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Tan lejos, tan cerca

Dos jornadas opuestas protagonizó la cantante estadounidense en 24 horas, entre los problemas de su show en Lollapalooza y la extrema cercanía de su actuación en el Centro Cultural Amanda.

08 de Abril de 2011 | 11:24 |
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Santiago, 4 de abril de 2011. Lo contrario del artificio: Cat Power es música en vivo por definición.

Foto: Cristian Soto L.

Alto contraste. Es una definición apropiada para las dos actuaciones que dio en los últimos días Cat Power a Santiago. En su segunda visita a Chile la cantante amplió las facetas que había mostrado en su debut del 21 de julio de 2009 en el Teatro Caupolicán, esta vez con un show fallido por causas extramusicales y con la presentación de mayor proximidad de las tres que ha venido a dar a esta ciudad.

Muy pocos pudieron verla en su concierto del domingo 3 de abril en el festival Lollapalooza. El triste marco de un recinto a medio llenar fue el resultado del control excesivo en el ingreso de público a La Cúpula en el Parque O'Higgins ese día. Poco más de veinticuatro horas después, en cambio, Cat Power cantó en un Centro Cultural Amanda con el público agolpado frente al escenario, en una cercanía que no sólo fue emocionante para buena parte de la audiencia, sino hasta excesiva en un minuto para la propia cantante.

Fiel sobre todo al repertorio de sus dos más recientes discos, The greatest (2006) y Jukebox (2008), Cat Power privilegia en vivo ese sonido pausado y distinguido con el que transforma a su estilo canciones del folk, el country o el blues junto a sus composiciones propias. Sobre esa base ella es esencial: a veces le bastan dos acordes para parar una canción. Es versátil: puede cambiar su tono de voz de dulce a profundo entre un verso y el siguiente. Y es intensa: puede partir en un nivel de intimidad máxima y terminar en un desenfreno de sonido. A veces altera ese pulso pausado, como en el tranco más rítmico de "Silver stallion", pero los que nunca van a cambiar son los timbres, y ni falta que hace, porque son las variaciones de intensidad las que hacen de este show cualquier cosa menos algo monótono.

Su banda, la misma que trajo en 2009 y que también es conocida como The Dirty Delta Blues, es su mejor aliada en esa dinámica. El baterista Jim White extrae todos los matices posibles de sus tambores y platillos con distintos tipos de baquetas. Erik Paparazzi, que esta vez no tocó metalófono, cumple su ajustado rol de bajista pero también toca guitarra, hace coros y transforma su instrumento en una máquina de ruido cuando corresponde. El tecladista Gregg Foreman pone en juego timbres de órgano y teclado y toca una guitarra ocasional, y Judah Bauer, ya conocido tras su paso por el trío The Jon Spencer Blues Explosion, pone el sello de carácter con una guitarra elemental y profunda que apenas interviene con un efecto de sonido trémulo y esa barra de metal para deslizar sobre las cuerdas al modo blusero.

Cat Power en vivo es lo contrario del artificio: es música en vivo por definición. Basta llegar al borde del escenario para ver de cerca no sólo el lunar que hay poco más abajo de su cuello, sino para asistir en detalle al engranaje que arma con sus cuatro músicos, o escuchar el sonido real de las palmadas que se da en las caderas para enfatizar un ritmo, o ver a qué velocidad puede cambiar la expresión de su cara entre la satisfacción y la tensión. La misma tensión que en un momento se hace casi intolerable: "Me gusta cantar para personas, no para máquinas", dice, o casi implora, recién terminada la tercera melodía del programa, refugiada detrás de una torre de parlantes y alterada por tanta cámara digital entre el público. Pero luego aparece una sonrisa igual de auténtica que esa vulnerabilidad, cuando una fan de la primera fila le regala un ramo de flores. Fuerte y vulnerable, intensa y frágil. Eso también es alto contraste, y no sólo es inquietante verlo tan de cerca si uno se lo propone: es otra razón para hacer inolvidable un concierto de esta mujer.

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