En un dejo de vanidad y en medio de una carcajada, Jacqueline Domeyko prefiere no confesar la edad –“¿es relevante?”, pregunta-, aunque aventura que se puede calcular si se anota que su hijo mayor tiene 26 años.
Casada hace casi 30 años con el publicista y poeta Boris Togcil tiene tres hijos varones (23 y 22 años, los otros dos), de los cuales el mayor y el menor están aún en el nido, mientras que el del medio estudia, en estos momentos, en París.
Decoradora de profesión, su tardía pasión –si se le puede denominar así- por la platería mapuche derivó en que ella hoy sea considerada una destacada curadora en el ámbito y por ello, muchas veces se le denomina museóloga.
“No tengo estudios de museología, pero la formación mía como decoradora, más el conocimiento que adquirí sobre la platería mapuche, me dio la posibilidad, puntualmente en lo que es el arte indígena, de poder desarrollar un trabajo de museología”, explica.
La mejor expresión de ello fue su labor en la curatoria del Museo Vivo Lugar de Encuentro El Pewén que se ubica en Ralco, Alto Bío-Bío, y que se levantó con la ayuda de la Fundación Pehuén ligada a la familia Matte.
Ella aterrizó en esta obra cuando faltaban no más de cuatro meses para la inauguración, en diciembre de 2006. Invitada por Eliodoro Matte a hacerse cargo de la formación de la colección, Jacqueline recurrió al ingenio y a sus conocimientos del pueblo mapuche y sus pertenencias, para montar la muestra, razón por la cual organizó una masiva reunión con las comunidades indígenas en la plaza de Ralco. Después de escucharlos, les propuso que prestaran algún objeto familiar por un período de un año a fin de exponerlo, tras lo cual les serían devueltos.
En el fondo, y como explica, Pehuenche no podía constituirse en un museo con una colección permanente en atención a que la cultura mapuche no está extinguida y los museos estudian y catalogan períodos de la historia pasada. “Los mapuches están vivos y tienen mucho que decir”, acota.
“Salí de esa convención sólo con tres objetos prestados, yo alucinaba”, cuenta. Hoy, el museo es propietario de cerca de 38 piezas (la muestra tiene más de 60), debido a que muchas familias las donaron. “Ese museo es de los pehuenches, es un espacio dinámico, vivo en el tiempo, en el cual cada uno le rinde homenaje a su familia”, precisa con pasión.
Su dedicación casi exclusiva al tema ha significado que casi ya no destine tiempo a su profesión de decoradora. De hecho, recuerda aún la época en que con su ex socia Paula Gutiérrez manejaban 15 proyectos de decoración simultáneamente.
-¡Por lo menos mantienes oficina!
“Sí, y tengo proyectos; hay que comer, hay que vivir y ésa es mi profesión; es lo que he hecho los últimos 15 años de mi vida. Ahora, mi gran pasión, mi gran motivación es “Lágrimas de Luna”, pero me encanta la decoración…”
-¿Has ido fusionando los dos mundos? ¿Lo indígena te ha influenciado?
“Evidentemente. Ya no decoro como decoraba antes de “Lágrimas de Luna”, imposible. Me cambió la visión, la mirada, la sensibilidad. El tipo de decoración que hoy hago es distinta”.
-Que no necesariamente está representado en el uso de objetos indígenas.
“Claro, es una cuestión de mirada. Estamos hablando de arte, yo entro a la cultura mapuche a través de la estética. No soy una historiadora, antropóloga de la cultura mapuche, ahora, lo que pasa es que me tiro a aguas tan profundas que, en forma autodidacta, he aprendido lo que otros me han enseñado. Mis dos grandes maestros han sido los mismos mapuches y Raúl (Morris) que han sido extremadamente generosos”.
-¿Cómo se expresa esa fusión de mundos?
“El colorido que tiene Chile intrínsico, que normalmente se usa en la decoración, en las vestimentas, es tierra, el colorido indígena. No sabemos de dónde viene y hoy eso me lo explica. En mi casa hay sisal, madera, cuero y eso no es posterior a “Lágrimas de Luna”, es de siempre y eso tiene que ver con el hecho de que tenemos una memoria genética indígena. Hay una monocromía en tonos naturales. También se expresa en el uso de espacios menos estructurados, más abiertos, priorizando la naturaleza, la luz. Nunca, ni antes ni ahora, trabajé con elementos que no fueran naturales.
“Prefiero algo noble y simple a la pretensión de lo falso”.
-¿Dejas espacios para otras cosas?
““Lágrimas de Luna” es mi gran pasión, mi obsesión hoy es llevarla a la calle, montarla en una gran carpa frente a La Moneda o el Parque Forestal”.