Gilberto Ponce
Como obra de cierre del tercer concierto de la Temporada Internacional de la Orquesta Sinfónica de Chile, se escuchó la Sinfonía Nº 1 en Re mayor, llamada "El Titán" de Gustav Mahler, bajo la dirección del titular David del Pino.
Mahler es uno de los compositores de mayor convocatoria para todos los públicos, debido a la universalidad de su lenguaje, que es capaz de conmover tanto a jóvenes como adultos, las grandes masas instrumentales, y los "programas" tanto explícitos como implícitos encuentran en los públicos enorme resonancia.
Mahler, como gran director que fue, conocía profundamente los misterios de la orquestación. Por ello en sus obras nada hay de fortuito, los timbres, sus texturas y las posibilidades dinámicas e interpretativas de cada instrumento son estrujadas al máximo. Todo esto hace necesario contar en la dirección con un maestro que tenga la sensibilidad necesaria para sacar a luz todos los mensajes que el autor propone en su obra.
Bien sabemos que Mahler fue un hombre de permanente búsqueda espiritual. A las claves del judaísmo en el que nació, debemos agregar su mirada al "panteísmo" y su mirada a la naturaleza, como la fuerte influencia que sufrió por parte del filósofo Nietszche, para encontrarlo incluso incursionando en el catolicismo.
No podríamos dejar de señalar que en el autor siempre encontraremos el uso de obras cantadas, cuyos temas, reelaborados, generalmente son tomados de otra obra muy importante del mismo compositor, "El cuerno mágico de la juventud" (Des Knaben Wunderhorn). La sinfonía Nº 1 no escapa a esta característica.
"El Titán" pertenece a las obras que podríamos clasificar entre las de mirada panteísta, por su potencial descriptivo, pues se trata de un verdadero viaje que se inicia con una metaforizada alusión a la alborada del día, para seguir a un supuesto héroe a través de su vida y sus luchas existenciales.
Ésta es una obra que se ajusta muy bien a las cualidades del director Del Pino, pues posee una particular intuición para las obras programáticas. Su visión enfatiza lo descriptivo, encontrando en la orquesta una respuesta siempre atenta a cada una de sus indicaciones.
Una vez más, Del Pino nos muestra una orquesta en sus mejores momentos, tanto en afinación como en musicalidad, tratando siempre de dar lo mejor de sí mismos.
La sugerente atmósfera del inicio del primer movimiento, desde un impresionante pianísimo en las cuerdas, para luego ir articulando las maderas en la descripción del canto de las aves, que nos conduce al júbilo que termina por apoderarse de todo el movimiento, dio cuenta de estupendo estado de la agrupación de la Casa de Bello.
El Ländler, (danza austriaca en ritmo de vals) que marca el segundo movimiento, fue entregado con todo el sabor popular requerido, y enfatizando todos los matices dinámicos.
Tal vez, el uso que Mahler hace del canon infantil "Fray Jacobo", en tonalidad menor y a la manera de una marcha fúnebre (el cortejo funeral del cazador), sea el que le otorgue al tercer movimiento su popularidad. No obstante su interpretación debe ser cuidadosa para no caer en innecesarias vulgaridades.
El desencantado canto con que se inicia, a cargo de un contrabajo solista, con timbal "obligatto", encontró en Eugenio Parra un gran intérprete, siendo el ejemplo del carácter para los demás instrumentos. La sección central fue una muestra de sutilezas.
El cuarto movimiento, de una gran dificultad para la orquesta, ratificó la prestancia de Del Pino y sus dirigidos.
Sería injusto no destacar a los capos de fila, en cada una de las familias, cuyo rendimiento en sus partes solistas fue de innegable calidad. El pequeño desajuste en un par de los ocho cornos, es apenas un incidente que no empañó para nada el éxito de la versión, en el que el director David del Pino, tiene gran responsabilidad.
En la primera parte, la gran violinista chilena Lorena González, interpretó en gran forma el difícil Concierto para violín en Re menor, Op. 47 de Jan Sibelius.