Domingo, 23 de Noviembre de 1997

Vergüenza, escándalo y represión sexual

Por F.V

¿Qué fue lo que hizo Oscar Wilde que dejó al público victoriano en tal estado de espumante e incontinente ira? Había noticias de escándalos sexuales en el pasado cercano, como aquel de los políticos Dilke y Parnell, e incluso el escándalo homosexual del burdel de la calle Cleveland, que, se dijo, involucró a la realeza. Aun así, fueron los tres juicios a Oscar Wilde los que se emblematizaron como la marca de la degenaración moderna.
Michael S. Foldy, en su libro The Trials of Oscar Wilde: Deviance, Morality and Late-Victorian Society, intenta ordenar los juicios dentro de su contexto cultural, incluyendo un examen al hecho de que Oscar Wilde pudo ser un chivo expiatorio, arrojado a las garras de los moralistas, para distraer la atención sobre homosexuales más connotados. Esta teoría de conspiración se basa en el hecho de que el demente Marqués de Queensberry, cazador de Wilde, tenía dos hijos homosexuales, no uno. Estaban Lord Alfred Douglas, "Bossie", que era el amante de Wilde, y Lord Drumlanrig, que era secretario de Lord Rosebery, el Primer Ministro liberal, y uno de los apuestos jóvenes con que Rosebery gustaba de rodearse. Drumlanrig murió en un incidente pistolesco el año anterior al arresto de Wilde, casi con certeza un suicidio, que hubiese constituido un sacrificio para evitar el escándalo de su affaire con Rosebery.

Queensberry no tenía duda alguna acerca de las proclividades del primer ministro, refiriéndose por escrito "a esos raros snobs como Rosebery. Foldy, el autor del estudio, sugiere que Queensberry poseía evidencia incriminatoria de la homosexualidad de Rosebery, y que el loco marqués amenazó con usar esta información con el objetivo de manipular el juicio a Wilde en la dirección que él quería: crucialmente, para asegurarse de que hubiera un segundo juicio criminal, luego de que el jurado se rehuso a condenar a Wilde basado en la corrompida evidencia.

Foldy conecta la persecución a Wilde con el colapso nervioso de Rosebery (su depresión e insomnio), que comenzó en febrero de 1895. En esa época, Queensberry acusó públicamente a Wilde de sodomía. La concurrente depresión de Rosebery continuó durante el período de los juicios, pero se detuvo luego del cierre del caso de Wilde en mayo de 1895.

El tormento mental de Rosebery puede ser conectado al juicio de Wilde de una manera más impersonal, en el que el primer ministro estaba viendo, en reportes de juicio, la pública denigración de un estilo de vida que él sustentaba. El juicio de Wilde fue una choqueante explosión para la expresión personal del sexo; todos los homosexuales estaban angustiados, como también lo estuvieron libertinos heterosexuales de la talla de Frank Harris, el inescrupuloso amigo de Wilde que tenía plena conciencia de estar viviendo dentro de una oscura edad de represión sexual.

Yendo más lejos, hay pequeño mérito en la sugerencia de que Queensberry tenía documentos secretos que implicaban al primer ministro, los que guardó para influir en el juicio: una vez Queensberry persiguió a Rosebery con una fusta (en un incidente que no está relatado en este libro). ¿Es esa la clase de persona que juiciosamente habría guardado un poco de información para más adelante, pero dado el momento no la usara?

Foldy se pasea por tierra firme cuando relata el desarrollo en el pensamiento sociológico inglés contemporáneo: cómo "pureza social" y "nuevo liberalismo" estaban siendo interpretados dentro del contexto de las nociones actuales de sociedad. La visión prevaleciente fue que las sociedades estaban viviendo organismos, sujetos al usual proceso humano de nacimiento, crecimiento, decaimiento y muerte. Para una población victoriana tardía, en la que se imponían los rasgos de la historia de Roma, existía una siempre presente ansiedad acerca de la caída del imperio y de la nación. Los invertidos sexuales fueron vistos como una prueba de degeneración. Wilde era una amenaza para la salud de Inglaterra, y su castigo fue un intento de la sociedad de limpiarse a sí misma.

Foldy recoge de esta manera de pensar un escenario más allá para demostrar que llega cerca de la posición misma de Wilde, excepto que Wilde veía esto desde el punto de vista opuesto. Su sexualidad aberrante era parte integral de su estética personal su divina decadencia, como se expresó en la literatura, y fue esta estética la que amenazó los valores de la sociedad victoriana tardía. Foldy dibuja un cuadro del auténtico Wilde con sus ingeniosas paradojas, su desprecio a las convenciones y su fascinación con lo subversivo; él difícilmente podía refrenarse de socavar los valores sociales, e incluso los procedimientos solemnes de su juicio criminal fueron objeto de sus sarcásticas pullas.

Wilde fue un revolucionario confeso, con la misión de subvertir la compulsiva heterosexualidad de las clases medias, de subvertir el sistema de clases cultivando amistades con la clase trabajadora y llevándolos a los restoranes y hoteles de la clase media, y de subvertir la ley comprometiéndose en actos sexuales ilegales. La sodomía de Wilde, para Foldy, es el estatuto físico central de su rebelión.

Jad Adams, The Sunday Times Books LIBRO POSTUMO DE JORGE TEILLIER Al cumplirse casi dos años de la muerte de Jorge Teillier (1935-1996), la casa editora del Fondo de Cultura Económica publicó En el mudo corazón del bosque (Cuadernos de la Gaceta), obra póstuma del poeta, que reúne más de treinta poemas inéditos, incluyendo además un texto escrito a los diecisiete años, donde se pueden apreciar las diversas influencias o lecturas que tenía hasta entonces; Neruda, Huidobro, entre otros. En ese poema, titulado "Estación Sumergida", ya estaba presente el germen del realismo secreto que se transformó en el leit motiv y atmósfera de gran parte de su obra.

El mundo descrito por Teillier en este libro es el mismo que solía habitar, y que una vez describiera en el prólogo a Muertes y maravillas (Antología, Editorial Universitaria, 1971): "aquél atravesado, por la locomotora 245, por las nubes que en noviembre hacen llover en pleno verano y son las sombras de los muertos que nos visitan, según decía una vieja tía; aquel mundo poblado por espejos que no reflejan nuestra imagen sino la del desconocido que fuimos y viene desde otra época hasta nuestro encuentro, aquel donde tocan las campanas de la parroquia y donde aún se narran historias sobre la fundación del pueblo". Los poemas abarcan distintas épocas, desde 1963 a 1996 y lo confirman como uno de los grandes poetas chilenos de este siglo.

Si bien no recibió el Premio Nacional de Literatura (distinción merecida de sobra), sus lectores, que según él no eran más de tres mil, se suman día a día y no sólo en Chile. En Estados Unidos sus antologías han recibido elogios, en México y otros países su obra constantemente tiene nuevos admiradores. Sus textos han sido traducidos al inglés, francés, eslavo, italiano, sueco y rumano.

Entre los poemas más notables de este libro está, "Carta a un cura rural" (Paráfrasis de René-Guy Cadou): "(Dios mío, déjame admirar a este cura rural/ él sabe más que yo de los misterios que nos acompañan/ y lo que escribe en verso en su blanca habitación/ no es sino un susurro tuyo que yo amaría recoger) /Querido amigo, permítame pues que me una/ al huérfano, al caballo golpeado, a sus abejas/ y que me sea posible oír sus cantos/ en el momento justo del juicio final".

Teillier, perteneciente a la generación del 50 junto a notables poetas como Enrique Lihn, Alberto Rubio, Armando Uribe, reflexionando acerca de su oficio o manera de ver el mundo nos dice: "no importa ser buen o mal poeta, escribir buenos o malos versos, sino transformarse en poeta, superar la avería de lo cotidiano, luchar contra el universo que se deshace, no aceptar los valores que no sean poéticos, seguir escuchando el ruiseñor de Keats, que da alegría para siempre. El poeta es un ser marginal, pero de esa marginalidad y de este desplazamiento puede nacer su fuerza: la de transformar la poesía en experiencia vital, y acceder a otro mundo, más allá del mundo asqueante donde vive". Sin lugar a dudas, Jorge Teillier fue fiel a sí mismo hasta el último día de su existencia, y fue quien mejor supo aunar la síntesis de un Sur mítico, el mismo paisaje de la Frontera, que Neruda llamó el pequeño Far West, presente en la obra de los poetas que conocieron de cerca ese territorio. Se sentía afin a lo que él mismo definió como poesía lárica, para resguardar la memoria de los antepasados, su valor humano e imperecedero.

De los que cultivaron ese universo poético están Efraín Barquero y Rolando Cárdenas, poetas que se adhirieron a la tradición de la poesía chilena, contribuyendo de esa manera a atesorar lo más genuino de nuestra tierra.

En el mudo corazón del bosque viene a llenar el vacío que dejó en nuestra literatura, el 22 de abril de 1996, fecha en que muriera, y se suma a otros libros de su autoría, como Para ángeles y gorriones, El árbol de la memoria, Poemas del país de nunca jamás, Los trenes de la noche, Muertes y maravillas, Para un pueblo fantasma, y Hotel nube, entre otros. No está de más decir que este libro no espera otra cosa que el milagro azul de estrellase otro siglo y lo sitúa como una de las voces importantes de la poesía hispanoamericana en la actualidad. Su nostalgia, más bien del futuro, lo llevó a escribir, "Si alguna vez/ mi voz deja de escucharse/ piensen que el bosque habla por mí/ con su lenguaje de raíces".