Domingo,
12 de Noviembre de 2000
Oscar
Wilde y el misterio del amor
Por Juan Antonio Muñoz H.
Un
30 de noviembre de 1900, tras penosa enfermedad, Oscar Wilde murió
en París. Dejó tras sí una obra inmensa y una
pasión terrible. "Wilde", la película de
Brian Gilbert, actualmente en cartelera, reflexiona acerca de su
fatal inclinación por la belleza, que tomó el cuerpo
del joven Lord Alfred Douglas.
El
problema del arte, con toda su atractiva ambigüedad entre el
bien y el mal, fluye en las líneas de "Muerte en Venecia"
(1913), de Thomas Mann. Relata los últimos días del
novelista Gustav von Aschenbach, quien repasa su inclinación
espiritual y física hacia la belleza, encarnada en el adolescente
Tadzio.
Oscar
Wilde (1854-1900), en "El renacimiento inglés del arte",
decreta que el arte es lo que hace de la vida de cada ciudadano
un sacramento y no una especulación. "Pues la belleza
es la única cosa a la que el tiempo no puede ocasionar daño
alguno".
No
evaluó, sin embargo, el daño que la belleza puede
ocasionar.
Esa
inclinación de Wilde, como también le sucedió
al personaje de Mann, no sólo era intangible sino corpórea,
y se encarnó en Lord Alfred Douglas, Bosie. Es esa relación
la que aborda la película "Wilde" (1997), dirigida
por Brian Gilbert ("Tom & Viv") y basada en la biografía
que Richard Ellman escribió acerca del autor. Julian Mitchell
fue el encargado del guión y los actores Stephen Fry (Oscar)
y Jude Law (Bosie), de encarnar a los protagonistas de esta puesta
en pantalla de la que fue la historia más publicitada y escandalosa
de la Inglaterra de fines del siglo XIX.
En
1882, Wilde desembarcó en Nueva York vestido con su saco
ajustado y camisa con cuello byroniano. Lo esperaba una multitud
de reporteros con la acostumbrada pregunta en los labios: ¿Tiene
algo que declarar? Wilde contestó con amabilidad: "Solamente
mi genio".
Ya
en esos años, era célebre más que por sus obras
teatrales - cuyos éxitos se producirían en la década
siguiente- por la intrepidez con que se burlaba de la sociedad establecida,
haciéndola reír al mismo tiempo. Una actitud radical
con la que no dejaba títere con cabeza, pero que, a la vez,
deleitaba al mundo elegante de Londres.
Pero
ese mismo mundo pronto tendría su venganza. Wilde tenía
36 años y estaba casado con Constanze Mary Lloyd (Jennifer
Ehle) y tenía dos hijos (Cyril and Vyvyen) a los que adoraba.
Pero su humor jugaba a menudo con la contradicción consigo
mismo y el mundo. Se presume que fue el canadiense Robert Ross quien
lo ayudó a reconocer su homosexualidad: Sólo el cuerpo
revela el cuerpo, le dice el personaje del fiel Ross (Michael Sheen)
a Wilde antes de ir al grano.
En
1892, la noche del estreno de su obra "El abanico de Lady Windermere",
le fue presentado el joven y fatal Lord Alfred Douglas (1870-1945),
de 21 años. Fascinado, Wilde inició con él
una relación apasionada y tormentosa que lo consumió
y terminó por destruirlo: se vinculó con círculos
promiscuos, dilapidó el dinero y descuidó a su familia.
Finalmente, fue llevado a los tribunales por el padre de Bosie,
el marqués de Queensberry, y condenado a dos años
de trabajos forzados, que cumplió en las cárceles
de Holloway, Wandsworth y Reading. Murió católico
confeso, el 30 de noviembre de 1900.
Sin
lirismos ni aterrizajes poéticos forzosos, el director Brian
Gilbert muestra en su filme los últimos años de la
vida de Wilde, sin caer en apologías homosexuales, inclinando
su mirada más hacia el sacrificio familiar y personal que
significó Douglas para el escritor. La estructura de su película,
fuerte en imágenes y lenguaje, lleva al público a
reflexionar acerca de la adicción al amor y a la belleza,
y a preguntarse qué es exactamente la libertad, defendida
por tantos, pero inoperanteun mundo normado y exclusivista. También
late en el pulso de "Wilde" un llamado a escuchar al cuerpo
y sus fluidos, quizás siguiendo esa famosa frase del autor:
"El único modo de librarse de una tentación es
sucumbir a ella". Claro que a eso añade un corolario:
"Nada hay peor que no conseguir en la vida lo que uno quiere,
salvo conseguirlo".
La
obtención de esa belleza perfecta a la que aspiraba Wilde
y que Bosie encarnó produjo en su alma y en su salud famosas
heridas:
- ¿Quién
se ha atrevido a herirte? - gritó el Gigante- ; dímelo
y cogeré mi gran espada para matarle.
- ¡No!
- respondió el niño- ; éstas son las heridas
del amor.
El
amor es anterior.
El
jardín es ahora vuestro, niños.
La
belleza le sirve a Wilde para remediar el dolor. Así sucede
en "El príncipe feliz", cuyo tieso protagonista
eleva su inmortalizada belleza adolescente sobre la triste y misérrima
ciudad. Era la Grecia de Sócrates y Platón, con sus
jóvenes indeciblemente cercanos a todo cuanto tuviera relación
con sus maestros, la que resplandecía en la naturaleza de
Wilde. Era un convencido de que había que trabajar porque
los niños amaran todo lo que es bello y bueno "y odien
todo lo malo y feo (pues lo uno y lo otro van siempre juntos)"
("La República"). Adonis, Antínoo y Endimión
son los héroes en estas jornadas. "Sé que Jacinto,
al que Apolo tan locamente amó, fuiste tú en los días
griegos", escribió Oscar a Lord Alfred en enero de 1893.
El
adolescente conde de Tierra Nueva ("El cumpleaños de
la infanta") y el protagonista de "El joven rey"
salen al encuentro para ratificar todo.
"La
belleza es el símbolo de los símbolos. Lo revela todo,
porque no expresa nada". Algo de esto encarnó también
Bosie Douglas, cuyo interior indisciplinado y voluble se fue develando
después. Presumido, indolente, farrero y con una hoy impresentable
soberbia de clase, un verdadero lirio sin aroma, Lord Alfred fue
el depositario del amor de Wilde, quien de inmediato comprendió
que el amor es anterior al conocimiento. Como Shakespeare anuncia
en sus "Sonetos", no se puede amar lo que se conoce; el
amor es anterior. De otra manera, no se produce.
También
el amor fue anterior para Constanze, quien nunca quiso divorciarse
de Wilde y que en su lápida pidió que quedara escrito
que ella fue su esposa.
El
director Brian Gilbert se acerca con refinamiento a estos puntos
y no elude que la obsesión estética no fue sólo
abstracta. Wilde no fue un contemplativo de la belleza: la observó,
la poseyó y la gozó. La belleza era para él
"una forma de genio superior al genio, pues no precisa explicación".
Todo
este mundo espiritual y carnal a la vez se deshoja en la pantalla
a través de una narración que da cuenta de la historia
y también del proceso creativo, haciendo vínculos
muchas veces estremecedores. Así es como "El gigante
egoísta" sirve bien para mostrar la preocupación
profunda y verdadera del Wilde-padre con sus hijos como para acercar
al público a su controvertido mundo interior.
"Hasta
ahora era como una ciudad sitiada", dice Wilde medio pasmado
e incrédulo todavía, al entregarse a uno de sus amantes.
En
el tramado del filme, el niño que no podía alcanzar
las ramas del árbol es Jesús, por supuesto, pero también
un sublimado Bosie, a merced de un padre rico, burro, bruto y burdo.
Y el niño es, por añadidura, el mismo Wilde, identificado
de un lado con el pequeño y también con el Gigante.
En
"De Profundis", su feroz carta al finalmente develado
Douglas, Oscar Wilde asegura que dondequiera que surja un movimiento
romántico en el arte, de algún modo, bajo alguna forma,
estará Cristo o el alma de Cristo. "Cristo nos enseña,
por medio de una leve advertencia, que cada momento debe ser bello,
y el alma debe estar siempre dispuesta para la llegada de su Esposo,
siempre esperando el llamado de su Amante (...) Cuando todo está
dicho, el encanto de Cristo es precisamente este: ser como una obra
de arte. En realidad, no nos enseña nada, pero el simple
hecho de ser conducidos a su presencia nos convierte en algo distinto".
Junto
al relato de "El gigante egoísta", que baña
algunas de las escenas más hermosas (terribles-hermosas,
por replicar a Wilde) de la película, se produce el estreno
de "Salomé" y las vicisitudes que encarnó.
Y otra vez la belleza aparece sobre el altar: "Si me hubieras
visto, me hubieras amado", dice Salomé en el paroxismo,
arrebatada por el recuerdo de las palabras de Jokanaan (Juan Bautista)
y también por el cuerpo que no pudo poseer.
Wilde
vio y amó a Bosie. No sabemos con exactitud si lo mismo ocurrió
al revés.
Amor
y destrucción aparecen, entonces, unidos indisolublemente.
En "Salomé", la protagonista murmura que el misterio
del amor es más grande que el misterio de la muerte, una
sentencia que tiene eco en la carta de la cárcel de Reading,
cuyo destinatario era Douglas: "Si voy a la cárcel sin
amor, ¿qué va a ser de mi alma?".
"Mi
arte todo eres tú".
La
sublimidad de alma no es contagiosa.
La
terrible y larga carta de Wilde a Douglas - la más extensa
que conoce la literatura- termina con una vuelta a los orígenes:
"Viniste a mí para aprender los placeres vitales y los
placeres artísticos. Quizás me fue dado enseñarte
algo mucho más maravilloso: el sentido del dolor, y su belleza".
Bosie
cuenta con algunos defensores que aseguran que fue leal a Wilde,
pero ni sus escritos posteriores ("Oscar Wilde y yo",
de 1914, entre otros) ni su conducta parecen corroborar esa postura.
También culpan a Robert Ross (Robbie) de las diferencias
que se produjeron entre ambos. Sin embargo, a pesar de las diatribas
presentadas contra él por Douglas, lo cierto es que el comportamiento
de Ross con Wilde desde su proceso hasta su muerte es admirable
("Robbie me muestra que posee el tacto del afecto así
como el tacto de la literatura"). Así lo expresa Brian
Gilbert en su película, en la que añade que las cenizas
de Ross, al morir en 1918, fueron puestas en la tumba de Wilde en
Pere Lachaise.
El
relato-ensayo "El retrato de mister W.H.", en el que Wilde
escarba en la identidad del destinatario de los "Sonetos"
de Shakespeare, invita otra vez a revisar esa cumbre de la poesía
erótica y a jugar con las implicancias.
¿Quién
es ese joven hermoso al que canta Shakespeare? ¿Por qué
los sonetos parecen primero destinados a un hombre y luego a una
mujer? Wilde heredó de Shakespeare ese amor inclaudicable
por la belleza:
"Quién
era aquel cuya belleza física era tal que se convirtió
en la misma piedra angular del arte de Shakespeare, la fuente misma
de la inspiración de Shakespeare, la encarnación misma
de los sueños de Shakespeare", se pregunta Wilde.
Quién
fue aquel a quien el dramaturgo del Avon le escribió: "Mi
arte todo eres tú, y tú promueves mi ignorancia a
la altura del saber".
Wilde
- en representación de una teoría de Cyril Graham-
responde que no pudo ser otro sino para quien creó a Viola
e Imogen, a Julieta y Rosalinda, a Portia y a Desdémona y
a Cleopatra misma, en alusión a algún actor joven
que debió interpretar esos papeles en tiempos en que las
actrices estaban prohibidas.
¿Qué
heredó Douglas de Wilde? No lo sabemos y no importa.
José
Emilio Pacheco, en las notas para su traducción de "De
Profundis", señala que no podemos saber qué hubiera
escrito Wilde si no hubiera conocido a Bosie o si se hubiese enamorado
de otro. "Sólo podemos observar que durante los cuatro
años transcurridos entre su encuentro con Bosie y su caída,
Wilde escribió la mayor parte de su obra literaria, incluso
su única pieza maestra".
Shakespeare
y su soneto XX miran a Wilde y a Alfred Douglas caminar de la mano
por Londres:
...y
en un principio fuiste para mujer creado, más la naturaleza,
chorreando al trazarte, al
añadirte algo me defraudó contigo, sumándote
una cosa que no hace a mi propósito.
Mas
ya que te dotó para placer de hembras, será
mío tu amor; tesoro de ellas su uso.
El
Poeta Muerto.
En
sueños le vi la última noche. Su semblante
esplendoroso no tenía ya sombra de desgracia.
Y,
como antaño, imponderable, musical, yo oía su voz
de oro, le veía descubrir la gracia oculta de las cosas triviales
y conjurar los encantos incluso del vacío, hasta vestir las
cosas de belleza, cual de un ropaje, y hacer de este mundo un lugar
encantado.
Luego
me vi ante herrumbrosa reja llorando por la pérdida de palabras
inexpresadas, de cuentos olvidados, de misterios revelados a medias,
de ignotas maravillas que hubieran podido salir a la luz y
de pensamientos sin voz, semejantes a acuchillados ruiseñores.
Y al
despertarme supe que él había muerto.
Soneto
escrito por Lord Alfred Douglas en 1901, meses después de
la muerte de Wilde. Fue publicado en su libro "Sonnets",
de 1909. El propio Douglas dijo que se refería a Oscar Wilde.
Tomado de "Cartas a Lord Alfred Douglas", de Oscar Wilde,
en traducción y notas de Luis Antonio de Villena. Tusquets
Editores, 1987.
El
Discípulo
Cuando
murió Narciso, el remanso de su placer se trocó de
una copa de aguas dulces en una copa de lágrimassaladas,
y llegaron llorando a través de los bosques las ninfas de
las montañas, las oréades, para consolar al remanso
con su canto. Y cuando vieron que el remanso se había trocado
de una copa de aguas dulces en una copa de lágrimas saladas,
soltaron las verdes trenzas de sus cabellos y gritando al remanso
le dijeron: - No nos sorprende que hagas un duelo tal por Narciso,
tan hermoso como era. - ¿Era hermoso Narciso? - dijo el remanso.
- ¿Quién había de saberlo mejor que tú?
- respondieron las ninfas- . A nosotras siempre nos desdeñaba,
pero a ti te cortejaba, y solía recostarse en tus orillas
e inclinarse a mirarte, y en el espejo de tus aguas reflejaba gustoso
su belleza. Y el remanso respondió: - Pero yo amaba a Narciso
porque, cuando recostado en mis orillas se inclinaba a mirarme,
en el espejo de sus ojos veía mi propia belleza reflejada.
Traducción de Catalina Montes, publicada en "Cuentos
completos", de Oscar Wilde. Colección Austral, Espasa
Calpe, 1988.
-En
1903, Max Reinhardt puso en escena "Salomé", en
Berlín, y Richard Strauss anunció que la convertiría
en ópera. Desde entonces, Oscar Wilde se transformó
en el autor de lengua inglesa más leído y traducido
después de Shakespeare. El biógrafo de Wilde Richard
Ellman dice que es Wilde el que aparece en esta foto; sin embargo,
el nieto del escritor, Merlin Holland, asegura que no es así
y que sería la soprano húngara Alice Guszalewicz.
-En
"De Profundis", Wilde (en la foto) escribe a Bosie: "No
se me ocurrió que tú podrías tener el supremo
vicio: la limitación de espíritu".
-Se
dice que Lord Alfred Douglas fue procolonialista, antisemita, antinegro
y antiirlandés. Churchill lo encarceló durante seis
meses en 1923, debido a sus calumnias. Estando en prisión
redactó "In Excelsis", donde escribió que
Wilde es "la mayor fuerza del mal abatida sobre Europa en los
últimos siglos".
-Constanze
Mary Lloyd nunca quiso divorciarse de Wilde y pidió que en
su lápida quedara escrito que ella fue su esposa.
-Stephen
Fry en el papel de Wilde, aquí en una escena de vida familiar.
Wilde debió sufrir que le negaran ver a sus hijos después
del juicio ganado por el marqués de Queensberry. Wilde, en
su carta de la cárcel de Reading, escribe que Cyril, su hijo
mayor, es "mi mejor amigo, mi mejor compañero".
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