Su vida tiene un antes y un después. Haciendo memoria, Claudia Opazo afirma que a los 15 años tuvo una parálisis facial, pero que hoy, a los 35, no recuerda por qué.
El primer brote, el de alerta, lo experimentó dos semanas antes de cumplir 30 y fue rotundo; simplemente perdió la vista de su ojo derecho. Rememora que entró al baño y se miró al espejo y sólo pudo verse la mitad, pero sin comprender lo que pasaba salió a tomar la micro y no consiguió ver el número del recorrido.
Totalmente inconsciente dejó pasar una semana hasta que le comentó a su jefa lo que le que ocurría. Entonces, ella la miró y le dijo Claudia, estás con parálisis facial. De ahí, se sucedieron una pila de exámenes hasta que le diagnosticaron la esclerosis múltiple. “Fue todo súper a tiempo, me lo dijeron a la semana”, cuenta.
-¿Cuál fue tu reacción?
“Viendo a la Cecilia Serrano en la tele me acordé y me dio pena. Recuerdo que leí en el informe de la resonancia nuclear esclerosis múltiple y sólo comenté que el nombre era raro. Después la doctora me empezó a explicar de qué se trataba y me advirtió que no ingresara a Internet a leer. Por supuesto, fue lo primero que hice y descubrí que no tenía cura, que era neurodegenerativa y muy cara.
“Me puse a llorar; lloré mucho. Me dio rabia, yo era tan feliz, tenía tantos sueños, tantas cosas por hacer y como que se corta todo, te cambia totalmente el switch. Durante tres semanas no tomé los remedios porque me rebelé”.
Cuenta que algunas veces padece dolores fuertes en las manos y piernas, pero que no se comparan con los dolores psicológicos de la enfermedad. “Soy periodista y aunque meduela la mano sigo escribiendo porque no me quiero convertir en una inútil”.
-¿Te sientes impotente?
“Sí, cuando me la detectaron me rebelé. Lloré mucho, pero después me calmé y comprendí que no era un castigo, que Dios no te manda las cosas para hacerte mal, sino para someterte a una prueba porque tienes la fuerza para enfrentarla.
“La asumí; resolví hacerme amiga de ella, aunque no es una amiga muy querible. No me puede controlar”.
-¿En qué te ha limitado?
“Ya no manejo, no sólo me duele mucho la mano derecha, sino que me da miedo, imagínate que me quede sin fuerza para pasar los cambios y termine chocando”.
-¿Y los deportes?
“Se supone que tengo que hacer, pero soy floja. Cuando chica fui campeona regional de 100 metros planos, corría ene, pero ya no lo hago.
“Sé que tengo que ejercitar porque cuando se empieza a tener menos fuerza se necesitan más músculos. Ahora voy a empezar a hacer bicicleta. Lo que sí no se recomienda es tomar sol o someterse a temperaturas muy elevadas, tampoco agitarse mucho y en eso soy media porfiada porque me encanta ir a recitales y salto, canto y bailo. No sé si al otro día voy a tener un brote, entonces trato de aprovechar el día a día; no me limito”.
Aprendió a ponerse sola las inyecciones, aunque el tema la angustia y por eso, quien se las coloca ahora es su pareja.
-¿En algún momento vas a tener dependencia total de otro?
“Claro, más adelante, pero por el momento no”.
Al momento del diagnóstico estaba casada. En medio del dolor y la rebeldía que experimentó, sólo le contó a su familia y no se apoyó en nadie más; en su trabajo sólo lo sabía su jefa y la secretaria y por mucho tiempo bajaba a la enfermería de su trabajo con las inyecciones en una caja de plumavit sin dar explicaciones. Sus colegas la embromaban con un estás vendiendo helado lo que le daba lata.
-¿Qué pasó con tu entorno?
“Mi mamá y mi hermana lloraron mucho, mi papá siempre pensó que el diagnóstico estaba mal, es al que le ha costado más asumirlo. Ahora me admira, considera que soy positiva, pero todavía no está muy seguro de que esté enferma. También se rebelan porque el remedio es caro”.
-¿Qué pasó con tu marido?
“Él entró como en un shock. No entendía, llevaba dos años casada y sólo duramos uno más antes de separarnos. Para él fue muy fuerte”.
-¿No lo pudo superar?
“Creo que no asumió que yo, que era la fuerte en nuestra relación, pudiera estar enferma, mal. Me tenía que hospitalizar una vez al mes, él iba un ratito y partía. Nunca se quedó conmigo en la clínica, sólo una vez me acompañó al doctor, entonces no me sentí apoyada por mi pareja. Hoy no tenemos ninguna relación”.
-Te volviste a emparejar. ¿Tenías temor de hacerlo?
“Sí, aunque uno no lo quiera da miedo ser un cacho. Imagínate que gasto mi sueldo en el remedio, me puede venir un brote, es limitante. Pero aún así, encontré a una persona súper especial, es diabético, es insulino dependiente desde los 27 años y se inyecta 5 veces al día; tiene que cuidarse, entonces él es mi enfermero y yo de él. Se queda conmigo en la clínica, me recuerda las inyecciones… es como algo mágico, nos cuidamos harto. Esto ha sido lo más lindo de mi enfermedad”.
-¿Te proyectas en tu relación? ¿Con hijos?
“Sí, no me imagino con otra persona, me veo viejita, ojalá caminando, con él.
“Me complica un poco tener un hijo, es el único proyecto que no sé si voy a cumplir porque lo puedo tener, pero no me gustaría ser una mamá que no pueda hacer cosas con él, cuidarlo, pasearlo. Suplo esto con los dos hijos de mi pareja”.
Claudia no puede detenerse: “me da pánico, voy a luchar hasta el final por no quedar inválida. No me he paralizado por el miedo, soy optimista y creo que va a haber una cura, que existen los milagros. No he perdido la fe, que es un gran remedio. No he hecho nada tan malo como para no estar bien”.