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150
años del natalicio del pintor
Locura
por Van Gogh
Por María Francisca Baeza
Revista El Sábado, El Mercurio. Viernes 14 de marzo de 2003
Los
colores de su vida atormentada, y cada una de sus obsesiones, estarán
presentes en las muestras que conmemoran su nacimiento. "La elección
de Vincent", inaugurada en su museo de Amsterdam, es la primera de
las varias celebraciones que rinden tributo a la existencia del artista
holandés. La misma que fue amenazada por la locura y que fue pródiga
en genialidad.
"Quiero
pintar a hombres y mujeres con un toque de lo eterno", escribía
Vincent van Gogh a su her-mano Theo, en una de las tantas cartas que quedaron
como recuerdo de su increíble relación fraternal. Fue ese
su afán y su meta, porque las personas retratadas por el pintor,
incluido él mismo, alcanzaron la inmor-talidad gracias a sus afiebrados
pincelazos. La imagen que queda de su propio rostro es aquella a la que
él dio cuerpo. Mejor que cualquier foto, porque el verdadero Van
Gogh estaba en esos ojos desorbitados, en la calva incipiente y la barbilla
angulosa, y, claro, en el perfil que ocultó siempre esa oreja que
él, enrabiado, cercenaría casi al final de sus días.
Hoy, 150 años después de su nacimiento, la fiebre por Van
Gogh, el pintor ninguneado por su época, se impone. La extensísima
obra, creada en apenas una década de trabajo pintó
desde los 27 a los 37, cuando murió, es expuesta en los mejores
museos del mundo, junto a la de los artistas que él admiró
y a aquellos que trabajaron bajo su influencia.
Holanda, su país, celebra con tres exposiciones, dos de ellas presentadas
en el Museo Van Gogh, de Amsterdam. Allí ya se inauguró
La elección de Vincent, que reúne alrededor de 200 obras
de artistas que él admiró, entre los cuales están
Rembrandt, Delacroix y Gauguin. Una segunda muestra, Van Gogh y el arte
contemporáneo, se presentará desde junio, e incluirá
los cuadros de artistas modernos que no habrían existido sin su
influencia. Y para observar obras y manuscritos del propio Van Gogh, el
Museo Kröler Müller abrió la muestra Vincent & Helena,
en honor a la fundadora del museo, Helena Kröler Müller, admiradora
y coleccionista del artista.
La fiesta no termina ahí. Exposiciones en Estados Unidos, Italia,
Alemania y Suiza revelan la importancia de su trabajo artístico.
El que permite que Van Gogh haga noticia un siglo después de muerto,
porque un cuadro suyo figuraba perdido en Japón, sin autor conocido
y subastado, por lo mismo, a precio de ganga. Fue rematado en apenas 100
dólares. Hoy, la obra Retrato de una mujer campesina cuesta 250
mil euros.
Ojalá Theo van Gogh, el hermano del artista que ofició también
de representante, supiera cómo le cambió la suerte. En su
tiempo, Theo apenas vendió un cuadro de Vincent. Por 400 francos.
Ahora, el mundo por fin le hace justicia. Y de la mejor forma: llenando
los museos con sus trabajos.
El predicador
"Me asombra que a los girasoles nunca los hubieran pintado como
yo los veo", escribió Vincent a su hermano. Él, que
le entregaba a la realidad un toque mágico, luego de dar una pincelada
jamás volvía a retocarla. El suyo fue un estilo propio,
encasillado en el impresionismo por una cuestión práctica
y por las influencias que recibió de este movimiento. Muchos atribuyen
a sus desequilibrios mentales el origen de su genialidad artística.
Quienes desmienten esto aseguran que Van Gogh sólo pintaba cuando
se sentía muy bien.
A la pintura llegó tarde, recién a los 27 años. "Cuando
me vi rodeado de cuadros y obras de arte, sentí por aquel ambiente
un arrebato apasionado, una auténtica exaltación",
confió en una de sus cartas. En sólo una década de
trabajo, dejó más de 800 pinturas y 900 dibujos, cosa que
se explica solamente por el grado de pasión que demostraba por
su arte. Dejaba hasta de comer por terminar una tela y gastaba el dinero
que no tenía en los mejores materiales; el peor castigo imaginable
era verse alejado de sus pinceles.
Van Gogh nació en Groot Zundert, Holanda, el 3 de marzo de 1953,
justo un año después de que su madre diera a luz a su primer
hijo, un niño que murió al nacer y que tenía los
mismos nombres del pintor: Vincent Willem. El sino de la desgracia lo
acechó desde su nacimiento, y lo iba a perseguir por el resto de
su vida.
Su padre, Theodorus van Gogh, era un pastor de la iglesia reformada holandesa.
La familia entera estaba muy relacionada con el mundo del arte. En 1868,
y después de haber dejado para siempre la escuela, Vincent se puso
a trabajar en la Compañía Goupil & Cie, empresa de vendedores
de arte en La Haya, la misma que más tarde le daría trabajo
a su hermano menor, Theo.
Vincent permaneció en esa galería durante siete años.
En 1873, fue transferido a la sucursal de Londres, donde se enamoró
del rico ambiente cultural de Inglaterra. Durante ese tiempo visitó
la mayor cantidad de galerías y museos que pudo, y llegó
a ser un gran admirador de escritores ingleses. Pero, al parecer, Vincent
no era un buen empleado, y luego de un forzado traslado a París,
fue despedido porque se negaba sistemáticamente a vender pinturas
ajenas a sus gustos personales.
Sin hacerse mucho problema, el joven Vincent tomó sus cosas y volvió
a Inglaterra, donde vivió dos años disfrutando de los atractivos
culturales que lo habían seducido meses antes. En esa época,
decidió que lo mejor que podía hacer para ganarse la vida
era seguir los pasos clericales de su padre, y se autoconvenció
de que esa era su vocación. Como primera etapa, empezó a
dar clases en una escuela y dedicó su tiempo libre al estudio de
la Biblia. Estas lecturas influirían, más tarde, en algunas
de sus obras.
Comenzó a dar charlas de catecismo, pero sus sermones eran poco
brillantes y carentes de vida. Sin embargo, Vincent no estaba dispuesto
a rendirse: al año siguiente, ya de vuelta en Holanda, se preparó
para los exámenes de ingreso a teología. Quedó fuera
por su falta de destreza. Luego intentó entrar en la Escuela Misionera
de Laeken, pero tampoco fue aceptado. En estos meses, Vincent sufrió
mucho al ver que se le cerraban todas las puertas. Casi al borde de la
desesperación, hizo los arreglos con la Iglesia para predicar en
una de las regiones más inhóspitas y empobrecidas de Europa:
la zona carbonífera de Borinage, en Bélgica.
Hasta allá llegó. No pasó mucho tiempo para que su
carácter sensible lo llevara a involucrarse muy directamente en
los problemas de la gente. Su dedicación era tan extrema, que muchas
veces entregaba su propia ropa y comida a las familias necesitadas. A
pesar de sus nobles inten-ciones, la Iglesia consideró excesivo
el actuar del predicador y lo removió de su cargo. Vincent aceptó
dejarlo, pero no salir de Borinage: se quedó un año más
viviendo en condiciones límites de pobreza. Fue ahí, rodeado
por los mineros, cuando Van Gogh empezó a hacer dibujos de sus
amigos. Luego de tantos fracasos, por fin tenía claro qué
quería hacer con su vida: sería artista, pero uno de los
grandes.
La primera obra maestra

Los comedores de papas" fue la primera
obra maestra del pintor holandés, y él quedó
muy satisfecho con su trabajo. El cuadro, centrado en la sencillez
de la vida doméstica, emula un trabajo anterior del artista
Millet, por quien sentía una gran admiración.
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En
1880, y luego de convencer a su hermano Theo, quien ya trabajaba en la
galería de arte, Vincent marchó a Bruselas a estudiar arte.
En 1881, presentó su solicitud para entrar en la École des
Beaux-Arts, pero no soportó la rigidez de la enseñanza.
Autodidacto por elección, aprendió las artes del dibujo
y de la pintura a través de diversos libros, y regresó a
la casa de sus padres. En esa estada, conoció a su prima Cornelia
Adriana Vos-Stricker, más cono-cida como Kerr, de quien Vincent
se enamoró con locura sin ser correspondido.
Este
rechazo lo devastó tanto que marcó el inicio de su vida
atormentada por el fantasma de la epilepsia. Después del desprecio
de Kerr, Vincent decidió ir a visitarla a la casa de sus padres
para tratar de convencerla. Ni siquiera pudo verla. Desesperado, Van Gogh
puso su mano sobre una lámpara de aceite encendida y anunció
que no la quitaría hasta que lo dejaran ver a la muchacha.
A
pesar de los problemas amorosos, Vincent encontró en ese tiempo
al que sería su primer mentor artístico, su primo político
Anton Mauve, reconocido como artista famoso. Su primer juego de acuarelas
fue un regalo de Mauve, quien lo instó a experimentar con el color.
Vincent lo admiraba, y agradecía cualquier gesto de apoyo de su
parte, pero hubo un quiebre en la relación entre ambos cuando Vincent,
en un arrebato de pasión, se fue a vivir con una prostituta, Clasina
María Hoornik.
Vivió
con ella por año y medio, pero la ruptura que siguió a la
relación lo marcó fuertemente. Después del quiebre,
Vincent van Gogh se paseó como un nómada, moviéndose
por toda la región con sus telas y sus pinceles. Luego de este
doloroso peregrinar, regresó a la casa de sus padres, donde siguió
perfeccionando su técnica en pinturas y dibujos, centrándose
en escenas de la vida campesina y retratos de gente humilde. El objetivo
de Vincent era preparar una obra verdaderamente ambiciosa, que no estuvo
lista hasta abril de 1885: Los comedores de papas, reconocida como la
primera obra maestra del pintor holandés. Satisfecho con el resultado,
comenzó a trabajar con más técnica y más confianza.
Supo que para perfeccionarse tendría que dejar Holanda e irse a
La Meca del arte mundial: París, donde además residía
su hermano Theo.
Gracias
a los contactos de su hermano, se familiarizó con todos los artistas
parisinos de ese tiempo, y visitó las primeras exposiciones de
los impresionistas. Los trabajos de Degas, Monet, Renoir y Sisley, quedaron
marcados en su retira y en sus pinceles. En esos días, también
se interesó fuertemente en el arte japonés, lo que se reflejaría
en algunas de sus obras.
Pero
no sólo el arte de Van Gogh fue evolucionando en su estancia en
París. La vida citadina, cargada de mujeres, tabaco y alcohol,
lo sumió en una oscuridad cada vez más profunda, agravada
por el deterioro de la relación con su hermano, con quien siempre
se había llevado bien. El crudo invierno que azotó a la
capital francesa en 1887, terminó de desequilibrar su mente y sus
emociones. Vincent estaba enamorado de la luz y el sol. Y la fue a buscar
al sur, a la ciudad de Arles.
La
oreja y el pelo rojo

En su primera etapa pictórica, Van
Gogh utilizaba colores más oscuros en sus obras, pero el
encuentro con los colores vivos y vibrantes de los impresionistas
de París dejaron una honda huella en su arte.
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El
tiempo en Arles fue fructífero para su arte y para su ánimo.
En esa ciudad, Van Gogh alquiló "la casa amarilla", lugar
donde instalaría el taller con que soñaba. Pintaba, maravillado,
el inicio de la primavera. Y mantenía la esperanza de que más
temprano que tarde, los artistas parisinos se mudarían a su refugio
artístico. La verdad, sin embargo, era que el único interesado
en hacerlo era Paul Gauguin, pero no tenía los medios económicos.
Finalmente, fue Theo quien financió el viaje de Gauguin.
Al
recibir la noticia, Vincent gastó buena parte de su dinero en comprar
materiales de pintura y telas para preparar la habitación de su
amigo, lo que significó pasar días enteros sin comer. A
su llegada, Gauguin encontró 12 cuadros de girasoles en las paredes
de su nueva casa, pero con el paso de los días, la relación
de amistad que había entre ellos se minaba, a medida que empeoraba
el clima de Arles y se veían obligados a permanecer encerrados.
Las
constantes discusiones y diferencias técnicas con Gauguin no tardaron
en hacer mella en la ya frágil mente de Van Gogh. Y es que tenían
modos de ser muy antagónicos: Vincent era todo fuego y actividad,
pintor por pasión; y Paul era reflexivo, lento, artista por determinación.
Esto, unido a las constantes juergas y borracheras (para Van Gogh era
normal beber un litro de vino diario), precipitó la tragedia.
El
23 de diciembre de 1888, y luego de una acalorada pelea, Vincent se cortó
la parte inferior de su oreja izquierda. Se cercenó el lóbulo
con una navaja, lo envolvió y lo llevó a un bar, donde se
lo entregó a una prostituta llamada Rachel. Quería que se
lo entregara a Gauguin. Nunca ha quedado claro si este acto fue sólo
un arranque de locura o una manera extrema de hacerse perdonar por su
amigo. Cómo sea, después del incidente, Van Gogh fue internado
en el hospital Hotel-Dieu, donde sufrió una gran pérdida
de sangre y repetidos ataques de epilepsia. Theo, quien había viajado
desde París al enterarse de los sucesos, lo acompañó
en todo momento.
Para
los primeros días de enero, estaba completamente recuperado. Físicamente,
al menos. En febrero, la depresión le ganó otra vez, y tuvo
una crisis de alucinaciones, en donde imaginaba que era envenenado. Luego
de estos episodios, un grupo de ciudadanos de Arles decidió pedir
for-malmente que "el loco del pelo rojo", como lo llamaban,
viviera bajo vigilancia en el hospital. Después de seis semanas
de mediana reclusión (le permitían salir a pintar al aire
libre, aunque siempre acompañado), Vincent acordó confinarse
voluntariamente en Saint-Paul-de-Mausole, un asilo para enfermos mentales
en Provence.
Gracias
a su buena conducta, pudo volver a pintar al interior del hospital, y
fue por esos días cuando produjo una de sus obras más conocidas:
Noche estrellada. Pero la tranquilidad no duraría mucho y en uno
de sus ataques, intentó ingerir sus pinturas, por lo que se le
prohibió acceder a sus materiales. La medida resultó tan
deprimente para Vincent, que el médico permitió que retomara
sus pinceles días después del incidente. Las crisis de epilepsia,
sin embargo, no cesaron.
El
23 de diciembre de 1889, exactamente un año después de la
mutilación de su oreja, Van Gogh sufrió nuevos episodios,
esta vez mucho más severos y prolongados que los anteriores, lo
que hizo renacer en él las ganas de estar más cerca de su
hermano Theo. Luego de hacer las averiguaciones correspondientes, se decidió
que Vincent volviera a París y quedara al cuidado del doctor Paul
Gachet, un terapeuta homeopático.
Vincent
sabía que el ajetreo de París no ayudaría a su recuperación,
por eso decidió mudarse a la pequeña localidad de Auvers.
Estando allá, disfrutó de la libertad que nunca había
tenido en el asilo: pintaba un cuadro por día y era visitado a
menudo por Theo, su esposa Jo y su único sobrino, al que bautizaron
Vincent Willem en honor a él. Todos pensaron que, por fin, estaba
completamente sano. Pero no era más que la calma que precede a
la tormenta. Vincent seguía afligido. El domingo 27 de julio de
1890, tomó su atril y sus pinturas como lo hacía habitualmente,
y se encaminó al campo. Un revólver iba escondido junto
a sus materiales de trabajo. Vincent van Gogh se pegó un tiro en
el pecho. No murió de inmediato. Herido y tambaleante, pudo llegar
hasta la posada Ravoux, donde fue atendido por el doctor Gauchet.
Theo
corrió para ver a su hermano desde París, y pudo permanecer
junto a Vincent durante sus últimas horas de vida. "Él
mismo quería morir; cuando me senté a su cabecera y dije
que intentaríamos salvarlo, dijo: 'La tristesse durera toujours',
(La tristeza durará por siempre)".
No
para siempre. Hoy, en todos los museos que celebran su nacimiento, reina
la alegría de que el arte concibiera un genio de su talla.
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