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Domingo,
20 de Abril de 1997
Oscar Wilde de moda en Londres
Oscar Wilde se ha vuelto repentinamente de moda en Londres
con dos de sus más famosas comedias y una antología
de sus más famosas frases combinada con un panorama de su
vida y sus problemas en cartel en el West End.
Se trata de una vuelta a la moda del escritor irlandés que
no tiene nada que ver con aniversarios ni centenarios habiendo nacido
en Dublín en 1854 y muerto en París en 1900.
Todo
empezó con "The Importance of Being Oscar" (La
importancia de llamarse Oscar) "ingenio, triunfo y tragedia
de Oscar Wilde", preparado por Micheal MacLiammoir, un one-man
show que Simon Callow hace en el Savoy hasta el 10 de mayo sin molestarse
siquiera en sacarse esa barba a perilla que lo distingue y que el
escritor irlandés nunca lució en su vida.
Contemporáneamente
se representa con éxito en el Royal Haymarket "El abanico
de Lady Windermere" con Gabrielle Drake y Rosalind Knight bajo
la dirección de Braham Murray y del 1 al 24 de mayo Janet
Brown y Shirley Stelfox actuarán en "Una mujer sin importancia"
también en el Haymarket pero el de Leicester Square.
Hesse y Mann
Cuando
se encontraron por primera vez en 1904 en Munich en lo del editor
alemán S. Ficher, Hermann Hesse y Thomas Mann ya eran escritores
célebres:
surgió
en ese instante una larga correspondencia entre los dos hombres,
publicada íntegramente este mes en París por primera
vez. En el momento de ese primer encuentro, ambos apuntaban a un
brillante porvenir literario. Sin embargo, ese primer cara a cara
no pareció dar, en lo inmediato, demasiado resultados. Al
principio espaciados, después regularmente, el contenido
de las cartas que se enviaban los dos hombres fue creciendo en intensidad
con el tiempo y sólo se interrumpió con la muerte
de Mann en 1955. Este volumen publicado por la editorial José
Corti ("Hermann Hesse-Thomas Mann-Correspondance"), presenta
por primera vez la totalidad de las cartas conservadas así
como varios documentos anexos que, aclarando los telones de fondo
históricos, ideológicos o personales de la amistad,
permiten apreciar justamente los puntos esenciales de la misma.
Entre estos dos gigantes, conscientes de representar cada uno a
su manera una buena parte de lo que la tradición humanista
alemana podía tener de más precioso, se ve cómo
se profundizan los lazos y la estima mutua a medida que se van elevando
los edificios majestuosos de las dos obras. Pero hay otra cosa:
en la guerra que la locura del siglo desarrolla contra estos mismos
valores humanistas, Mann y Hesse se hallan rápidamente en
primera línea, empujados por los acontecimientos y se ven,
quieran o no, obligados a tomar claramente posición. Entre
Hesse, que renuncia en 1930 a la sección de literatura de
la Academia de Artes de Prusia, y Mann, que lo alienta en 1931 a
hacerse reelegir, entre uno que se niega con una constancia intransigente
de elegir un campo, y el otro, que en 1936 y no sin vaivenes solidariza
por fin sin reservas con la emigración alemana que escapa
del nazismo instaurado en 1933 en el país, son dos concepciones
del rol del escritor, de la misión del intelectual que se
oponen a menudo, pero se unen a veces, como por ejemplo en la opinión
que expresan sobre la Alemania occidental de después de 1945.
Sin embargo, fueron necesarios muchos años, tal como se lo
comprobará al estudiar este grueso intercambio de cartas,
para que Thomas Mann y Hermann Hesse superen un tono formal y de
estima distante. Pero, incluso con los progresos paulatinos de una
cordialidad entre los dos hombres y de una afección sin duda
sincera, nunca hubo entre ellos una verdera familiaridad.
Fueron
necesarios esperar los últimos años de la vida de
ambos para que desaparezcan de las cartas las fómulas de
tipo "Querido señor" que se repetían constantemente.
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