Domingo, 27 de Febrero de 2000

Oscar Wilde: El hombre y la máscara
Por Francisca Folch Couyoumdjian

Wilde sostuvo que "la vida imita al arte". Siguiendo este principio, su propia vida se asemejó a una obra de teatro, con actos de éxito arrollador y actos de catástrofe abrumadora, y en el reparto de personajes la gran figura trágica es él mismo.

Oscar Wilde, dandy y esteta eternamente lánguido, pero capaz de atacar y defenderse con infalible ironía, se ganó un lugar entre los célebres de su tiempo gracias al ingenio de sus frases, prodigado en cuentos, ensayos, conferencias, una novela y, sobre todo, sus obras de teatro. En esa dimensión, fue famoso y, por lo tanto, respetable.

Pocos conocían la otra faz de ese Wilde, pues, aunque existían rumores de sus aventuras homosexuales, éstas sólo se hicieron públicas a raíz del juicio que escandalizó a la sociedad victoriana y lo llevó a prisión, de la que saldría dos años después, para ir a morir solo y arruinado en París. Esa dualidad en la vida de Wilde se reflejó en su obra. El énfasis en disfraces y apariencias, en secretos y máscaras indica su interés en el papel de la doble vida en la sociedad de su época. Desde que la Revolución Francesa había puesto en evidencia los peligros de la Ilustración y su optimismo racional, la alta sociedad británica había acentuado prudentemente su preferencia por la moral puritana. La sexualidad era un tema prohibido y la homosexualidad, considerada anormal y criminal, condenada por la ley. No obstante, tras una fachada de respetabilidad, muchos caballeros llevaban una vida más reprochable. Wilde, aunque sin ostentar beatería, era uno de ellos. Para alcanzar el éxito se vio forzado a usar una máscara: inventó una personalidad singular, pero tolerable, que atrajo a una sociedad que ridiculizaba. Sin embargo, aunque consciente de la importancia de mantener esa máscara, en su afán de experimentar "el objeto supremo de la vida" - la belleza- , la dejó caer.

Máscaras y apariencias son un tema recurrente en los distintos géneros en que incursiona. En su prosa y su teatro, los personajes parecen estar usando una máscara: nunca se revelan completamente, ni son completamente revelados por el autor. Su poesía muestra a menudo visiones conflictivas sobre política, religión y sexualidad: Wilde parece estar buscando la máscara indicada.

Nacido en Irlanda en 1854, segundo hijo de la poetisa nacionalista Lady "Speranza" Wilde y del respetable médico Sir William Wilde, Oscar estudió en Trinity College, en Dublín, y luego en Oxford. Allí se convirtió en un inglés y adquirió el gusto por los prerrafaelitas y la tradición poética inglesa, cultivó la estética y se proclamó discípulo de Walter Pater, cultor del "arte por el arte". A los 26 años publicó a expensas propias un libro de poemas, que recibió duras críticas por considerársele un plagio de los grandes poetas ingleses, además de obsceno y exhibicionista. Oxford hizo "que Wilde usara la máscara del poeta inglés". Y tanto la adopta, que en esa poesía juvenil invoca el nombre de Cromwell y denuncia, con calculado dramatismo, la brutalidad del régimen imperialista; en "Ave Imperatrix" llega a preguntarse: "¿Dónde está nuestra hidalguía inglesa?". Sin embargo, sus raíces irlandesas no serían olvidadas tan fácilmente; Owen Dudley lo describe como "a la vez un metropolitano sofisticado y el hijo leal de la tradición periférica celta"; en realidad, nunca asimilaría completamente a los ingleses, a los que encontraba demasiado solemnes y arrogantes. Con la máscara de irlandés, el hijo de "Speranza" proclamaría a Irlanda como "La joven república (que) como el sol / Se alza sobre estos mares de guerra carmesí".

La poesía juvenil de Wilde también refleja una actitud conflictiva hacia la Grecia pagana, con sus encantos estéticos, y la Roma católica, cuya religión de majestuosos decorados y ritos solemnes atraía su moral estética y parecía tranquilizar a ratos sus inquietudes espirituales. Indeciso en cuanto a la máscara que corresponda asumir o dejar caer, su poesía, de rico vocabulario e intención puramente estética, rebosa de figuras de la mitología clásica, intentando apelar al placer en la Belleza verdadera. Así, en "La Esfinge" evoca "el sueño helénico" como lo que "lo hace ser lo que no sería"; pero al final, avergonzado, pide ser dejado a su Cruz.

Ese conflicto interior se refleja también en la ambigüedad sexual que insinúan sensuales descripciones de la belleza masculina. Wilde se maravilla cándidamente ante "la apasionada pureza de los morenos jóvenes", en alusiones veladas y consideradas por el mismo Wilde como puramente platónicas. Pese a ello, en el poema que declarara autobiográfico, "Hélas!" ("¡Ay!"), sostiene: "Creo que mi vida es un pergamino dos veces escrito". La vida mostraría cuán verdadera había de tornarse esta afirmación poética.

La siguiente incursión de Wilde fue en el género del cuento. Recién casado y con dos hijos, se dedicó a escribir un volumen de cuentos para niños. Estas historias, más allá de su contenido moral típico del siglo XIX, tratan temas más complejos en un lenguaje de una belleza que a veces olvida la simplicidad infantil. El clásico cuento del "Príncipe Feliz", por ejemplo, muestra el amor incondicional de una golondrina - representada como un ave macho- y la estatua del Príncipe Feliz, por la que finalmente sacrifica su propia vida. "Debes besarme los labios, pues te amo..." y la golondrina "besó al Príncipe Feliz... y cayó muerto a sus pies". Resulta así que, bajo la máscara de un cuento infantil, el amor platónico masculino es uno de los temas centrales de la historia. Y hay, además, un juego de máscaras que caen en el hecho de que el revestimiento de oro, la belleza superficial de la estatua del Príncipe, vaya desapareciendo en la misma medida en que progresa su perfeccionamiento espiritual. Pero las apariencias engañan - para mal- cuando el corazón de plomo de la estatua y el cadáver de la golondrina, testimonios de la máxima generosidad, desprendimiento y abnegación de los protagonistas, son desechados - comprensiblemente- como basura.

El tema de las máscaras surge de nuevo en la única novela de Wilde, "El retrato de Dorian Gray", esta vez en la forma de un joven de belleza apolínea, cuyo deseo de que su retrato envejezca mientras él se mantiene eternamente joven se cumple. La novela fue estimada altamente inmoral y acusada de incitar a la decadencia y corrupción. El sentimiento no expresado de la época fue que "Dorian Gray" era una apasionada historia homosexual. Y, en efecto, abundan las imágenes de dual significado, expresivas de la doble vida que Wilde estaba llevando. El elaborado código de máscaras y secretos cultivado a lo largo de la novela revela esta inquietud. El pintor Basil admite que "ha llegado a adorar los secretos...", y agrega que "hasta lo más común se hace deleitable, si tan sólo se esconde". Sybil Vane, la actriz que enamora a Dorian, es simplemente una vasija que se llena con las palabras del teatro, pero cuando experimenta un sentimiento verdadero y deja caer su máscara de actriz y las máscaras de todas las heroínas que ha encarnado, pierde todo interés para el joven. Dorian amaba sus máscaras. Al cínico Lord Henry nunca llegamos a conocerlo más allá de la máscara del dandy de deliciosa palabra venenosa, pero inconsecuente. Y Dorian esconde bajo llave el secreto de su vida.

Muchos elementos de la vida de Wilde parecen profetizados en esta novela y anticipan "la ruptura del cuadro ficticio" en su vida (Anne Varty). Wilde escribió a un amigo: "Basil Hallward es quien creo ser; Lord Henry, lo que el mundo piensa de mí; Dorian, lo que me gustaría ser - en otra época, quizás".

El género más exitoso para Wilde fue el dramático, siendo sus comedias sociales las más aclamadas. Al plantear que "la vida es demasiado importante como para discutirla seriamente", Wilde adopta la máscara del cínico para burlarse del puritanismo de sus contemporáneos. Prototipo de ese postulado es "La importancia de llamarse Ernesto", comedia en la que los protagonistas, Jack y Algernon, inventan parientes ficticios que hagan posibles las precipitadas partidas de sus respetables hogares y otras peripecias en las que quieren "ser y no ser", o "ser, pero no parecer". La obra gira en torno a la confusión, pérdida y recuperación de identidades y a los problemas que, pese a todo, lleva consigo el usar máscaras. Estas son un juego de espejos en el teatro de Wilde: el actor asume una máscara para retratar al personaje, y éste, a su vez, asume otra - u otras- para desarrollar la doble vida que le asigna la trama.

La última obra de Wilde fue escrita tras el proceso que en su contra entabló el furioso padre de su amante, el petulante Lord Alfred Douglas ("Bosie"). Hallado culpable por ofensas homosexuales, escribió en prisión "La Balada de la Cárcel de Reading". En la sórdida existencia de convicto, infinitamente atrás ha quedado la opulenta vida de la alta sociedad. De ésta sólo se manifiestan las impasibles máscaras de su justicia, que dictan la muerte de un prisionero. Y esa ejecución despierta secreto terror en "el corazón de cada hombre", bajo la superficie impenetrable de sus rostros cansados. También el prisionero ejecutado "vivió más de una vida" y, por lo tanto, "más de una muerte debe morir". Wilde teme que, tras la "muerte civil" a que ha sido condenado como hombre, sobrevenga también su muerte como artista, pues también sus obras han sido ahora repudiadas y proscritas.

Wilde sostuvo que "la vida imita al arte". Siguiendo este principio, su propia vida se asemejó a una obra de teatro, con actos de éxito arrollador y actos de catástrofe abrumadora, y en el reparto de personajes la gran figura trágica es él mismo. La línea entre vida y obra es en él especialmente borrosa, y resulta casi imposible desligar su vida del análisis de sus obras. En las horas brillantes pudo decir: "He puesto mi talento en mis obras, y mi genio en mi vida". Amarga paradoja, algunos de los escritos de Wilde fueron usados como evidencia en su contra en el juicio. En "De Profundis", la extensa carta que escribió a "Bosie" en prisión, señaló: "Pensé que la vida iba a ser una brillante comedia... Me di cuenta de que era una repugnante y terrible tragedia".

Años antes había escrito enigmáticamente: "Aquellos que quieren una máscara, deben usarla". Tal vez más que Reading, ése fue su castigo.