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Cuando el bronceado se vuelve adictivo

30 de Junio de 2010 | 13:59 |
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Bienvenidos al verano (para quienes viven en el hemisferio norte)! Para muchos de nosotros, eso significa más tiempo al aire libre y menos tiempo perdido poniéndose y quitándose múltiples capas de ropa. Eso, a su vez, equivale a más tiempo y tejido expuesto a la mayor causa por sí sola de daño a la piel y cáncer: la radiación ultravioleta.

A pesar de un floreciente mercado de protectores solares y, en menor medida, ropa que protege del sol, así como una campaña de médicos dermatólogos que se remonta a 1983, millones de estadounidenses siguen abusando de los rayos que, en pequeñas dosis, contribuyen a mantener la salud pero, en dosis mayores, pueden destruirla. Y no sólo cuando resplandece el sol veraniego.

Para alguien que frecuenta salones de bronceado o es dueño de camas de bronceado, la veneración al sol es una actividad de 365 días al año.

Los dermatólogos, cuyos ingresos se han apuntalado por las consecuencias del abuso de los rayos UV, expresan no obstante gran frustración ante lo que, al parecer, es su incapacidad para disuadir la conducta enfocada al bronceado, particularmente entre adolescentes y adultos jóvenes, quienes enfrentan el mayor riesgo de sufrir los efectos nocivos a raíz de estos rayos que, por lo demás, dan la vida.

Existen muchas explicaciones para este fracaso, incluida la creencia generalizada en el sentido que la gente se ve mejor (léase más saludable y quizá, más delgada) cuando está bronceada. Esta noción ha contribuido a fomentar la industria multimillonaria del bronceado en espacios interiores, respaldada por algunos jóvenes clientes incluso hasta 20 veces al mes.

Pero, en años recientes, ha surgido otra explicación para la cual no existe actualmente respaldo considerable en términos científicos: la teoría en el sentido que la exposición de la propia piel a la radiación UV tiene potencial adictivo.

Al igual que el alcohol, no todos los que se exponen terminan como dependientes del sol. Sin embargo, hay suficientes personas que abusan de los rayos ultravioleta — uno de cada cinco estudiantes universitarios, quizá la mitad de los visitantes habituales a la playa y 70% de quienes se broncean en interiores, con base en diversos estudios — para garantizar una nueva categoría de diagnóstico: adicción al bronceado.

3.5 millones de casos de cáncer a la piel

Cuando el Dr. Richard F. Wagner Jr., dermatólogo en la Facultad de Medicina de la Universidad de Texas en Galveston, informó hace cinco años que casi la mitad de los concurrentes a la playa cubrían la definición psiquiátrica de un desorden de abuso de sustancias, recibió un mensaje de correo electrónico de un hombre en Canadá que se describió como “un ejemplo exacto de su estudio”.

El hombre dijo que había viajado por todo el mundo para mantener su bronceado, y aunque sabía que podría enfermar de cáncer a causa de hacerlo, no podía parar.

En un nuevo informe en la Revista de la Fundación de Cáncer de Piel, el Dr. Robin L. Hornung y Solmaz Poorsattar de la Universidad de Washington en Seattle, escribieron que la “persistente exposición, a sabiendas, a un agente del que se sabe que provoca cáncer, deja entrever que hay otros factores impulsando a los individuos a broncearse, aparte de la falta de conocimiento”. Si bien muchos dicen que una apariencia bronceada es su mejor motivación para darse baños de sol y acostarse en camas de bronceado, “quienes se broncean también informan de una mejoría del humor, relajamiento y socialización” como sus razones, escribieron los autores.

Así que la incidencia de cánceres de la piel, incluido el melanoma, potencialmente fatal, sigue en aumento. Este año, en la población estadounidense se diagnosticarán 3.5 millones de nuevos casos de cánceres superficiales en la piel, pero frecuentemente desfiguradores, así como aproximadamente 68,720 melanomas.

Mucha gente cree que estar bronceados los protege al contribuir a bloquear los efectos nocivos de la radiación UV. De hecho, estar bronceado (se abren cursivas) representa (se cierran cursivas) el daño a la piel. Incluso una breve exposición a la luz ultravioleta puede ocasionar mutaciones en el ADN de las células de la piel, incluidos los melanocitos, las células que albergan al melanoma. Si se acumulan suficientes mutaciones, el resultado puede ser cáncer.

“A medida que envejecemos, el número de mutaciones aumenta y nuestra inmunidad mengua”, explicó Wagner; una combinación que incrementa considerablemente las probabilidades de sufrir cáncer en la piel.

Incluso quienes logren huir del cáncer experimentarán con el tiempo los desgastantes efectos de broncearse repetidamente: piel floja, arrugada y similar a la textura del cuero, lo cual puede ocasionar que la gente parezca décadas más vieja de lo que realmente es. Mi abuela materna, quien vivía a una calle de la playa en Brooklyn y nadaba a diario en los años previos a los protectores solares, tenía lo que conocemos como “piel de elefante” cuando rondaba por los 50 años. Sin embargo, mi tía Gert, de 90 años, la cual vive en la cercanía y pasa los inviernos en Florida pero nunca salió a la playa o tomó el sol, tiene la piel de una mujer de 60 años de edad.

Dos tipos de dependencia

Para resumir la creciente evidencia del potencial adictivo de la radiación UV, Hornung dijo en una entrevista que las personas con frecuentes bronceados mostraban señales de dependencia tanto fisiológica como psicológica. Al igual que con el tabaquismo y las bebidas alcohólicas en exceso, “lo cual se practica a menudo a pesar del peligro que implica”, dijo, todo parece ser que los esfuerzos por reducir el abuso de los UV mediante la educación sobre sus peligros caen en oídos sordos.

Claramente, algo más está impulsando la conducta, y para algunas personas ese algo se parece a una adicción.

En el estudio de Wagner, conducido con la Dra. Molly M. Warthan y Tatsuo Uchida, se administraron dos pruebas de abusos de sustancias a 145 personas que tomaban baños de sol en la playa de Galveston Island. Una es una versión modificada de la prueba que emplea con frecuencia para acabar con la adicción al alcohol. Se llama CAGE, por su acrónimo en inglés de cuatro preguntas:

¿Alguna vez ha sentido la necesidad de (se abren cursivas) reducir (se cierran cursivas) sus sesiones de bronceado? ¿Se ha (se abren cursivas) molestado (se cierran cursivas) ante comentarios de personas que critican su bronceado? ¿Alguna vez se ha sentido (se abren cursivas) culpable (se cierran cursivas) por el bronceado? ¿Alguna vez ha sentido que le hacía falta broncearse a primera hora de la mañana; como algo que le abre los ojos?

Los autores, quienes publicaron su informe en 2005 en los Archivos de Dermatología, encontraron que 26% de las personas que frecuentan la playa reunían los elementos del criterio CAGE sobre la adicción. Y en una segunda prueba, una versión modificada de los criterios oficiales de la profesión psiquiátrica para detectar el desorden de abusos de sustancias, 53% de los participantes obtuvo resultados positivos.

“Los individuos que se exponen crónica y repetitivamente a la luz ultravioleta para broncearse pudieran tener un nuevo tipo de desorden con sustancias relacionado con la luz ultravioleta”, concluía el informe. Probablemente, la liberación de endorfinas que producen placer en el cerebro de individuos que abusan de los UV es el estimulo en la adicción al bronceado, sugieren algunos estudios.

Retiro y prevención

La investigación del Dr. Steven R. Feldman y colegas en el Centro Médico Bautista de la Universidad Wake Forest demostró que quienes acuden frecuentemente a salones de bronceado experimentaron síntomas como los de la abstinencia cuando les administraron el fármaco naltrexona, que bloquea los efectos placenteros de narcóticos. Quienes se broncean con frecuencia, más no los patrones de bronceado ocasional, informaron de síntomas como nausea y nerviosismo cuando la naltrexona bloqueó sus endorfinas.

Los dermatólogos favorecen de manera uniforme estrictas normas sobre los salones de bronceado, particularmente una prohibición de clientes menores de edad. Hornung también promueve que se empiece a enseñarles a los niños, a temprana edad, que siempre usen protector solar y que eviten la exposición excesiva al sol, aun cuando se lo hayan aplicado, pues incluso los mejores protectores solares no pueden impedir plenamente el daño del sol.

Justamente de la forma en que las leyes de control de menores fomentó el uso rutinario del cinturón de seguridad en niños mayores y adultos, los buenos hábitos con respecto a al sol, si se enseñan en la infancia temprana, podrían continuar a lo largo de toda una vida; y una vida más larga.
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