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Una historia de amor

05 de Agosto de 2005 | 19:13 | Amanda Kiran
Durante una de mis tareas en una revista deportiva me tocó investigar y entrevistar a un viejo atleta. Su especialidad, el triatlón. El reportaje quería descubrir qué pasaba con los deportistas olvidados, que fueron alguna vez importantes para nuestro país, pero sólo por escasos momentos. Casi por sólo una meta.

Algo así como el fenómeno que para mí tuvo Erika Olivera. Llegó de su medalla de oro y fue auspiciada por una importante empresa de teléfonos, debido al número con el cual corría… Y luego sólo sabemos (sin estar seguros) que sigue entrenando tras las micros, para mantenerse como una maratonista.

Viví de cerca su triunfo en los Panamericanos de Winnipeg el año 1999. Y luego en Santo Domingo, con puro corazón sacó un tercer lugar. Medalla. Algo que no muchos pueden contar. El tema está en que es difícil mantenerse arriba. Difícil, sobre todo con estos atletas solitarios que sólo dependen de su propio esfuerzo.

El apoyo no siempre es eterno. Don Exequiel era uno de estos casos. Lo fui a entrevistar al hogar donde vivía hace varios años, que era pagado por el Estado, debido a su "valioso" aporte al país. Don Exequiel vivía con su segunda mujer en este hogar. Compartían un mini departamento dentro del hogar, que no tenía más que una cama, un pequeño televisor, un sillón pequeño para recibir algún invitado. Por ejemplo, a mí. Y un frigobar que había sido regalado por su único hijo, antes de partir a Canadá. Esto hace ya más de siete años.

Las auxiliares me dejaron pasar, y me mostraron donde quedaba su pieza. Nos presentaron. Más bien, me presenté. Y partió la conversa.

- Hola don Exequiel, soy Amanda, deportista como usted-
- Hola señorita Amanda, me dijo.

Le expliqué un poco a lo que venía, y el empezó a hablar. Me contó de lo olvidado que tenía aquel tiempo de atleta. Yo no sabía, pero él padecía de Alzheimer y a raíz de ésto la entrevista fue bastante más difícil de lo que pensé.

Me contó que su mujer había muerto hace al menos diez años, pero que su recuerdo vivo no le había impedido reencontrar el amor. En otra señora del hogar que padecía la misma enfermedad. Extraño e increíble. Su actual señora no era deportista para nada. Al parecer la antigua tampoco lo era. Estaban muy tomados de la mano, felices y sonrientes, mientras me comentaban de la vida dentro del hogar. También me hablaron de los recuerdos y trofeos que dentro de esta pieza tenían. Me contó de algunas carreras que recordó, e incluso me mostró un recorte del periódico, bastante amarillo. No olvido destacar que el trofeo más importante (su medalla de oro sudamericana) se había ido a la tumba con su mujer. Su mujer fallecida.

Su actual señora se llama Anita. Era una mujer con unos ojos vivaces y rebeldes. Mutuamente hacían que su enfermedad no fuera tan perversa. Se conocieron en un paseo que organizó el hogar a un parque de diversiones. Ella paró a comer un algodón de azúcar y a él le llamó la atención aquel gusto especial. Así que se le acercó y empezó el romance. Los casaron ahí mismo, en el hogar.

Mientras pasaba la tarde, me di cuenta que habíamos hablado más de ellos que del deporte mismo. Parte de su vida y su presente al fin, así que podría unir todos los cabos al final. Fue más divertido hablar de ellos, del hijo y de su actual amor. Anita llevaba los mismo años que él en ese lugar, pero ella no recordaba mucho más que lo que él comentaba.

Se me hizo tarde y ya me tenía que ir. Me despedí agradecida de la entrevista y muy cariñosamente me abrazaron los dos al mismo tiempo. Eso fue especialmente divertido. Al salir, caminando por un pasillo, me di cuenta que la medalla de oro que don Exequiel me había comentado que estaba en la tumba de su difunta señora, estaba de lo más colgada en el comedor del hogar. Su nombre, el año, el triatlón y la importancia de tal grande premio. Todo brillaba.

Me acerqué a una auxiliar a preguntarle por qué estaba ahí, si su señora se la había llevado a la tumba. (Según él). “¿A la tumba?”, dijo riéndose la auxiliar.

- Ese viejo loco… Su mujer vive con él. Es la señora Ana, agregó.
- ¿Pero esa es su segunda mujer?, repliqué con los ojos inmensamente abiertos.
- No señorita. El amor es sabio. Olvidaron ciertos detalles y creen que son un segundo matrimonio que se volvió a encontrar. Con ceremonia y todo. (Esa parte es culpa nuestra, les damos demasiado en el gusto a nuestros viejitos). Pero la verdad, un día salieron separados de acá y se olvidaron de todo. Lo bueno fue que se reencontraron en aquel parque de diversiones. Así que les seguimos la corriente y los volvimos a casar. Así no más.

Me despedí increíblemente impresionada. Increíble historia me llevaba para la casa. Increíble historia de amor. El deporte, el olvido, pero algo que nunca nos abandona. El verdadero amor.


Amanda Kiran
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