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Domingo,
16 de Febrero de 2003
Literatura. Humor:
¿Existe el humor inglés?
Guillermo Cabrera Infante (Letras libres)
La
obra de Cabrera Infante siempre se ha observado en el espejo de
la tradición literaria inglesa. En esta ocasión, el
autor rescata a dos ingenios apenas conocidos (Sydney Smith y Douglas
Jerrold) y rinde homenaje al sentencioso virtuosismo de Oscar Wilde.
Ya no
más. "Antes había gigantes" es una frase
que rima con elegantes, pero es un verso verdadero tomado de la
Biblia. (Entonces se llama versículo. Suprima la rima.) La
frase completa diría: el humor inglés, de haberlo
sido, ya no existe más. Pero los que no saben (aunque creen
que saben) lo repiten ad nauseam. (Que quiere decir hasta la náusea:
un poco de latín siempre viene bien para parecer erudito.)
Es como la frase hecha slogan del pasado: "España es
diferente." Será deferente pero ya no es diferente:
el canto del eurogallo la iguala a toda Europa.
El
humor inglés existía antes sólo por la presencia
de dos o tres genios que yo me sé. Voy a nombrarlos en orden
de aparecidos: Pope, Swift, Sterne, Jerrold, Wilde, Carroll, Smith.
Smith no es un Smith cualquiera: es Sydney Smith. Mientras Jerrold
completo es Douglas Jerrold.
La
frase English humour no tiene, a pesar de los pesarios, traducción.
Solamente la admite el Diccionario de la Lengua Española
(Real Academia Española en su 5ta. acepción y bajo
el acápite de humourisme: el subrayado no es mío,
GCI.) La palabra es de origen francés pero el concepto, además
de los humores del cuerpo, en inglés viene del siglo XVIII.
(Shakespeare no la conocía pero Addison, parador de paranomasias,
sí.) Lo que llamamos "humor inglés" (como
en la frase feliz y falaz "¡Qué sentido del humor
tienen los ingleses!") es una invención de la segunda
mitad del siglo XVIII y del siglo siguiente, hecha o divulgada por
autores que no se conocen en España o se conocen sólo
sus nombres, como Sydney Smith y Douglas Jerrold.
La
señora Caudles
Sydney
Smith fue, como Laurence Sterne, presbítero y autor epónimo,
como lo fue también el reverendo Charles Lutwidge Dodgson,
más conocido por todos como Lewis Carroll. Jerrold, ese gran
desconocido, es autor de la colección Mrs. Caudle's Curtain
Lectures, de la que Peter Ackroyd, el biógrafo de Londres,
en su presentación y mutuo acuerdo, empezó por decir:
"Los titulitos de estas 'charlas' son más que suficientes
para presentar la escena: 'Mrs. Caudle desea saber si ellos van
a la playa o no, este verano - eso es todo' y eso es todo",
y es el título de la supuesta charla entre marido y mujer
(que es lo que es todo el libro). Aquí, como es usual, siempre
tiene la voz y el voto la mujer. Ahora Ackroyd, que es un solterón
y sempiterno, siempre tierno, amante de Londres, termina así
su presentación: "Douglas Jerrold se ha ganado un puesto
junto a Oscar Wilde y Mark Twain como uno de los grandes genios
cómicos de su siglo. Murió joven, a la edad de cincuenta
y cuatro años, pero no Mrs. Caudle - que es inmortal."
Yo
diría que es Jerrold el inmortal, y su personaje es inefable
y eterno en esta compilación que se puede llamar Mrs. Caudle
actúa desde sus sábanas. La señora sonora tiene
el nombre que se merece. Caudle es una bebida caliente hecha con
cachaza y especias y es usada como catolicón, es decir, una
panacea, palabras que una en latín y la otra en griego quieren
decir lo mismo: una cura para todo mal.
O
para todos los males. Para aquellos de ustedes que padecen de otalgia,
es decir dolor de oído, hay que atar cabos. (¿No sería
mejor atar sargentos o locos?)
En
su pandecta, publicada por primera vez en 1845, Jerrold escribió:
"raindrops to fall upon a man's head", frase que usurpó
Burt Bacharach para el tema de Butch Cassidy & the Sundance
Kid con el título de "Raindrops Keep Falling on my Head",
que fue el hit de esa temporada en el paraíso (la mejor localidad
de un cine) y por la que no le pagaron un centavo de cobre al pobre
Douglas. (¿Puedo llamarlo así?) Y no le pagaron nada
porque su obra entera es ya desde hace rato pasto del dominio público.
(Sigue abajo un tesoro de Jerrold y que se lo coja el que pueda.
Mi traducción será incompetente o adecuada: eso que
lo decida el lector. Pero puedo adelantarles que les saldrá
gratis.)
"Y
esto es, sin duda, la causa accidental de la siembra literaria -
que se desarrolla como una flor- de Mrs. Caudle. Pero dejen que
un jurado de gentiles mujeres decidan." ¿No les suena
esta frase como dicha antes en alguna otra parte? Déjenme
que yo lo diga. Fue el viejo zorro de Nabokov quien la puso en la
boca pecaminosa de un cierto, incierto Humbert Humbert. "Era
una tarde espesa y negra y ventosa, cuando este escritor se detuvo
frente al campus de una escuela suburbana." (Una parrafada
perfectamente moderna.) Escribo campus por "campo de juego":
mea culpa. Pero el resto le pertenece al adelantado Jerrold. Prosigue
la trama. "La tierra parecía (o aparecía) con
un techo del más viejo plomo." La duda entre paréntesis
es mía, pero ¿no les parece resolver una frase tan
común como "el cielo plomizo" de una manera elegante
- y hasta original?
Sigue
el bueno de Douglas: "y vino el viento, afilado como el cuchillo
de Shylock". Ustedes saben quién es Shylock: aquel que
para saldar una duda, deuda, quiso cobrarse una libra de carne -
humana. "Los muchachos que juegan no piensan en los hombres
hechos y derechos en que se volverán un día, dibujados
como ciudadanos graves." Aquí la frase en inglés,
"grave citizens", incluye a la tumba y a la muerte y enseguida
habla Douglas del viento del este que "corta los hombros de
esos viejos, viejos hombres en sus cuarenta pero que tienen las
caras rollizas (rojizas, dice Jerrold) y la sangre ligera para hacer
lo que hacen. Y el escritor, mirando con los ojos del sueño,
todavía puede musitar en la robusta alegría de esos
muchachitos alegres, para quien el inspector de impuestos era un
animal tan raro como un hipopótamo". Parece Chéjov,
¿no es verdad? Pero esa parrafada feliz fue escrita cincuenta
años antes de Chéjov.
Dirigirse
un narrador (o si lo prefieren, la voz detrás de la voz:
el autor) a un jurado o a un juez (todos imaginarios) es un recurso
común a la literatura del siglo XX y todavía funciona
en el presente siglo del sigilo. Pero hacerlo en 1841 es una innovación
de Jerrold como otras que si tienen un momento de respiro en la
lectura, o una pausa en mi conversación, podrán apreciar
en el fingido prefacio "La cortina de Mrs. Caudle" de
sus Charlas. "Señora del jurado", comienza Jerrold
el penúltimo párrafo de su obra maestra, para proseguir:
"no hay entonces una clase de cartas (recuerden que carta y
letra son la misma palabra en inglés: letter, GCI) que misteriosamente
causan un efecto sin causa aparente". Para seguir, perseguir,
su tarea demoledora de una mujer inolvidable: '[...] De otra manera
(que es la misma manera, para nuestro autor, GCI) dónde si
no puede crecer en un patio de recreo, dónde sino en una
turba de escolares debía aparecer MRS. CAUDLE?' ¿Dónde,
digo yo GCI, sino en un libro como éste?
No
sólo el contenido de este tomo creó el público
lector que creía al magazine Punch el nec plus ultra del
humor inglés, todavía no bautizado, sino a escritores
del mejor humor como Evelyn Waugh, con su nombre propio impropio
que mucha gente creyó que era la firma de una autora. O Anthony
Burgess, que declaró ante todos los jurados: "Éste
es uno de los libros más cómicos del idioma."
Se refería al inglés y a Mrs. Caudle.
Whighs,
tories y wit
Sydney
Smith es uno de los humoristas casi secretos de Inglaterra. Como
Laurence Sterne y Lewis Carroll, era clérigo y fue famoso
también por sus sermones que, reunidos, los publicaría
para mayor regocijo de su parroquia - y de los muchos lectores que
se ganó con sus polémicas políticas. Smith,
según uno de sus exégetas, fue reconocido como conversador
ameno, "tan descacharrantemente (¡uf, que palabra tan
larga!, GCI) cómico, creando imágenes de un absurdo
delirante a las que se unían sus contertulios, que era famoso
que se caían de sus asientos y rodaban por el suelo".
Sydney
Smith ha sido llamado nada menos que por el historiador Thomas Macauley
"el más sabio de los ingenios y el más ingenioso
de los sabios". Smith fue miembro del círculo literario
escocés (él, que no podía ser más inglés
de lo que era) en el que figuraba, eminente, sir Walter Scott, y
fue fundador de la prestigiosa Edinburgh Review, una de las más
célebres revistas literarias del siglo XIX inglés.
Cuando poco después se instaló en Londres, capital
no sólo de una nación sino también de un enorme
imperio, figuró entre los whighs de Holland House, un cenáculo
literario y político, y fue un prestigioso presbítero.
Ahora déjenme hablarles de whighs y del wit. Los whighs fueron
primero un grupo ancestralmente opuesto a los tories (los actuales
conservadores), que luego se integraron al partido liberal, que
fundaron. Macauley se deshizo en elogios del wit de Smith y lo llamó
"el más grande maestro del ridículo después
de Swift". Smith respondió con una de sus salidas y
declaró que Macauley era un "brillante conversador -
sobre todo cuando se calla la boca".
Famoso
wit en su conversación y hombre de gran ingenio tanto en
sus cartas, privadas, como en sus sermones publicados, y en ambos
ámbitos de una aparente y superficial frivolidad, Smith fue
uno de los grandes hombres de ingenio de su época. Wit, según
el mismo Smith, es eso que "descubre las verdaderas relaciones
de algo que no es aparente [...] el placer que se deriva del wit
procede de nuestra sorpresa al descubrir dos cosas similares de
las que uno nunca sospechó su similitud [...]. La práctica
del wit descubre conexiones entre varias acciones de las que un
torpe no encuentra ninguna". Ser un wit en acción le
impidió a Smith ser obispo de su iglesia, como aspiraba,
y ser enviado a una parroquia en el campo finalmente.
El
wit, como el ole, no tiene explicación cómica, pero
sí resultados graves. No sólo Smith creía que
debía ser obispo en Londres, sino que éste era un
ascenso merecido según sus amigos y contemporáneos.
Tanto que uno de sus amigos le pidió que intercediera en
sus favores y Smith le escribió diciéndole que le
pediría a San Pablo (la gran catedral londinense se llama
St. Paul), pero que no estaba del todo seguro de que lo oyera. De
su nueva, inesperada y nada deseada parroquia declaró que
quedaba "a doce millas del más próximo limón".
Además de que apenas podía distinguir "entre
un nabo y una zanahoria". De su exilio opinaba que "todas
las vidas fuera de Londres están equivocadas" y "el
campo es una suerte de tumba saludable". Pero también,
además de reconocido gourmet, era más que eso: era
un goloso prominente "capaz de poder asar a un cuáquero",
a los que llamó avena - que es la traducción del destemplado
desayuno escocés. Fue un gran amante del té, bebida
nueva, dijo: "¡Gracias sean dadas a Dios por el té!
¿Dónde iría a parar el mundo sin el té?
¡Estoy realmente contento de no haber nacido antes que el
té!" Poco después murió, a la edad considerable
de 73 años. Aunque nunca fue un religioso respetable, murió
en 1845 en olor de santidad - protestante. Su recomendación
para una buena religiosidad: "Nunca le cedas el paso a la melancolía."
A
Sydney Smith se le considera un antecedente directo de Oscar Wilde.
Suya es una salida como venida de Wilde: "Nunca leo los libros
que critico. Prejuician tanto..."
Habría
que hacer un paréntesis llamado Charles Dickens, pero Dickens,
como dijo Borges de Quevedo con más justicia, es toda una
literatura, cómica, tragicómica y trágica a
la vez, mientras que P.G. Wodhouse es un humorista y no tiene relación
con los wits.
Entra
Oscar Wilde sonriendo a pesar de sus malos dientes. Wilde es la
verdadera encarnación del ingenio inglés en todo lo
que hizo: poesía, novela, teatro, oratoria, cuentos. Hizo
de todo y primero fue famoso en vida, luego notorio como personificación
del desvío sexual. Pero sus frases y salidas de tono brillan
todavía. Su recurso literario favorito era la inversión
o la solución brillante de un acertijo que él mismo
fabricaba. Por ejemplo, una de sus frases más conocidas es:
"La diferencia entre una gran pasión y un capricho es
que el capricho dura más." En esta frase está
todo su método. El lector, o, casi siempre, el oyente espera
que Wilde se decida por la gran pasión como la más
duradera forma de amor, pero Oscar decide sorprendernos y escoge
el capricho. Esta solución siempre sonriente es una de las
características de su wit. Está también su
eterna modernidad. Wilde murió en 1900, pero es de veras
nuestro contemporáneo. Borges, que está tan lejos
formalmente de Wilde, dice de él que siempre tenía
razón. (O por lo menos parecía tenerla.)
Wilde
lo tenía todo y él mismo lo declara sin ambages. "No
había nada que yo dijera o hiciera que no hiciera a la gente
maravillarse." Esto que parece una boutade es una declaración
verdadera. Su éxito fue vertiginoso pero su caída
fue fulminante. Cuando se celebró (celebrar es el verbo)
su doble juicio tenía cuatro piezas de teatro escenificadas
en Londres y no había dicho suyo que no fuera repetido por
todos. Fue una frase suya la que decidió su futuro y el resto
de su vida. Al encontrarse en su club con que el marqués
de Queensberry, padre de su amante Lord Alfred Douglas, conocido
por todos, el bajo mundo y la alta sociedad, como Bosie, le había
dejado su tarjeta de visita con una dedicatoria que era una provocación,
Wilde cayó de lleno en ella. La tarjeta decía en su
anverso: "A Oscar Wilde que posa como sodomita". Wilde
la mostró a su inseparable amante y le dijo: 'Ya ves, Bosie,
si yo tengo razón. La clase criminal no tiene buena ortografía.'
La respuesta de Bosie fue compelirlo a que le pusiera a su padre
un pleito por difamación.
Durante
el juicio Wilde, llamado por siempre Oscar, dio una muestra de su
ingenio y de dominio del wit. Hasta que su fiscal le tendió
una trampa y le preguntó si había besado a determinado
boy (en Inglaterra nada más se besaban los amantes), y Wilde
cayó en la trampa: "Oh no", dijo, "es demasiado
feo." Su frase no era ingeniosa pero era verdadera, y con ella
su mundo se vino abajo. Ganó su juicio esa vez, pero perdió
un juicio sucesivo y fue condenado por pederastia. (Una ley recientemente
refrendada castigaba la homosexualidad con penas de cárcel.)
Wilde, ya no más el querido Oscar, fue condenado a dos años
de cárcel - y el resto es su final. Al término de
su condena se exilió en París y no dejó de
hacer frases ingeniosas que ahora eran amargas. Vivió en
un hotel de mala muerte, del que dijo: "Libro una eterna batalla
(que perderé) contra el papel de mi pared." A un amigo
que le dolió que se alojara en semejante tugurio le dijo:
"Voy a morir como he vivido: más allá de mis
medios." Murió poco después, a horcajadas del
siglo en que había sido famoso y el siglo en que sería
sinónimo de infamia. Las verdaderas causas de su caída
fueron no su homosexualismo, que muchos famosos de su época
practicaban, sino haberse creído igual a la familia de su
amante Bosie y, sobre todo, ser un mayor aristócrata que
el infame marqués de Queensberry, cuyo único reclamo
a la fama fue haber establecido ¡las modernas reglas del boxeo!
El
hombre que dijo "No saber nada de sus grandes hombres es uno
de los elementos necesarios de la educación inglesa",
Oscar Wilde, el escritor, el hombre más brillante de su tiempo,
murió anónimo y miserable. Estoy tentado de citar
algunas de sus salidas, pero son tantas que me ataca lo que los
franceses llaman un embarazo de riquezas. Aunque puedo escoger una
que fue como su divisa: "La vida es demasiado importante para
hablar en serio de ella".
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