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“Isidora Zegers y su tiempo”

17 de Agosto de 2007 | 01:14 |
“Isidora Zegers y su tiempo”

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Obras de I. Zegers, M. Robles, G. Deichert, F. Guzmán. E.S. Guzmán, J. Zapiola y anónimos.

Par-Media, Facultad de Artes de la Universidad de Chile, 2003


Por Juan Antonio Muñoz H.

Escuchar el disco “Isidora Zegers y su tiempo”, lanzado recientemente, es remitirse a un tiempo que se fue, a un repertorio de salón y a un ambiente que Chile ha tratado de mantener vivo: ese cenáculo de ideas y de música que todavía vibra gracias a la fuerza de personas como la pianista Erika Voehringer y el doctor Enrique del Solar, entre otros.

En el comportamiento social, la palabra “tertulia” designó las reuniones de personas que se juntaban para conversar y distraerse. Una extensión de esto se produjo cuando empezaron a ser un signo de buen gusto y les fue añadido algún pasatiempo musical. El salterio y el clavicordio, introducidos hacia 1765, eran los instrumentos por excelencia de las primeras tertulias; más tarde fue el turno del piano. Y los bailes, cuando los había, eran el fandango, el zapateo, el minuet y la contradanza.

Una vez iniciado el siglo XIX, la esposa del presidente Luis Muñoz de Guzmán, señora María Luisa Esterripa, mantuvo en palacio una de las más importantes tertulias chilenas. El musicólogo y compositor Samuel Claro Valdés, en su libro “Historia de la música en Chile”, escribe que “llamada la Bella Marfisa, introdujo en la sociedad santiaguina muchas costumbres de buen tono, el cultivo social de la música y la afición al piano. En su tertulia se cantó la canción ‹‹Anise›› de Bernardo Vera y Pintado y por su influjo se estrenó, en 1803, la loa ‹‹El amor vence al deber›› de Juan Egaña”.

También son famosas las tertulias que hacia 1835 organizara en su casa la señora Isidora Zegers y Montenegro, quien en ellas estrenó para Chile importantes obras musicales, ante personalidades como Andrés Bello, José Joaquín Vallejo (Jotabeche), Mercedes Marín del Solar, Juan Godoy y Manuel Antonio Tocornal, contertulios que disfrutaban del salón de la familia Huneeus-Zegers, junto a pintores como Monvoisin y Rugendas.

Heredera de esa tradición fue la compositora Marta Canales Pizarro, quien desempeñó una papel importante en el movimiento musical del siglo XX.

Hacia 1904 se dio un fenómeno nuevo: las tertulias de hombres solos, quizás una respuesta a los salones literarios y musicales promovidos por las mujeres. Fue la tertulia de don Luis Barros Borgoño, que se inclinó por una veta política. Sin embargo, la idea tuvo detractores. Así escribió B.V.S. el 25 de diciembre de 1904, en El Mercurio:

“No debía haber tertulias de hombres solos. Sin duda son mui interesantes y mui útiles, pero algo les falta; dejan en el alma la impresión de un vacío: les falta el eterno femenino de que hablaba Goethe”.

Ese espíritu femenino late en la placa editada por la Facultad de Artes de la Universidad de Chile y dedicada a la figura de Isidora Zegers (1807-1869), cantante, animadora y creadora de publicaciones e instituciones musicales. Nacida en España y educada en París, trajo a Chile su cultura. Sus canciones, siempre en referencia al gusto francés de la época, muestran un acento fino e íntimo, que revive la atmósfera de los viejos salones de la aurora de Chile independiente.

No fue sino hasta 1823, por traslado de su familia, que Isidora Zegers pisó suelo nacional. Esta mujer pequeña (1,50 m.) se casó con el coronel inglés Guillermo de Vic Tupper y en segundas nupcias con el comerciante Jorge Huneeus Lippmann. De ambos matrimonios tuvo dieciséis hijos. El disco compacto, realizado en el Departamento de Sonología de la Facultad de Artes de la U, incluye 23 tracks; algunos títulos son de su propia autoría, interpretados admirablemente por la pianista Elvira Savi y la contralto Carmen Luisa Letelier, y otros de compositores como Manuel Robles (1780-1837), Guillermo Deichert (1828-1871), Federico Guzmán (1836-1885), Eustaquio Segundo Guzmán (1841-1920, hermano menor de Federico), José Zapiola (1802-1885), Antonio Neumane (1818-1871) y anónimos.

El público chileno sabe muy poco acerca del compositor y pianista Federico Guzmán Frías, uno de los músicos nacionales más destacados del siglo XIX, dueño de un espíritu romántico y que supo conquistar con su habilidad de ejecutante y su ímpetu creador a las audiencias americanas y europeas. Consciente de esa falta, la pianista Bárbara Perelman se lanzó a la tarea de buscar sus partituras para grabar un disco completo dedicado a su obra, proyecto que contó con ayuda del Fondart y que se materializó en un disco de Chimuchina Records en el año 2000.

“Isidora Zegers y su tiempo” incluye cuatro de sus partituras —”Zamacueca”, “Mon espoir” (mazurka), Scherzo e Danza (Opus 54) y “Adieu” (para voz y piano)—, lo que insiste en el registro de su música. Al respecto, no se puede olvidar el trabajo de investigación que condujo al cassette “Danzas de Antaño”, grabado en 1982 por la compositora y pianista Ida Vivado, con varias obras de Guzmán y de otros músicos de la época. Su única edición se agotó rápidamente. Tampoco la ‘Retrospetiva de la música vocal chilena”, de Patricia Vásquez y Elvira Savi (1992)

Otro de los puntos de interés del nuevo álbum es su corte inicial: la primera Canción Nacional de Chile, con versos escritos por Vera y Pintado en 1819; la música corresponde a Manuel Robles Gutiérrez (1780-1837). Esta obra era frecuentemente usada para abrir la sesión. Así lo señaló la soprano Patricia Vásquez al anunciar su trabajo de investigación: "Al examinar los programas de concierto o de las tertulias del siglo pasado, nos dimos cuenta de que los programas se iniciaban con la primera Canción Nacional Chilena, de Manuel Robles. Es así como será esta partitura, que encontramos en un antiguo recorte del diario El Mercurio, la que abrirá el primer concierto de nuestra retrospectiva”.

El musicólogo Cristián Guerra Rojas, en el librillo adjunto al nuevo CD, anota: “Robles fue un músico de formación autodidacta, con rudimentos aprendidos de su padre, un maestro de música y profesor de baile, y de su aproximación a la obra de José de Campderrós y José Antonio González, Maestros de Capilla de la Catedral de Santiago. Violinista y guitarrista talentoso, Robles fue además un gran jugador y bailarín. La única pieza musical que conocemos de su autoría es aquellas melodía para los versos de Vera y Pintado, la cual ha llegado hasta nosotros gracias a la memoria de José Zapiola. Zapiola la transcribió para defender los méritos frente a la propuesta musical de Ramón Carnicer —la cual, junto al nuevo texto que Eusebio Lillo escribió en 1847 y el estribillo conservado del texto de Vera y Pintado, constituye nuestro actual Himno Nacional—, que desplazara a la de Robles en 1828.
Aunque Zapiola reconocía el mayor interés musical de la obra de Carnicer, consideraba que una canción nacional debía poseer una melodía que toda la gente pudiera recordar con facilidad y cantar correctamente, mérito que tiene la melodía de Robles: inicio solemne en 4/4, 6/8 y allegretto en el estribillo, siempre en tonalidad de La Mayor, con intercambio modal en La menor tanto en la estrofa como en el estribillo”.

Como era de esperarse por los momentos vividos cuando esta Primera Canción estaba en uso, los versos no eran en absoluto conciliadores:

Ciudadanos el amor sagrado
de la Patria os convoca a la lid
libertad es el eco de alarma
la divisa es triunfar o morir
al cadalso o la antigua cadena
os presenta el soberbio español
arrancad el puñal al tirano
quebrantad ese cuello feroz

Coro

Dulce Patria recibe los votos
con que Chile en tus aras juró
que o la tumba serás
de los libres
o el asilo contra la opresión.
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