Sólo el norteamericano Bernard Keiser está autorizado para buscar supuestos entierros, que igual son atractivos turísticos.
IVÁN FREDES Y CORRESPONSALES
Por más de 50 años, el croata Nedjilco Gárnica buscó, con mapas, picota y pala en mano, el fabuloso tesoro de Guayacán, en la Pampilla de Coquimbo, IV Región. Obsesionado, gastó lo que no tenía excavando. Soñaba encontrar un supuesto botín escondido en la costa por el corsario inglés Sir Francis Drake.
Gárnica murió el año pasado más pobre que al comienzo de su aventura, pero traspasó las pistas a sus hijos. El croata nunca aceptó que el mentado tesoro sólo existiese en la imaginación literaria del escritor Ricardo Latchman. Éste, a principios del siglo pasado, contó con lujo de detalles cómo llegar al botín en su libro "La leyenda del tesoro de Guayacán".
Ahora es el explorador estadounidense Bernard Keiser quien, con explosivos, maquinarias y fotos satelitales intenta desde hace ocho años revertir la repetida historia, pero esta vez en la isla Robinson Crusoe, en el archipiélago de Juan Fernández. Sueña hallar 800 barriles con barras, monedas y joyas de oro y plata, en Puerto Inglés.
Keiser es la única persona autorizada por el Consejo de Monumentos Nacionales (CMN) para buscar un tesoro en el territorio nacional. "Cumple con todos los requisitos legales", explica el secretario ejecutivo del CMN, Óscar Acuña.
El país está plagado de leyendas, mitos y tradiciones de fabulosas riquezas coloniales y de piratas, pero hasta ahora nunca un tesoro de esas características ha sido encontrado, al menos formalmente, precisa Acuña.
La antropóloga estadounidense del siglo XIX, Zelia Nuttan, sostiene en su libro "New light on Drake" que el famoso corsario inglés enterró cerca de Arica un cargamento con 800 barras de plata, 123 de oro, 30 arcabuces y 500 mil reales de plata, de acuerdo con la bitácora de su galeón Golden Hind (Ciervo Dorado), pero el profesor de Historia Colonial de la Universidad de Tarapacá, Luis Galdámez, sostiene que no existen mayores datos que los del libro.
Hace una década, un grupo de arqueólogos submarinos buceó la costa de Mejillones y halló los restos náufragos del galeón español "San Martín", hundido en 1759 con un supuesto cargamento de monedas de oro y plata del Virreinato del Perú. Pero no hubo rastro del tesoro.
En Temuco los aventureros aún persisten en la idea de que en el cerro Ñielol existe un supuesto tesoro de Pedro de Valdivia, que los historiadores desmienten porque el conquistador nunca pasó por esa zona.
En Puerto Montt investigadores coinciden en que hay más mitología que realidad en supuestos entierros, como uno escondido en el Camino Real, una ruta construida por los españoles que comenzaba en Osorno y terminaba en Chiloé; la de fabulosos cargamentos náufragos en la roca Remolino, en el canal de Chacao, o de 12 mil toneladas de cobre, dos mil de plata y lingotes de oro que guardaría en sus bodega el barco alemán "Sakarah", hundido en la isla Guamblin, al sur de la isla de Chiloé.
Sin embargo, lo más cercano a un tesoro fueron 17 monedas de plata encontradas el año pasado en el sector urbano de Maullín, pero que pertenecían al robo de una colección privada.
En Punta Arenas el tesoro de José Miguel Cambiaso constituye una de las leyendas. Se trata de un cargamento de barras de oro que en 1851 Cambiaso había obtenido al apoderarse de la goleta británica "Elisa Cornish".
Y en el Estrecho de Magallanes estaría un botín de 46 mil pesos de oro que transportaba el bergantín "Manuela", nave que naufragó en 1850 en esa zona.
Desde hace cuatro años la Municipalidad de Lebu promueve la búsqueda del tesoro de Benavides los días 4 y 5 de febrero. Participan más de 250 personas que pagan mil pesos por inscripción. El botín: un millón de pesos (que es sólo un papel que indica la cantidad) está escondido en algún lugar de la zona. Para encontrarlo los buscadores cuentan con mapas y pistas.
La idea, que intenta ser un atractivo turístico, recuerda a un montonero realista que asoló la zona asaltando a hacendados y cuyo botín, se cuenta, fue escondido en una caverna.
Mariela Rojas (23) recuerda como una divertida aventura ganar el año pasado el millón de pesos. Dice que con un grupo de amigos se organizaron y participaron, lo que les implicó alojarse en carpas en la playa de Lebu, ya que las pruebas se iniciaban a las ocho de la mañana y terminaban a las diez de la noche.
"Lo más bonito fue la unidad del grupo. Si a alguno le faltaba una prueba, todos iban a apoyarlo. Incluso teníamos el compromiso de compartir el 10% de cualquier premio que ganáramos", recuerda.
Mariela trabaja y estudia la carrera de ingeniería de prevención de riesgos del Instituto Diego Portales de Concepción. Cuenta que el premio le ayudó a pagar sus estudios.
"Al final del segundo día descubrí un papel que estaba escondido en un lugar bastante difícil. En principio, como no decía nada, lo boté, pensando que había otra prueba, pero era definitivamente el documento ganador. Fue incluso medio cómico", según recuerda.