"¡Soy un genio, soy la voz de una generación!", repite Kanye West en el capítulo de "South Park" donde queda como un perfecto idiota. Tan mal, que al día siguiente de esa emisión, a la superestrella hip-hop estadounidense no le quedó más que aceptar en público el fenomenal palanqueo. La paradoja es ésta: Kanye West efectivamente es un genio, pero no hace falta que lo diga. Habla su obra vital.
En My beautiful dark twisted fantasy, su quinto y reciente álbum, hizo un trabajo de taller. Marchó a Hawai, arrendó tres estudios, invitó a la crema y nata del hip-hop entre productores y artistas y los puso a componer e interpretar simultáneamente. Al igual que Elvis, un noctámbulo para sesionar, recorría cada sala como un maestro de ajedrez en múltiples partidas. Finalmente reunía a todo el equipo y discutía los registros.
El resultado asombra –hay citas a King Crimson, a Smokey Robinson y a Black Sabbath– en una discografía capaz de exigir el adjetivo brillante. My beautiful dark twisted fantasy retrata a un artista innovador, progresista y masivo a la vez, en un género empantanado en frivolidades y violencia gratuita.