Anoche estaba viendo las noticias. Tremendas. Todo malo. Casi nunca hay noticias positivas, y las pocas veces que hay, son deportivas.
Algo es algo. Por eso amo tanto el deporte.
Pero aparte de eso, lo terrible es creer que todo va peor cada día. Creer, sólo creer. Porque mi visión de las cosas apunta a que no es así. Generalmente las cosas van igual y, solamente, hay más información sobre ello hoy en día. Eso es todo.
También influye que la población va creciendo, y junto con ello pasan más cosas. Eso espero, para no sentirme mal y creer que vamos hacia abajo.
Igual está la ley. Uno confía en ella. Cree que va a hacer siempre lo mejor. Que siempre intentarán ayudarnos. Y ahí están los señores carabineros. Tratando de tapar con sus dos manos todo lo que venga. Trabajo que debe ser muy difícil.
Pero hay veces que uno siente que pierden su tiempo en ridiculeces. Como esa vez...
Mis padres viven fuera de Santiago. Son pocas las veces que vienen a la capital. Y la verdad, ya están bien transformados en huasos del campo. Toda una vida en Santiago, mas con un par de años fuera y ya al volver es una selva.
Es comprensible. Es fácil agarrar el ritmo de provincia.
Este no había sido un viaje corto. Muchas cosas que hacer. Mi madre, agobiada con el día completo, y mi padre, que aún no cortaba el cordón de algunos trámites bancarios en Santiago.
Llegaron al lugar y mi papá optó por estacionarse en un lugar pagado. Mi mamá, siempre pensando en el ahorro, le dijo: "Para qué, yo me quedo en el auto y si alguien viene, me muevo".
A mi papá le gustó la oferta. Eran al menos $1.000 de ahorro. Así que se bajó al último trámite bancario. Ella se quedó en su asiento (de copiloto) a esperar. Luego de diez minutos, la gobernó el cansancio y se durmió. Se despertó asustada porque alguien le movía su auto. Pensó que la estaban asaltando. No. Le estaban pegando un parte en la ventana del piloto.
Ella se había ido un poco hacia abajo en su asiento, con el sueño y los
ronquidos. Y según los carabineros no la habían visto. Entonces atinó.
-¡Señor carabinero! Estoy acá dentro, no me saque el parte.
-Uhhh, señora no la habíamos visto. No sabíamos que había alguien adentro.
-Sí, señor, acá estoy esperando a mi marido. Y en la espera me dormí.
-Mis disculpas, pero ya no puedo hacer nada, ya hice la papeleta.
(Esa frase la he escuchado varias veces).
Nunca he sabido si es verdad, que si un carabinero escribe los datos de un parte en su libretita amarilla, ya no hay pie atrás. Y sólo les queda sacarnos el parte.
-Pero señor, por favor, me quedé dentro especialmente para eso.
-Lo siento, señora, es nuestro deber.
Ahí da rabia. Ver a tanta gente mala que se sale con la suya, y mi pobre vieja agotada tras una vida de correr y hacer el bien, es sancionada y multada. Se sintió pésimo. Pero ya no había más que hacer. Llegó mi padre, vio el papel y abrió los ojos.
-¿Que pasó? -preguntó.
-Me dormí, y me sacaron un parte -contestó ella, con cara de risa y pena.
-¿Pero cómo?
Y ella le contó todo. En verdad, era tragicómico, una vez más. Así fue como se dieron cuenta que la ley está presente. No siempre haciendo lo que uno quisiera, pero siempre dando vueltas, para que los que se aprovechan no lo sigan haciendo.
No era este el caso. Pero no había tiempo de retroceder aquel instante. Finalmente, a las tres semanas, tuvieron que ir a pagar el estacionamiento más caro de sus vidas.
¡Ahorrarían mil pesos! Pero finalmente la siesta costó veintitrés mil pesos. Así es la ley y el orden. Y, sinceramente, aunque nos de rabia en algunas ocasiones, mucho mejor que estén a que no estén.
Amanda Kiran