El amor, en todas sus formas y sensaciones, siempre ha sido uno de los pilares líricos claves en la discografía de Madonna. Hoy, a sus 40 años, dice estar más enamorada que nunca, y eso tiene que celebrarse.
En su nuevo disco, Music, producido junto a legendarios nombres del circuito electrónico como William Orbit y Talvin Singh, la fiesta de sintetizadores y efectos que comenzó en su anterior disco, Ray of light, aquí llega a su punto máximo con verdaderas catarsis de ritmos y fusiones dance (Impressive instant, Runaway lover y la impredecible Dont tell me), que cruzan épocas y reciclan estilos. Momentos en que el pop, en su estado más puro, brilla con vigor en los parlantes (Amazing y la reciclada American pie).
Pero con la madurez a favor, con la paz que llega después del éxtasis, es la Madonna quieta e intensa de siempre quien golpea con fuerza en el estómago.
La que susurra que se siente muy triste por no haber hecho lo correcto (Nobodys perfect); la que coquetea con atmósferas difusas para confesar, sin pudor a la simpleza, que en tus ojos mi cara permanece (Paradise); la que toma la guitarra acústica para desnudar sonidos y, con desgarros viscerales, contar que está rota otra vez y que es mejor irse antes de que suceda (Gone).
Music, no hay duda, resulta una mezcla perfecta. Es alegoría y resaca. Altos y bajos. Un puñado de estímulos que entretienen y, por cierto, que vuelan la cabeza cuando el objetivo es blando y el disparo tan certero.
Pablo Márquez F.