SAN FRANCISCO.- El escándalo en el "The New York Times" ha puesto sobre la mesa el debate en torno al plagio, la "bestia negra" de la prensa estadounidense que ahora se discute en artículos y escuelas de periodismo de todo el país.
En facultades de periodismo como la de Berkeley, en la bahía de San Francisco, o la de Missouri, la más antigua del país, lo ocurrido en el prestigioso diario neoyorquino constituye una lección de primera mano para recordar a los alumnos el mandamiento periodístico número uno en EE.UU.: "No copiarás".
Profesores y columnistas reconocen que el fantasma del plagio, al que en EE.UU. se teme más que a la peste, más que una rareza podría haberse convertido en una plaga que, si no se contiene, pronto podría corretear a sus anchas por las redacciones del país.
Plagiarism.org, una organización con sede en Oakland (California) que vende un programa informático que sirve para escanear y comparar artículos, señala que el fenómeno es cada vez más habitual.
La hecatombe en "The New York Times" comenzó cuando el diario reconoció que el joven reportero Jayson Blair copió en numerosas ocasiones de otros periódicos, inventándose además detalles sobre las noticias, en muchos casos sin desplazarse a los lugares desde los que firmaba.
Al "caso Blair" le siguió el del premio Pulitzer Richard Bragg, quien renunció cuando le castigaron con dos semanas de suspensión de empleo por haber firmado él solo un reportaje en el que un periodista independiente había hecho la mayoría de las investigaciones.
A partir de este segundo caso y de la dimisión, el jueves, de los dos gerifaltes del periódico, numerosos medios se han hecho eco de la "venenosa atmósfera" que se respira en la redacción del que muchos consideran primer diario del país.
Pero no hay mal que por bien no venga.
"El escándalo será muy útil para los programas de educación. Blair es el vivo ejemplo de todo lo malo que se puede hacer en un periódico", señaló Cynthia Gorney, decana asociada del programa de postgrado en Berkeley.
Jon Carroll, columnista del "San Francisco Chronicle", tiene una opinión bien diferente: ninguna de las imprecisiones de Blair eran relevantes ni difamatorias, ni hirieron a nadie, cree Carroll.
"Las falsedades de Blair eran en su mayoría detalles secundarios para añadir colorido a los artículos", señala Carroll, que se lamenta de que numerosos comportamientos periodísticos que sí son dañinos pasen, en cambio, inadvertidos.
Otros articulistas han desempolvado casos ilustres de plagio.
Desde el del senador por el estado de Delaware Joseph Biden, quien se retiró de la carrera presidencial en 1988 cuando se descubrió que había copiado fragmentos del discurso de un político británico, hasta las revelaciones del periodista Walter Lippmann.
En un histórico artículo de 1920, Lippmann describió cómo "The New York Times" había realizado una cobertura deficiente de la Revolución Rusa, inventándose eventos que nunca sucedieron y atrocidades que nunca se habían cometido.
Asimismo, estos días se saca a colación el sonado caso de la periodista de "The Washington Post" Janet Cooke, quien ganó un premio Pulitzer por sus artículos -falsos- sobre un joven adicto a la heroína.
"Muchas redacciones son lugares infelices. Debe ponerse más atención en cuidar a los periodistas, y los periodistas, encargados de comunicarse con el público, deben aprender primero a comunicarse más efectivamente entre ellos", señaló Tom Goldstein, antiguo decano de las facultades de periodismo de Berkeley y Columbia (en Nueva York), en un artículo reciente.
Otros articulistas creen que el antecesor del reportero Blair es Stephen Glass, un periodista que reconoció haberse inventado los artículos que escribía y que sabiamente convirtió su historia en una exitosa novela, titulada "El fabulador" y cuya primera frase dice así: "Me he dado cuenta de que un espectacular choque es el camino más rápido para conseguir el éxito".
Como Glass hizo en su momento, Blair está buscando quién le publique sus aventuras. Y es que incluso al plagio se le puede sacar partido. Económico, se entiende.