La soprano Juliette Lee encarna a una Cio-Cio-San capaz de blandir cuchillos y apuñalar a su hijito. |
BERLÍN.- Una inusual Madama Butterfly, que en lugar de ceder a su hijo y suicidarse, mata al niño y se aleja en la noche come una Medea que castiga al culpable dando muerte a un inocente, ofreció el
régisseur catalán Calixto Bieito al conservador público de la Komische Opera de Berlín.
Una "Madama Butterfly" cargada de sexo, sangre y violencia, como todas las puestas de Bieito, pero que esta vez no despertó la animosidad de la platea como ocurrió el año pasado con "El rapto en el serrallo" de Wolfgang Amadeus Mozart.
La causa de esta reacción del público se explica en parte porque para los alemanes Puccini no es un monstruo sagrado como Mozart, y en parte porque ya ha habido muchas versiones escandalosas de "Madama Butterfly", como la de Ken Russell presentada en Spoleto (Italia) hace un cuarto de siglo.
Furia y venganza
Pero hasta ahora nadie se había atrevido a cambiar la triste historia de la resignada Cio-Cio-San, transformándola en una furia vengativa que blande cuchillos y tira café hirviendo en la cara a su pretendiente Yamadori.
Esta Cio-Cio-San de Bieito mata a la fiel Susuki y a su propio hijo, al que envuelve en la bandera de los Estados Unidos para horror de Pinkerton, quien cierra la ópera con el famoso triple "Butterfly", no ya como llamado amoroso sino como manifestación de desesperación.
El escenógrafo Alfons Flores, fiel colaborador de Bieito, ideó un decorado-calesita único, donde se mueve una multitud de turistas de vacaciones en las Hawai o en una Disneylandia tropical —uno está incluso disfrazado de ratón Mickey— que se libran a toda suerte de actividades sexuales.
Es el reino del proxeneta Goro, que presenta un Pinkerton repleto de dólares a una pizpireta Suzuki, que despliega ante él su arsenal erótico en una bañera, y luego a una Cio-Cio-San en un virginal vestido de novia blanco en el que están cosidos múltiples billetes de la moneda norteamericana.
La escena no se ubica en Japón ni en ninguna otra parte reconocible del mundo. El vestuario de Anna Eiermann no prevé kimonos de seda ni pelucas de geisha ni se ven biombos o quitasoles. La calesita está coronada por palmeras de plástico y y por todos partes hay mesas, sillas y sillones que a cada momento vuelan por los aires para acompañar la furia de uno u otro personaje.
En alemán
Ayudado por una traducción al alemán del libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica (anticuada tradición de la Komische Opera, parecida a la de la English National Opera), Bieito se toma numerosas libertades como la de inventar personajes (una amante encinta de Goro que enhebra incesantemente zapatillas deportivas y es baleada por todo el coro no una sino dos veces) y relaciones entre ellos.
Así Sharpless no es el cónsul amigo de Pinkerton que se ocupa delicadamente de Cio-Cio-San, sino un libertino que aprovecha la primera ocasión para hacerse masturbar por ella y raptarle luego a su hijo.
El súmmum de la transgresión
Pero el máximo de la transgresión está en el tercer acto, cuando Cio-Cio-San, advertida de que Pinkerton llega con su esposa para llevarse a su hijo, en un ataque de locura apuñala primero al niño y luego estrangula a Suzuki.
Después envuelve el cuerpo del niño en la bandera norteamericana y se aleja solitaria en la noche, para regresar en el final agitando enloquecida el pasaporte norteamericano, que era su ilusión de libertad.
Juliette Lee, una verdadera asiática, fue una muy buena Cio-Cio-San, lo mismo que el tenor Marc Heller como Pinkerton y la mezzosoprano Susanne Kreusch como Suzuki.
Dignos y correctos fueron el Sharpless de Tom Erik Lie y el Goro de Christoph Spaeth.
Un enérgico Daniel Klajner dirigió con gran brío la orquesta del teatro, y recibió una salva de aplausos junto con Lee, Heller y Kreusch, de parte de un público que pareció haberse habituado a las extravagancias del
régisseur español.