, demasiada producción y nada detrás.
A ellos les diría que vieran Rojo, el programa del 7, porque
yo creo que por ahí va más el cuento de ellos".
Es fácil imaginar a un DJ taquilla engrupiendo a jovencitas desprevenidas,
que lo ven tan viril y tan sofisticado, un paladín de la electrónica.
También es fácil pensar que muchos de los DJs con gel
y poleras apretadas han visto la misma imagen en sus sueños húmedos.
Como sentencia Powditch: "Hay locos que les gusta ser DJ para engrupirse
a las minas. Si eso es lo que quiere, eso es lo que va a ser: un loco
que se engrupe minas. Dudo que llegue a ser un gran DJ".
UN PROBLEMA DE DIMENSIONES: "Me apesta cuando un DJ dice 'voy a
tocar en tal parte'. Si no es DJ Spooky, más le convendría
decir que va a poner música, porque no está tocando nada".
Araya da en el clavo.
El paralelo en relevancia social entre un DJ y un músico de rock
sin hacer juicios de valor sobre uno ni otro: hay rockeros peores
que muchos DJs, hace que la acción de poner discos en un
orden que sea placentero sea equiparable a la de ejecutar música
tocando instrumentos. Pero la evidente diferencia entre ambos actos
es lo que hace pensar que el oficio de pinchadiscos está sobrevalorado.
No es tan así. Un concierto puede ser una liturgia en la que
una banda oficia de sacerdote, y en la que hay una revelación
y una comunión. Una pista de baile remite a algo más antiguo.
Vendría a ser la fogata de la tribu, en la que el médico
brujo se conecta con fuerzas antiguas y profundas, las recibe de la
gente y se las devuelve, amplificadas, en oleadas de éxtasis
comunitario. O así debería ser.
No se trata de que el DJ deba ser un genio en la sombra. Pero las ansias
de fama instantánea no deberían tener cabida en algo tan
simple. Lo raro es que la mejor situación posible en una fiesta
electrónica es no saber lo que va a venir. Muchos dejotas han
olvidado cómo sorprender. Tal vez, como apunta Powditch "el
DJ se convirtió en estrella porque la industria necesitaba ponerle
un rostro a un estilo, para hacerlo vendible. Necesitaba vencer caras,
ídolos, mantener una mentalidad que venía de la industria
del rocanrol".
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¿Paul
Oaken... qué?
Paul
Oakenfold, el DJ que toca hoy en el Espacio Riesco, cotiza alto como
productor y remezclador. Iniciado como DJ de disco y soul a fines de
los 70, descubrió los balearic beats (una mezcla de disco, house,
rock vintage y más, todo articulado por pulsaciones frenéticas)
en 1987 en Ibiza, la meca del hedonismo irreflexivo. Oakenfold importó
el sonido Ibiza a su Inglaterra natal. Fundó el club Ministry
of Sound, produjo el disco más exitoso de los Happy Mondays ("Pills,
thrills and bellyaches"), hizo giras con U2 y Boy George. Este
año cumple 40. Oakenfold le dio el punchi-punchi a la gente,
y la gente le dio las gracias.
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