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El talento de Nesterowicz ya no es noticia

El concierto de sexagésimo octavo aniversario de la más antigua del país alcanzó cotas de altura y maestría, en la interpretación de la "Danza fantástica" del chileno Enrique Soro y en la intervención del guitarrista Carlos Pérez en el "Concierto de Aranjuez", del español Joaquín Rodrigo.

16 de Enero de 2009 | 14:35 |
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Escuchar a Carlos Pérez a pocos metros de su guitarra nos hace entender por qué se habla tanto de él en el medio.

El Mercurio

Ésta fue otra ocasión para comprobar el enorme acierto del Centro de Extensión de la Universidad de Chile, al contratar a Michal Nesterowicz como director de la Orquesta Sinfónica de Chile. El joven director polaco dirigió a su agrupación, con motivo de la celebración de los 68 años de la fundación de la Sinfónica, conjunto que bajo su batuta está alcanzando niveles de excelencia musical.

Nesterowicz no sólo ha logrado un sonido homogéneo y musical. También le ha transmitido un entusiasmo que se evidencia en cada uno de sus conciertos, en los que abarca los más diversos estilos. En éste, por ejemplo, se entregaron una serie de distinciones y reconocimientos a directores e intérpretes y se escucharon palabras del Rector de la Universidad de Chile, y del Concertino de la orquesta, pero será la parte musical la que el público recordará por mucho tiempo por el nivel de excelencia.

El heterogéneo programa consultó obras muy diversas. Se inicio con una versión entrañable de la “Danza fantástica” del chileno Enrique Soro. Además de conseguir un hermoso sonido, Nesterowicz manejó en forma estupenda los contrastes con elegantes fraseos, produciendo gran claridad en cada una de las secciones melódicas. La primera sección fue de exultante alegría y fuerza y contrastó con la sección cantábile de gran belleza expresiva. Creemos no equivocarnos al decir que esta es una de las mejores versiones que hemos escuchado en vivo de la obra. Al final el público le otorgó una enorme ovación como pocas veces se ha escuchado para una obra de un compositor nacional.

De Maurice Ravel se escuchó a continuación su “Rapsodia española”, obra que destila sensualidad impresionista. Ya desde los primeros compases fue evidente la certera aproximación estilística de Nesterowicz, comenzando con el misterio logrado en “Preludio a la noche”, su primera parte, donde los juegos dinámicos y de “color” destacaron a las diversas voces instrumentales. La “Malagueña” que le sigue se destacó por el carácter melifluo. Los “ritenutos” y los sutiles cambios de ritmo. En la “Habanera” la exquisitez de los fraseos y en la “Feria” el carácter popular y las progresiones dinámicas y expresivas. El rendimiento general de la orquesta y de cada participación en partes a solo, debe  ser calificado de excelente.

Las seis cuerdas

El programa continuó con el famosísimo y muchas veces interpretado “Concierto de Aranjuez”, para guitarra y orquesta del compositor español Joaquín Rodrigo, que contó con la participación del guitarrista chileno Carlos Pérez. El solista ratificó ampliamente las razones de su exitosa trayectoria internacional. Musical, sensible, expresivo y de técnica estupenda, sin transar en tempos o en el manejo dinámico y captando excelentemente el espíritu de la obra. Su interpretación de la “cadenza” del adagio dio perfecta cuenta de todas las características mencionadas.

Pérez encontró en Nesterowicz y sus músicos a los acompañantes ideales.Bien se sabe que el director es puntilloso al máximo en articulaciones, arcos y fraseos, y en este concierto lo ratificó, logrando una genial respuesta de cada uno de sus músicos, en ataques, cortes, respiraciones o expresividad. Debemos destacar el sensible y hermoso acompañamiento de Rodrigo Herrera en el corno inglés, en el segundo movimiento, tanto como el fragmento en chelo de Celso López en el primer movimiento. ¿Cómo olvidar la mágica atmósfera de las cuerdas en el adagio, o la manera en que el conjunto “cantó” en cada una de sus intervenciones?

La gracia y perfección del movimiento final provocó tal encantamiento que el público no cesó en sus ovaciones, hasta que Pérez ofreció como encore una pieza del venezolano Antonio Lauro, de gran factura. Para concluir una noche de excelencias, se escuchó una estupenda versión de la “Sinfonía N° 8 en Sol, Op. 88” de Antonin Dvorak. Sería muy largo detallar sus logros. Sólo hablemos de la nobleza del sonido, los sensibles cambios dinámicos, los “colores” y timbres, los balances que destacaron los motivos principales, la bella expresividad de los diálogos entre maderas y cuerdas del segundo movimiento y la perfección en las intervenciones de la flauta y el oboe de Hernán Jara y Guillermo Milla.

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