Federico Heinlein
22/4/1998
En memoria del maestro Michelangelo Veltri, el Teatro Municipal presentó como cuarto concierto de su temporada de abono la Misa en Si menor, de Bach. Las ovaciones que recibió el director nacional Juan Pablo Izquierdo al reaparecer en este podio, se acrecentaron después del Gloria, para alcanzar dimensiones apoteósicas al término de la función. Con toda justicia, el maestro hizo partícipes de su triunfo final al director del coro, Jorge Klastornick, a la orquesta, a los distinguidos solistas vocales e instrumentales y a la masa coral.
Fue, en resumen, una presentación de ángel e intensidad excepcionales. A Juan Pablo, motor inteligentísimo del acontecer musical, se deben toques decisivos para el éxito rotundo: minucias de fraseo y golpes de arco; indicaciones dinámicas; division de sus ejércitos aliados en grupos grandes, más reducidos o francamente solistas, e incluso un detalle tan revelador como hacer participar al corno en la duplicación imperceptible de notas aisladas previas a su solo singular hacia fines del Gloria, para tener el instrumento debidamente calentado.
Sin querer detenernos en semejantes pormenores, sólo podemos alabar el resultado general de la inspirada dirección. Desde el primer Kyrie, en la tonalidad favorita de Bach, hasta el impulso fervoroso que Izquierdo imprime al Re mayor del “Dona”, sentimos la presencia de una voluntad artística que sabe lo que quiere y logra conseguirlo.
Pasando revista a las dos horas de música intensa y sublime, recordemos el contrapunto del principio; la diafanidad de las voces de soprano (Gabriela Lehmann) y mezzo (Mariselle Martínez) en un dueto acompañado de violines, así como el denso tejido del segundo Kyrie con su extraordinaria tercera disminuida.
Del Gloria mencionemos siquiera el esplendor de los clarines, cuyo primero (Eugene King) llega repetidas veces al Re sobreagudo. Mariselle Martínez dio cuenta excelente del aria “Laudamus te”, secundada por el suave solo del concertino invitado Patricio Cádiz. Impresionó la solidez del coro en el Gratias, contrastando con la transparencia del Domine Deus, donde la flauta de Gonzalo García terciaba en el dúo de la soprano con la voz firme y afiatada de Salvador Guzmán (tenor).
En el adolorido “Qui tollis” se sumaron a la mezzo y al tenor las voces de Pilar Díaz (contralto) y Max Wittges (bajo-barítono) para formar un cuarteto de calidez prodigiosa. El “Qui sedes” confirmó la expresividad de Pilar Díaz así como la destreza de Daniel Vidal, solista cuyo oboe d''''amore (en La) mostró aquí un encanto especial.
En el “Quoniam”, Wittges tuvo ocasión de exhibir la calidad eximia de su timbre, no opacada por las proezas excepcionales del corno de Edward Brown: un real certamen de soltura, naturalidad y nobleza sonora, que desembocó en el estallido esplendoroso del “Cum sancto spiritu”, culminación de este primer bloque de la Misa que Bach envió a la Corte de Sajonia en 1733. La orquesta dirigida por Izquierdo y el coro de Klastonick lograron aquí un éxtasis triunfal.
Ya casi no queda espacio para ponderar las virtudes de la segunda parte.
Recordemos la magnificencia de los cinco solistas vocales y el coro en el Credo; el dúo de soprano con el de oboes y violines en “Et in unum Dominum”; la aureola de las apoyaturas del “Et incarnatus est” y el inefable “Crucifixus” que, tras la sepultura, desemboca en el júbilo del “Resurrexit”.
Durante la exigente aria “Et in spitirum sanctum” con el dúo pastoril de oboes, el bajo-barítono reiteró la anarquía de sus medios vocales, y el “Confiteor” coral tuvo su conclusión briosa en un arrebatador Allegro.
Radiación similar sentimos en el Sanctus con sus saltos de octava y un staccato brillante. Qué alboroto magnífico, igualmente, en “Pleni sunt coeli” y el Osanna. ¿Habrá muchos coros mixtos capaces de emular estas hazañas de nuestro conjunto municipal?
En todo instante Juan Pablo Izquierdo velaba tan acuciosamente sobre la precisión como sobre el espíritu de la entrega. Prístina hermosura hubo en la interpretación del Benedictus por el tenor, con el solo de violín y acompañamiento del basso continuo.
Después de la repetición del Osanna, Pilar Díaz supo comunicar honda pesadumbre a través del cromatismo del Agnus Dei. El fervor concentrado de la fuga final “Dona nobis pacem” fue el colofón de un concierto que permanecerá en la memoria de cada oyente.