Una de las dimensiones que tensionan la convivencia es la libertad. Con-vivir bien implica ceder cuotas de la propia libertad para llevar a cabo los deseos e impulsos, en pro del bienestar de otros. Cuánto se cede depende de muchos factores.
Una adolescente explicaba: "Mis padres exigen perfección. Respeto, generosidad, puestos en los zapatos del otro, con espíritu de servicio, sociable... Yo lo hago... pero me siento sin libertad para ser yo misma sin culpa y preocuparme de lo mío. El trago y la hierba me ayudan a sentirme libre, a hacer lo que quiero".
Algunos de los jóvenes consumidores que conozco tienen familias extremadamente estrictas en sus métodos formativos, que dan el mensaje de que con-vivir adecuadamente implica exceso de renuncia, y no hacerlo, demasiado castigo. El efecto que producen a veces en los hijos es que tiran la esponja, con mucha culpa, pero una potente necesidad de defender su libertad. Drogas, alcohol, dejar de estudiar, mal comportamiento social, especialmente con adultos.
Los buenos comportamientos para con-vivir se adquieren con gusto, sólo si las personas sienten que ello no las obliga a perder demasiada libertad personal. De lo contrario, sólo serán un "deber moral", fácil de dejar de lado. Las renuncias de libertad nunca deben ser más que las ventajas que otorga la con-vivencia comunitaria.
En la educación para la con-vivencia deben equilibrarse al menos cuatro factores: a) la formación de las competencias que hacen posible la interacción y cooperación respetuosa; b) el cuidado por la libertad de cada quien; c) las sanciones que producen como consecuencia rechazo a la convivencia; y d) experimentar las ventajas de con-vivir con el grupo en cuestión.
"Si en mi casa hubiera buena onda, no me castigaran por todo y no me exigieran perfección... quizá yo sería la buena persona que soy con mis amigos", explicaba un joven.