NUEVA YORK.- "Es Disneylandia con redes", definió al US Open Arlen Kantarian, jefe ejecutivo de la Asociación del Tenis de Estados Unidos (USTA). Y cada año, la misma magia que cautiva a los niños en Orlando, el último Grand Slam de la temporada se la proporciona a los amantes del tenis.
El US Open no deja de renovarse, de sorprender y, a veces incluso, de provocar. Lo cierto es que este torneo es fiel a otra definición de Kantarian: "No somos Wimbledon. Somos más ruidosos, más atrevidos, más duros".
Las personas que se acercan al Tennis National Centre de Flushing Meadows -algunas provenientes de los lugares más remotos del país- son partícipes de un show-business que excede largamente el tenis, y que está imbuido del espíritu de Nueva York, la ciudad anfitriona.
Un breve sumario de novedades, hechos y números sirven para dar un indicio de por qué el US Open puede presumir de ser el mayor torneo de tenis del planeta, más allá de que en lo deportivo ese título se lo pueden discutir los otros tres Grand Slams.
Posee el estadio tenístico más grande del mundo, el "Arthur Ashe", con capacidad para 23.145 personas, y el US Open vive superando sus propios récords: este sábado 35.237 pagaron entrada para una sola sesión, una marca nunca antes registrada en la historia.
Es el torneo que más dinero reparte en premios, 17,75 millones de dólares. Pero este año esa cifra se acrecentará, ya que los tenistas mejores posicionados en el "US Open Series" -compuesto por los torneos previos disputados sobre cemento en Norteamérica- recibirán un "bonus".
Este año, el color de las pistas fue cambiado de verde a azul, ya que de esta manera las pelotas son más visibles en las transmisiones de televisión. Por ello, en la ceremonia inaugural, la música que predominó fue el "blue" (azul, en inglés), ejecutada por una de sus leyendas, Bo Diddley. Esa noche, la leyenda del tenis John McEnroe se dio el gusto de tocar la guitarra eléctrica y el actor cómico Jim Carrey lo imitó sobre el court central.
El denominado "SmashZone" atrae a decenas de miles de fanáticos, que en el Indoor Tennis Building tienen la oportunidad de participar en una experiencia interactiva. Allí, entre otras actividades, las personas pueden medir sus distintas capacidades para jugar al tenis, como la coordinación de la mano con la vista, o la velocidad, la fuerza y la justeza de sus golpes. O tratar de devolver un servicio que les llega a la velocidad de 140 kilómetros por hora.
Por primera vez en la historia de los certámenes de Grand Slam, los espectadores tienen permiso para quedarse con las bolas que caigan en las gradas. El juez de silla dispone de una variedad de pelotas con diferentes niveles de desgaste para reemplazar las que queden en poder de los simpatizantes.
El jueves, más de una docena de "clones" de María Sharapova -modelos nativas de Alemania, Suiza, República Checa y Ucrania- invadieron Times Square como parte de una promoción de una empresa de cámaras de foto. Vestidas de manera idéntica que la tenista rusa, las "imitadoras" produjeron un embotellamiento cuando se pusieron a repartir mapas de la red de subterráneos en plena calle. Un botón de muestra de un torneo que empapa a Nueva York con el sabor del tenis, y que une deporte, publicidad y moda.
¿Qué tiene de especial el US Open?, le preguntó recientemente el diario "New York Post" a Ted Robinson, relator de las transmisiones televisivas para Estados Unidos de Wimbledon, Roland Garros y el propio US Open.
"París tiene el sabor europeo. Wimbledon es tradición y quietud. En cambio el US Open es Nueva York: ruidosa y ajetreada, y todas esas cosas que en realidad son anti-tenis. Para mí, representa el mayor desafío para un jugador de tenis. Es la superficie más democrática, en un ambiente único".