Jimena Villegas
Bebel Gilberto suena en vivo igual que en sus discos. Cálida, sutil, envolvente, llena de matices y abundante en sonoridades. Su voz está ahí para recordarnos quién es, en extensa parte, ella. Uno: la heredera de una dinastía musical maravillosa, que le debe tanto a la saudade portuguesa como a la potente matriz africana. Y dos: la siguiente vuelta de tuerca de esa música, que en su rodar ha sumado el sabor anglosajón de los tiempos que corren y que pasa necesariamente por la electrónica.
Pero estas virtudes de la princesa artística brasileña que es ella —entre otras cosas la hija del gran João Gilberto y la sobrina de Chico Buarque— son también su gran talón de Aquiles. En su afán por desmarcarse deja a sus oyentes con ganas de más. Fue así, al menos, el sábado 13 en el capitalino salón de CasaPiedra. En poco más de una hora se paseó básicamente por su breve discografía: Tanto tempo y Bebel Gilberto.
Pero, como se espera de todos los grandes que llegan de Brasil, en la jornada faltaron los "regalos clásicos", esos que otros artistas, quizá menos marcados por la impronta familiar, no dudan en hacer, porque saben que sin el pasado el presente es imposible. ¿Tiene Bebel que hacer la concesión? No, si el objetivo es mantener la identidad. Sí, tomando en cuenta que no podría ser ella sin la gente que la ha precedido. De todas formas es su opción. Y en lo que a ella respecta, pese a su falta de calor, escucharla es un placer.