Once Para Todos
El más importante cantante chileno de reggae debuta de modo solista con el disco
Eleven. Para la antigua voz de Gondwana y Bambú, decir “solista” no es lo mismo que decir “individual”. La historia de Neira como parte eterna de un colectivo –sea ideológico, religioso o musical- cruza las once canciones de un álbum colorido.
Marisol García C.
(26/9/2003)
Quique Neira es un hombre de metáforas, y puede ser bastante certero cuando intenta ilustrar con simpleza un asunto complejo. Dice, por ejemplo, que sus últimos días en el grupo Gondwana eran como ir bajando en auto por Apoquindo:
-Y de repente todos dicen “bajemos por 11 de septiembre”. Y tú: “es mejor por Providencia”. Y van, y bajan por 11 de septiembre. Y resulta que hay taco, ¿cachai? Entonces no es que uno hable por uno, sino porque sabe qué es lo mejor para el grupo. Cuando te das cuenta que no te necesitan como líder, lo que te corresponde es dejar en libertad a la banda y dar un paso al lado. Nunca fueron mi grupo, estuve orgulloso de ser parte del grupo, pero no eran mi banda.
Aunque Neira le agradece a la vida y a Jah (Dios) el modo fluido en que ha ido desarrollando su talento vocal y amor por la música reggae, confía también en esa voz interior “que te insiste y te insiste hasta que tú dices: en realidad, esto es lo que tengo que hacer”. Es ese llamado interno lo que ha motivado riesgos como su entrada de Gondwana, su toma de posesión como líder natural del conjunto, su salida del grupo y, hoy, la publicación de
Eleven, su primer trabajo en solitario, el cual será presentado con un concierto el 11 de noviembre en el teatro Providencia. ¿Se capta la clave? El 11 del 11 para las once canciones del disco
Eleven
-Parece un disco de banda. ¿Hasta dónde es un disco solista?
-Es solista porque, definitivamente, tomo yo todos los conceptos y elementos y decisiones artísticas del disco. Hasta ahora nunca había sido así. En todas mis anteriores bandas (Bambú y Gondwana) las decisiones eran compartidas porque yo mismo elegía compartirlas. Pero llegó un momento en que, por cómo venía el ánimo en Gondwana, sentí que faltaba aire. Y pensé “no seré yo quien cierre la ventana”. Al contrario, si yo había sido el último en llegar, me tocaba abrir la puerta.
-¿No hubo temor?
-No, al contrario. Yo entiendo lo que tú dices, que éste parece un disco de banda. Pero es porque yo aprendí mucho estando en grupo. Sé como hacer sonar una batería, aunque sea programada, porque pasé once años trabajando con bateristas.
-Once años: eleven, en inglés.
-El disco se llama así por los años de carrera, desde el primer día que dije “voy en serio”. Son once años de conocer gente, condorearme, de repente achuntarle. Once años de gestación para este disco que parí solo... artísticamente, se entiende.
-En la cultura histórica del reggae, ¿se da con más frecuencia el formato de trabajo solista o en grupo?
-Solista. De los nombres importantes que hay ahora en Jamaica, son casi todos solistas. Bob Marley era un grupo con los Wailers, pero se dividieron. Peter Tosh alcanzó el éxito como solista. Muy poca gente lo sabe, pero Peter Tosh se ganó un Grammy, como solista, el año 87.
-No está, sin embargo, ese culto al líder que sí existe en la cultura rock. No hay un Elvis, digamos.
-Sinceramente, creo que es la música el vehículo fundamental. Todo el resto son artilugios, y es la música la que habla por el artista: ahí está el gran conductor. Hay personas que han roto el estándar. De hecho, antes de Bob Marley nadie había logrado pegar en Europa.
-Te lo pregunto por la opción humanista, universal, de las letras de tu disco. No te interesa “mostrarte” a la manera que se entiende habitualmente en la exposición de un cantautor.
-No sé, son las letras que me salieron. Tampoco sé si soy tan buen letrista. Sí sé que hay algo en que no puedo mentir, y es que cuando uno se inspira ocurre un pequeño milagro. Así veo la creación. Y, en este disco, no analicé mucho de qué iba a hablar sino que dejé que salieran las letras que salieran.
-En el reggae, las letras a veces tienen una simple función como de “mantra”: se van repitiendo, repitiendo...
-Claro, en el reggae se permite eso. También en la salsa ocurre un poco. Por eso es que me gusta mucho Bob Marley: era capaz de cantar sus mantras y convidarlas al mundo. Una letra como “Could you be loved?” (canta) es una letra muy rara. La canta y la canta y la canta hasta que rompe el cántaro.
-Está esa intención más humanista, también en letras de Eleven. Como “Víctimas”.
-Es mi declaración de principios. Es el “Mártires” de
Alabanza, o el “Guerra” que escribí en Gondwana o el “Quién sabe” del disco de Bambú. Es un mismo tema que se repite, y que es mi convicción de lo importante que es el humanismo. Es una vocación que no puedes olvidar, por muy... oficinista que seai. Es tu esencia de ser humano.
-En Chile también se han exorcizado muchas cosas. ¿Sientes menos rabia que en tiempos de Gondwana?
-Claro, pero es que el mundo cambia. Uno cambia. Yo ya tengo dos hijos, y los hijos te hacen más tolerantes. Los niños te enseñan, como profetas. El mundo no es como uno quiere, sino que es como es, no más.
-¿Percibes, sin embargo, una misma conciencia a lo largo de tus discos y tu carrera?
-Si escuchas el disco de Bambú (
Bambú, 1997) -que es un disco súper incipiente, yo era joven, todo lo que tú querai, pero si lo escuchas con detención- las cosas que yo escribía, yo ya venía apostando a la posibilidad de tener éxito, pero que quedara dando vuelta alguna cosa. Era un disco con sinceridad. Sabía que mi estilo era con mensaje. Estaba conciente de que no era un súper cantante, ni un súper músico... que lo mío siempre iba a ser un arte simple. Pero la magia de eso es cómo te llegan esas canciones de tres minutos. Ahí está la diferencia.
-Y lo has logrado.
-Es notable. Si hay algo que yo le voy a poder transmitir a mis hijos creo que es eso: persigan sus sueños. Últimamente, yo estoy tratando de hablar lo menos posible de mi espiritualidad, pero te juro que cuando yo estaba partiendo en esto, yo rezaba y decía “Dios, por favor ayúdame a lograrlo. Si lo logro, voy a cantar para ti”. Y no tenía nada: ni guitarra, ni un micrófono. Y ahora, que estoy donde estoy, lo pienso y digo “¿cómo no voy a creer en la espiritualidad de la música?”.