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¡Aguanta Rafaela!

18 de Noviembre de 2004 | 18:35 | Amanda Kiran
Ahora le dio con que tenía que llegar luego. Lo más luego posible. El tío Ricardo estaba a punto de ser padre.

¿Y qué hacía en la playa? Cuando su señora estaba a punto de tener su primer hijo en la capital. Jugando un campeonato de algo.

Es que es así. Para los hombres -y algunas mujeres- el deporte es la vida. Y sobrepasa cualquier prioridad o eventualidad. Bueno, éste más bien fue un adelanto inesperado. La Rafaela no tendría que nacer hasta dentro de una semana. Pero quiso salir, sin discusión. Pero con contracción.

"Ancle Richard", como le decíamos de cariño por lo picante de su forma de ser, se subió a mi bólido sin preguntar mucho detalle. Mi salida era la primera de la casa. Y quiso partir con el primero que enfocara a su hogar.

Estaba alterado, nervioso, agitado y con ganas de apurar el tranco y salir luego. En cuanto cerró su puerta del auto, el motor ya estaba andando y salimos de prisa rumbo a Santiago.

La carretera se hizo la amistosa... y no mostró sus garras. Llegamos a Llay Llay. Ahí empezó la comezón. Pero no de taco, sino de frenos.

El tío Ricardo llevaba su ventana abierta y su cabellera volaba en armonía al viento que se colaba fuertemente con la velocidad. Yo, con 21 años, me sentía la dueña del mundo. Una dueña sin mucha experiencia… Pero dueña al fin, al menos del volante.

Agarré 100 km/h. Me creía Eliseo (que era el único corredor de autos que conocía en esa época). Intenté bajar la velocidad en la primera curva, pero los queridos frenos titubearon y me dejaron sin su mejor acción: frenar.

Entonces, el tío Ricardo se decidió a hablar.

-Amanda, creo que tomaste esa curva demasiado rápido.
-¿Tú crees? -le dije asustada-, pues yo también. Es que no me responden los frenos.

Toda la cabellera que flotaba alocada por el viento se ordenó y vino hacia delante, como si en dos segundos el cabello hubiese tenido vida propia. Se veía ridículamente asustado. Se paralizó, al igual que sus gestos y su cuerpo.

-¿Qué? Me quieres decir que se te cortaron los frenos...
-Sí tío, no puedo controlar bien el auto, y menos bajar la velocidad.

Entonces empezó el desarme dentro de un espacio tan pequeño, como mi auto. Intenté mantener la calma y no moverme para ningún lado, ni cambiar de pista. Sólo quedarme en mi vía, y hacerle el quite a cuanto auto estuviese cerca de mí.

Mi tío perdió un poco el control, y y susurrando fuerte se puso a rezar, a hablarle a la Rafaela (por si no llegaba a conocerla), a su señora, a Dios...

Yo, al contrario, más concentrada que nunca en el pavimento, en los autos, las subidas las bajadas. Atenta a todo. Lo único que esperaba ansiosa era a que llegara esa pequeña cima, donde luego aparece la nunca bien ponderada bomba de bencina.

Mi plan era (no sé cómo) aterrizar ahí.

Mi tío seguía rezando y yo lograba controlar un poco más el auto, bajando la velocidad en esta aterradora subida que se transformaría muy luego en bajada.

Antes de que empezara más fuerte el descenso, puse segunda y entré a alta velocidad al servicentro de la carretera. Un bombero se nos acercó de inmediato, muy enojado a retarnos. Sin embargo, se quedó hablando solo, ya que no pude detener el auto…

Y me miró con su cabeza, dando círculos a su alrededor... Cara de extrañado. Y asustado.

Entonces, decidí poner el freno de mano, y aplicar un trompo. Era la única alternativa que se me ocurrió para detener el automóvil.

Ahí sí que todos me querían matar. Fue prácticamente un atropello a la consciencia, pero sin rasguñar a nadie. Es que no quedaba otra opción.

Salimos de esa bomba a las dos de la madrugada. Muertos de cansados. Negros por el trajín. Y medios histéricos de ánimo.

La Rafaela se aguantó. Fue falsa alarma. Nació dos días después, con su padre observándolo todo. Y, por supuesto, vivo.

Y yo tuve que vender mi bólido. Sin apego a lo material, dejé ir a esa joyita. Por una sola razón. Traición.


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