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El regalo

30 de Enero de 2004 | 14:16 | Amanda Kiran
Estábamos sentaditos, todos esperando el famoso regalo.

El regalo llegaría por la puerta, como una Navidad anticipada envuelta. Llegaría sin avisos, sin contarnos nada, sólo aparecería, y según ella, era gigante. La profesora nos había jurado que llegaría. La Srta. Magdalena, nuestra bella profesora.

Llevábamos prácticamente toda la mañana portándonos bien, en silencio, calladitos, porque ella nos prometió que con el silencio de la sala el regalo llegaría antes.

Eran ya las once de la mañana... Las once aeme y nos tocaba el recreo. Nada aparecía por la puerta, y ninguno de nosotros quería abandonar la sala. Esperábamos ansiosos por el regalo, pero éste no llegaba.

La profesora nos mandó a jugar, a botar energías, a relajarnos antes de que lo viéramos. Seguíamos así, con nuestros rostros llenos de novedad esperanzada.

Con la ilusión de ver llegar a un mago, a un payaso, tal vez una caja de sorpresas dentro. No sabíamos qué esperar. No sabíamos qué tendríamos ese día para nosotros.

Así con la incertidumbre, salimos a jugar. Por casualidad, Carlitos se quedó jugando bajo las sillas en la sala, mientras hacía hora por el recreo. Carlitos era él mas callado del curso, él mas callado, y él más tímido.

Conmigo tenía confianza, a mí, solamente me hablaba. A veces demasiado.
Esa mañana él se quedó tranquilo dibujando bajo su silla, en el suelo de la sala, en un papel imaginariamente perfecto y blanco.

Fue en ese momento cuando tocan a la puerta. Carlitos imaginó lo esperado, la sorpresa, lo mejor. Pero no, llegaron a avisarle a la profesora que su marido había tenido un grave accidente, y que se tenía que ir de inmediato.

Carlitos escuchó todo. Enmudeció. Soñaba con otra cosa.

La señorita Magdalena empalideció, nuestra bella y joven profesora se puso blanca, recién llegada de su post natal:

Carlitos me relataba todo lo sucedido: “Amanda -me decía- le avisaron, y fue como si hubiese visto un fantasma, o varios. Casi se desmayó en los brazos del auxiliar que fue designado para contarle. Fue terrible.

”Yo me quedé calladito. Debajo de la silla. Sin respirar si quiera”.

”Amanda -prosiguió Carlitos- esto querrá decir que nuestro regalo ¿ya no viene?”.

No seas ridículo e insensible, respondí furiosa, claro que no.

Esa mañana fue funesta para todos.

Niños desilusionados por un regalo que nunca llegó, y una profesora que desapareció sin aviso, por varios días, sin excusas, sin explicación alguna.

Esa semana pasó lenta y trágicamente.

Cuando la Srta. Magdalena volvió a trabajar, vestía entera de negro y su sonrisa había desaparecido. La luz de sus ojos escaseaba, y a ratos sonreía por milésimas de segundo. Nunca volvió a recordar el regalo que nos tenía.
Nunca se lo volvimos a pedir. Ninguno de nosotros, como si leyéramos entre líneas.

Carlitos y yo, menos.

Nadie olvida esa mañana. Nadie se olvida del significado de la palabra regalo.
Nadie, ninguno de nosotros puede olvidar que a veces el mejor regalo es tener a los nuestros, a nuestros padres, nuestros seres queridos, con vida y sanos.

Ese sin duda es el mejor regalo.


Amanda Kiran
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