Swing a prueba de estáticos
Iñigo Díaz 25/01/2005
Si ya en diciembre pasado con Norah Jones -que prácticamente armó una "fiesta country" en el escenario- la audiencia se había mantenido impertérrita en sus asientos, no se podía esperar otra reacción ante el refinamiento del jazz ofrecido por el cuarteto de Diana Krall.
Claro, porque básicamente quienes ocuparon los puestos de los top y vip platinium (y también hacia las filas de más atrás) en ambos conciertos fueron los mismos personajes que anoche siempre tuvieron problemas para salir de la primera marcha y aplaudir como era debido cada uno de los solos. Mínimo.
Pero ese no fue ni por lejos problema para Diana Krall. Ella consumó todos los planes que siempre tuvo en mente para los chilenos: tocar un jazz muy personal y a todo swing. Ése que funciona perfecto en un hotel de cinco estrellas o en su defecto, al interior de un club atestado de humo. De pronto, sacar a campo traviesa una música hecha para cuatro paredes no siempre obtiene una buena respuesta. A pesar de que -con diplomacia o ironía- trató al público de "inspirador".
La Krall va más allá. No sólo frente al teclado del Steinway & Sons se despliega como diestra improvisadora. El manejo del lenguaje del jazz vocal también parece venir de fábrica. Canta arriba y susurra al oído con la misma facilidad. En un minuto puede tener una voz angelical (en las baladas de Nat King Cole) y al siguiente un timbre de aguardiente (para algunos "sexacionales" blues de bar).
Todo eso lo hizo anoche con una sección rítmica que debe ser de lo mejor que hemos escuchado en un largo tiempo. Por momentos, el guitarrista Anthony Wilson tocó con la claridad de Barney Kessel, mientras el batería Emmanuel Karriem Riggins logró que se escucharan bien hasta las más mínimas plumillas y Robert Hurst demostró con sus paseos al contrabajo por qué fue uno de los famosos "young lions" junto a los hermanos Marsalis.
Un show de categoría que corrió por cuenta de una artista y no del público. Entre todas esas canciones de "The girl in the other room" que nos mostró personalmente, la Krall terminó confesando su amor incondicional por Nat King Cole (era que no), por su "songwriter" favorito Elvis Costello (era que no), y como buena gringa de paso por Chile prometió que no volvería a beber tanto pisco sour.
La tríada Wilson-Hurst-Riggins es de las mejores secciones rítmicas que han pasado por Chile.