Reservado Fernando Alarcón
Bohemia, nostalgia y buenas historias Miércoles
22 de septiembre de 2004
El eco de los zapateos en las fondas ya no se escucha,
los pies de cueca ya fueron guardados en un escondido rincón
hasta el próximo año y los fonderos ya están
reclamando, como es tradición, por el exiguo margen
de ganancias que lograron en estos días de efímero
espíritu patrio.
En la oficina de Zañartu, Mandiola y Compañía,
el chupamedias número uno de Chile, Evaristo Espina,
se pasea impaciente mirando el reloj (que está a punto
de marcar las doce) porque Ricardo Canitrot aún no
da señales de vida.
Sueña con la idea de que al fin podrá despedirlo,
después de las innumerables "chivas" que
ha debido escuchar, porque esta vez sí que se le ha
pasado la mano al "beodo", que hace su entrada triunfal
cinco minutos después.
Las challas que le
cuelgan de la chaqueta, la camisa mal arreglada y un aliento que guarda
los registros de varios pipeños, son la prueba irrefutable
de sus andanzas dieciocheras, pero él nuevamente recurre a
su arsenal de historias para embaucar a todo el mundo y volver tranquilo
a trabajar, después de la infaltable patada a mansalva que
suele darle a Espina.
Estas historias fueron parte de la época dorada del "Jappening
con Ja", aquella en que lograba reunir a toda la familia frente
al televisor los días domingo en la tarde y se ganaba un lugar
en la historia de la televisión chilena.
Uno de los responsables del éxito que tuvo el espacio humorístico
a fines de la década de los '70 y comienzos de los '80 fue
Fernando Alarcón, quien tenía la trasnochada misión
de personificar al bohemio oficinista y a varios personajes que aún
se mantienen en la memoria de la gente, como Pepito TV.
Sentado en una mesa del restaurante "El Parrón" de
Providencia, recuerda que el éxito de Canitrot también
le trajo algunos dolores de cabeza, como la necesidad de olvidarse
de las fondas porque la gente siempre lo invitaba a celebrar y no
lo dejaban negarse, siempre veían en él al personaje
y se enojaban si no aceptaba.
La nostalgia se apodera de la conversación, mientras disfruta
de un plato de carne a la parrilla con ensaladas, porque estar sentado
en este lugar le permite revivir viejas historias. Este local lo conoce
desde sus años de universidad, cuando estaba en la Fech y las
reuniones de la federación estudiantil terminaban habitualmente
aquí, una costumbre que se mantuvo cuando dejó a su
alma mater y comenzó a venir con sus amigos artistas.
Su fidelidad con "El Parrón" se ha mantenido, pese
a los años en que este restaurante estuvo cerrado, pero reconoce
que sus salidas a restaurantes se han hecho más esporádicas.
La comida que más le gusta es la casera y su suegra es especialista
en prepararle cazuelas, carbonadas, valdivianos (un estofado con charqui,
que se hace con los residuos de los asados) y otra de sus debilidades:
el pescado frito.
Como en los viejos tiempos, Fernando Alarcón recuerda una anécdota
que podría pertenecer al registro de historias de Canitrot:
afirma que leyó en una revista que Madonna tuvo o tiene una
nana chilena que la hizo conocer las bondades de otro de nuestros
sabores típicos: el charquicán.
Él admite que sus capacidades como chef se reducen a las ensaladas,
en especial las de berros y achicorias, pero se defiende contando
que en su casa la cocina es "territorio de mujeres" y a
él lo dejan entrar poco.
La seriedad vuelve a su rostro cuando dice que una de las razones
para preferir "El Parrón" es su tradición.
Sabe que en este lugar comerá las mejores carnes de Santiago,
que será bien atendido y que siempre podrá pasar un
rato agradable.