Yuri Bilonog celebra su mejor tiro en Olimpia.
ATENAS.- El ucraniano Yuri Bilonog y la rusa Irina Korzhanenjo se proclamaron campeones olímpicos de lanzamiento de la bala sobre las superficie terrosa del estadio de Olimpia, que fue en 776 a.c la cuna de los Juegos Olímpicos.
El estadio donde empezó todo volvió a ser, por un día, el escenario donde los atletas pusieron a prueba su habilidad y su fuerza. Más de veinte mil personas siguieron las consignas de las autoridades griegas para no deteriorar los tesoros arqueológicos, asistieron con religiosa atención, sentados sobre la hierba, al desfile de forzudos por el círculo de lanzamientos.
Bilonog, quinto en Sydney, batió al favorito estadounidense Adam Nelson por su segunda mejor marca, ya que los dos lanzaron la bola de 7 kilos a 21,16 metros. Bilonog fue mucho más consistente, con dos tiros de 21,15.
La medalla de bronce fue para el único otro lanzador que superó los 21 metros, el danés Joachim Olsen, que con 21,07 condenó al español Manuel Martínez, una vez más, al cuarto puesto.
Por primera vez, una mujer en Olimpia
Korzhanenko, de 30 años, se erigió en la primera campeona en 2.800 años de historia registrada de los Juegos en Olimpia. Fue la única de las doce finalista que pasó de 21 metros (21,06).
La escoltaron en el histórico podio la cubana Yumileidi Cumbá, con un registro de 19,59 en su último intento, y la alemana Nadine Kleinert con 19,55.
Nacida en Azov, Korzhanenko fue campeona mundial en pista cubierta el año pasado en Birmingham (Reino Unido). En Juegos Olímpicos estaba inédita y tampoco tenía medallas en mundiales al aire libre.
La historia del atletismo contará también que la estadounidense Kristin Heaston fue la primera mujer que en unos Juegos Olímpicos, compitió en el antiquísimo estadio que sirvió de escenario a los Juegos de la Antiguedad.
Heaston fue la primera en lanzar el peso en la ronda de clasificación para la final, en la que no estuvo. Su modesto tiro de 16,41 metros sólo ganará fama por haber sido la primera marca olímpica oficial de una mujer en este espacio.
Los lanzadores de peso fueron distinguidos con el honor de ser los únicos, entre los 10.000 contendientes de los Juegos de Atenas, que compiten en el santuario olímpico. Los problemas que planteaba cualquier otra especialidad los dejaron solos como candidatos.
A las ocho de la mañana, con el sol bien alto iluminando los cerros circundantes, 38 lanzadoras y 39 lanzadores pasaron bajo los restos arqueológicos del arco que daba acceso al estadio y se distribuyeron en dos grupos para luchar por los 12 puestos de las finales vespertinas.
La calificación matutina había obligado a Estados Unidos a dejar de soñar con un triple similar al que había logrado en Roma’60. Reese Hoffa, subcampeón nacional, se había quedado fuera de la final con un pobre registro de 19,40 metros.
El intenso calor reinante en la zona, agudizado por el efecto caldera que producen las colinas adyacentes sobre el centro del estadio, afectaron el rendimiento de los lanzadores, pese a que el círculo dejó satisfechos a todos.
El público, que abarrotó la zona reservada por los organizadores en la hierba, presenció un espectáculo de gran belleza plástica que puede ser irrepetible.