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Me quedo con La Vega

16 de Abril de 2004 | 13:55 | Amanda Kiran
Éramos una caravana. Tres autos.

Ahorré bastante tiempo para hacer este viaje, y ya estábamos allá. Me parecía increíble estar viajando, manejando entre medio de un desierto.

Yo quería ir a parques, ver el mar, por eso había ahorrado tanto, no para estar metida entre lomas secas sin brillo, en la mitad de la nada. Pero al Pelao se le metió entre ceja y ceja ir a Las Vegas. Y para allá íbamos.

Sólo dos noches.

Así fue que ya a las cuatro horas de manejar, la Sole se agotó, y como si hubiese sido la hora de lavarse los dientes, y de acostarse, todos cerraron los ojos. (Todos eran las otras tres personas que iban en mi auto).

Así que la misión recayó en mis hombros. Tomé el volante alrededor de las seis de la tarde. Quedaban aproximadamente cuatro horas de viaje.

En el cambio de volante, nos perdimos del resto de la caravana y dejamos claro que si algo así nos pasaba, nos juntaríamos en la fuente de agua del hotel Bellaggio, que al parecer era un lugar bastante típico y conocido en Las Vegas.

Para mí, nada era conocido en ese país. Todo funciona tan bien, que uno se pierde. Manejar es una complicación, y si no sales por el "exit" adecuado, pueden pasar demasiados minutos hasta que vuelvas a encontrar una salida adecuada para encontrar tu camino.

Es prácticamente como la vida misma.

En fin, llevaba a penas media hora manejando cuando me di cuenta que la aguja de la bencina ya estaba necesitando mucha vitamina. No sé cómo seguíamos en carrera, si el estanque estaba famélico.

Salí en el pueblo siguiente, todavía me quedaban unas dos horas de viaje. Ya empezaba a atardecer.

El pueblo en el que salí se llamaba "Boron". Era un pueblo con muy poca gente, muy poca. No tenía mayor gracia. Las calles eran casi todas de tierra y las casas se veían la mayoría apagadas.

Para ser atardecer -todo se ve precioso al atardecer-, a este pueblo le faltaba algo.

Pero mi mayor preocupación no era el pueblo, si no encontrar gasolina. Doblé por varias calles hasta que leí "Gas" a lo lejos. Lo leí en un aviso redondo, escrito a mano, como con un plumón enorme y negro. Me alegré mucho, y fui directamente hacia allá. Llegué prácticamente con el olor.

Era una bomba demasiado minúscula. De pueblo. Donde había sólo una máquina para echar bencina. Generalmente las bombas de bencina, allá en Estados Unidos, funcionan solas y uno hace la pega. Luego se pasa la tarjeta por una maquina, y a pagar.

Esta era demasiado antigua y no funcionaba así. Así que apenas iluminé con el auto la máquina, salió este joven extraño de entre la oscuridad de una vieja oficina del lugar.

Me saludó. Le sonreí, y solamente me preguntó cuánto.

-Lleno por favor, respondí.

Ahí, con mis tres compañeros zetas en el auto, me quedé sola esperando a que el estanque se llenara. Mientras tanto, no pude evitar observar a este joven.

Usaba un abrigo de cuero muy largo, junto con unas botas puntudas. Sus jeans eran sujetados por un cinturón de metal, como con puntas. Bajo el abrigo no se apreciaba mucho más. Usaba un sombrero tipo cowboy, que a penas me dejaba verle la cara. Me dio pena pensar qué hacía un joven en este pueblo tan añejo, y más encima en una bomba de bencina.

Quise conversarle, pero no pude. No me salía el habla. Cuando terminó su tarea, me cobró y se fue adentro otra vez. Antes de eso, le pregunté que cuánto quedaba para Las Vegas. Dos horas, dijo con seguridad.

Agradecí la maniobra y me fui al volante, junto a los tres zombis que "me acompañaban".

Y así seguí ruta hacia Las Vegas. A las dos horas exactas apareció un cartel: LAS VEGAS.

Luces, neón, vida nocturna, gente, la contradicción misma con este otro pequeño pueblo. En la mitad de la nada se levanta una estructura eléctrica indomable cuyo fin es hacerte gastar, e intentar divertirte a como de lugar, despertando tus más oscuros vicios.

Cuando llegamos, desperté a mis otros tres compañeros, y juntos estacionamos muy cerca del famoso "Bellaggio". Ahí nos esperaba el resto de la caravana.

Estaban acompañados por un guía gringo que nos llevaría al "Gran Cañón".

-Amanda, ¿por qué se demoraron tanto?, preguntó el Pelao.

-Ah... es que pasé a este extraño pueblo a echar bencina. Ya casi no me quedaba nada, pero llenamos el estanque.

-¿Y donde paraste?

-Ahí, en Boron. A dos horas de aquí.

-¡¡¡¡Qué!!!, exclamó el guía gringo. (En inglés, of course).

Pero si ese pueblo está botado hace años, ahí ya no vive nadie.

-Como nadie –respondí- si un extraño joven me puso bencina muy amablemente…

-Y me interrumpió: "¿Ese joven llevaba puesto un abrigo de cuero negro?".

-Sí, ¿cómo lo sabes? ¿Lo conoces?

-Es un mito, me respondió. Un mito que acabo de comprobar. Ese joven murió hace 20 años en una explosión en esa misma bomba.

-Imposible, respondí un poco asustada. Si el auto llegó hasta acá, esa es la prueba fiel. Mira vamos a ver el marcador de bencina.

Llegamos al auto, y lo prendí. No tenía bencina, cero bencina.

¿Cómo llegué a Las Vegas en dos horas? No sé. Me aterroricé, y después comprendí.

Ya sé lo que le faltaba a Boron, no bastaba el atardecer. Le faltaba vida.


Amanda Kiran
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