Está orgullosa. Acaban de editar un libro que recopila todo el trabajo que hizo el Centro Nacional de Conservación y Restauración en pos de la reparación de las iglesias de las provincias de El Elquí y Limarí que fueron dañadas por el terremoto de 1997.
El trabajo de rescatar pinturas, muebles de época, utensilios prehispanos o simplemente un álbum familiar de principios del siglo pasado la fascina y a eso ha dedicado toda su vida de arquitecta.
Magdalena Krebs, hija del historiador chileno Ricardo Krebs, lleva el patrimonio en la sangre, si es que se puede hacer una figura con el hecho de que heredó de su padre el valorar y cuidar nuestro pasado.
Hoy, al frente del centro nacional (CNCR), asegura que en Chile se están haciendo esfuerzos por recuperar algunas cosas, pero que aún falta mucho por hacer.
“Se ha avanzado bastante; llevo muchos años al frente de este centro y entonces hasta el término patrimonio era desconocido; hoy es un concepto totalmente instalado en la sociedad. Creo que hay una conciencia creciente en Chile en cuanto a la necesidad de valorarlo, cuidarlo, difundirlo y gozarlo”, dice.
-Sí, pero el estado de ese patrimonio parece no reflejar eso. ¿Cuál es el estado de éste?
“Es disparejo, hay muchas cosas que se están restaurando, pero todavía hay un enorme stock de bienes que no están en las condiciones o prestando los servicios que debieran. Cuando uno habla de patrimonio siempre se piensa en los grandes edificios, pero además está la vivienda que arma el tejido urbano o rural y que son lo que van constituyendo el paisaje”.
-¿O sea, atenta contra la conservación del patrimonio el hecho de que el concepto se entienda en forma reduccionista y se haya limitado al gran monumento en vez del documento del tata tatarabuelo?
“Bueno, es así; a los chilenos nos gusta cambiarnos de barrio y se van abandonando barrios antiguos; no se les tiene apego. Un amigo francés me dice que con mucho orgulloso vive en la casa donde ha vivido su familia hace 400 años y nosotros en ese sentido somos un poco desprendidos no sólo del patrimonio construido, sino también del patrimonio mueble que nos acompaña en la vida cotidiana.
“No sé si hay aprecio por el mueble que era de la abuelita y que a uno le tocó heredar o si se considera un cacho que no tengo donde poder.
La casa de la abuelita era grande, a mi no me cabe la cómoda. En Chile somos bastante desapegados y nos gusta mucho lo moderno, sentimos que eso es lo que vale”.
-¿Eso puede explicar también que los grandes monumentos no sean cuidados por el común de los chilenos, nadie alega porque se le raye o destruya?
“Normalmente no, ahora crecientemente eso está sucediendo, la gente está protegiendo y tratando de cuidar sus barrios, tú ves como hay movimientos que están atento a los nuevos planos reguladores. Siento también que a nivel más local, comunidades pequeñas, la gente valora más lo que tiene”.
-Bueno, hay algunos que son capaces de dormir en un árbol de la plaza para impedir que lo talen.
“Claro, eso es una tendencia que va creciendo. Es un tema que se ha ido instalando con el tiempo; ahora, igual hay un tema de falta de recursos, de normativa, de cosas que se pueden ir perfeccionando para conseguir el objetivo”.
-Muchos argumentan la falta de recursos, pero ¿no será un tema de falta de cultura cívica y de políticas estatales que incentiven esto?
“El cuidado del patrimonio es similar al cuidado de cualquier bien, los chilenos no destinamos muchos recursos a cuidar nada, o sea, se hace el esfuerzo de construir un edificio, pero al poco tiempo va quedando abandonado y si no se reparan los techos, la llave que se echó a perder o pinta la reja se produce un deterioro”.
-¿Pero no hay normas que obliguen a eso? En muchos países del mundo, los bienes patrimonios, aunque estén en manos privadas, deben cumplir con una serie de normativas.
“Sí, hay incentivos para que así sea y hay normas, efectivamente. De hecho, hay barrios enteros en muchos lugares del mundo que no se pueden modificar. Nosotros en Chile, todavía tenemos una legislación muy deficiente; el problema de la Ley de Monumentos Nacionales es que impone obligaciones y no entrega nada a cambio y eso es muy complejo”.
Magdalena Krebs se hace cargo de los cambios que se realizaron a la denominada ley Valdés que incentivaba la participación de los privados en la conservación del patrimonio y asegura que las modificaciones que se le hicieron desperfiló el rol que los privados podían tener en esto. “No contribuye a que privados se entusiasmen a donar recursos”, dice.
-¿Cómo te explicas el desapego de los chilenos por su patrimonio? Por estar en el fin de mundo valoramos más lo que está al otro lado de la cordillera.
“Esa es una pregunta para un sociólogo, pero algo de eso hay. Hay un sentir que lo bueno, lo bien hecho, está fuera de Chile, en Europa y ahora, Estados Unidos; aquí las modas hasta del vestir se instalan con una fuerza impresionante”.
-¿También es una falencia de la educación cívica?
“Creo que hay una falencia de la educación en todo sentido. Hicimos un estudios sobre cómo se enseñaba patrimonio, y prácticamente no se hace; se enseña la historia de Chile, pero los textos nunca muestran ese patrimonio como algo a ser cuidado y querido. Tenemos un país en términos de patrimonio natural, de belleza, y tampoco lo cuidamos tanto; no es sólo el tema de la cultura”.
-¿Atenta que tengamos una cultura sísmica, el que todo se destruya, se caiga? ¿Nos acostumbramos a borrar las cosas del paisaje?
“No creemos en la permanencia y tal vez por eso no lo valoramos. Por eso, cuando hay un terremoto el primer impulso es a demoler lo que queda más que ha tratar de salvarlo, restaurar. El trabajo que hicimos en El Elqui y Limarí tiene su inicio en la orden de demolición que había sobre las iglesias y el Arzobispado nos pidió ayuda, monseñor Ariztía entendió que si se demolía el templo se acababa el pueblo que es el centro espiritual de estas comunidades. Es un problema de idiosincrasia, de no valorar, de no creer que lo podemos recuperar, de no hacer el esfuerzo y además, la tentación de instalar la modernidad a como de lugar”.
-¿Los organismos estatales no debieran ser más cuidadosos en ese sentido? En Huara Huara, además de estar en el suelo después de un año, lo que se ha recuperado tras el terremoto no son casas de adobes, sino mediaguas de madera que rompen el paisaje.
“Es patético, y la calidad de vida de esas personas desciende brutalmente, porque de tener una construcción que los aisla contra los cambios de temperatura que se dan en la zona, se pasa a tener una especie de cascarita donde te mueres de frío o de calor dependiendo si es de noche o de día.
“El problema en muchos casos es que se ha perdido la tradición con esta arquitectura, con la construcción en adobe. También hay un problema de norma muy serio, son problemas bastante complejos”.
-Pero, ¿el Estado está cumpliendo su rol?
“Es que el Estado tiene normas destinadas a asegurar la vida de las personas, entonces, efectivamente un edificio de adobe en mal estado puede causar una tragedia. La norma antisísmica chilena, considerada en todas partes como seria y buena, contribuye a que las nuevas edificaciones cumplan con los requerimientos que aseguren la vida de las personas y eso, de alguna manera, entra en contraposición con la conservación de estas construcciones cuyo material, en sí, no es peligroso. Lo es porque no se mantiene, no se construye adecuadamente”.
-¿Pero hoy sí se puede recuperar?
“Falta un trabajo serio con las regulaciones, no me cabe duda, pero las cosas son un poco más complejas, el Estado ha creado normas que han propendido a asegurar la calidad de la vivienda.
“Ahora el patrimonio chileno no es sólo adobe, hay construcciones de principios de este siglo que ya se están demoliendo, o sea, hay casas de 20 años cayendo por malls. Es un tema complejo está permanente renovación en la cual vivimos”.
-¿Y la ley del mercado se ha impuesto en esto?
“Creo que sí, y pienso que no hemos sido lo suficientemente habilosos para pensar una ley de mercado que es indispensable para el desarrollo de las ciudades –no hay nadie que quiera detenerlo- pero conservando aquellas zonas y áreas donde hay cierto valor”.
-No sólo están cayendo bajo una retroexcavadora edificios del siglo pasado, sino que barrios con carácter como Ñuñoa.
“Sí, porque hay un problema con el precio del terreno; muchas veces se trata de viviendas en terrenos enormes y con buena accesibilidad, es una cuestión de densificación. Hay otros países que han cautelado eso y han tomado zonas enteras donde se regula y construye en altura fuera del centro de la ciudad. Son opciones”.
Mientras aborda el tema, levanta la mirada y cruza el ventanal de madera de su oficina ubicada en el segundo piso del antiguo claustro de Los Domínicos en Recoleta, que está siendo reparado en su totalidad y alberga hoy al CNCR. En el horizonte, no tan lejano, a una cuadra escasa, la vista se interrumpe por una moderna torre de departamentos de 20 pisos que se eleva indiferente en medio de unas pequeñas casas.
“No lo logro comprender, ¿cómo en un terreno de esas dimensiones se permite un edificio de esa altura? Esto va más allá del patrimonio, me trato de imaginar como van a salir esas personas del estacionamiento todas las mañanas”, señala.
-Y qué decir de la estética del barrio.
“Bueno, eso ya… (con un tono que devela sentirse rendida) En Chile cuidamos poco la estética”.
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