Estamos lejos. Y somos diferentes. Así es…
Chile está alejado del mundo. O bien el mundo alejado de Chile. Hay barreras que se pueden romper. Pero no todas, y no completamente.
Así me di cuenta en una llamada que recibí de mi amiga Manuela. Se fue a terminar su carrera a Australia. Ni más ni menos. Bien lejos. A Australia.
Orientada y apoyada por aquellos que la quieren tanto, como para perderla por siete meses, fue aceptada en una universidad de allá, para poder terminar el último semestre en ese lejano continente.
Su último año de estudiante, viviendo y compartiendo con algunos chilenos más en ese mundo diferente. Afortunada de poder compartir con algunos compatriotas que andaban en lo mismo. Esos compatriotas que se extrañan tanto cuando uno está en otro país. Es que no hay como el amigo chileno.
Así que comparte su casa, sus gastos y algunas otras cosas más con ellos. En total -contándola a ella- son cuatro y por su voz en el teléfono, están felices.
Las diez de la mañana acá, las doce de la noche allá, me llevaron, luego de cortar, a acordarme todo el día de ella. Mientras mi día corría, el de ella dormía.
Lo más increíblemente anecdótico fue que un poco antes, esa mañana, ya había recibido un mail suyo el cual contaba y mostraba algunas paradisíacas fotos, en unas mini vacaciones que tuvo entre clases.
Estuvo como dos semanas más al norte de donde vive, disfrutando de la playa, el mar y las maravillas de una primavera en comienzo. Lo que yo no sabía es cómo había logrado ahorrar plata para este intrépido y hermoso viaje. Y es que eso no lo fotografió.
Su llamada, entre cortada, contaba las formas que había buscado para obtener dinero. Lo difícil que podía ser encontrar algo, pero lo bien pagado que era. Entonces me contó: “Fui un día a comunicarme a Chile. Y ahí vi este aviso pegado en un ciber café…”.
Y siguió contando. “El aviso decía
se necesitan maestros de construcción". Manuela, sin pensar en nada, llamó.
-¿Aceptan mujeres? –dijo con seguridad.
-Supongo que sí –le respondieron con una voz de duda.
Finalmente, mi amiga Manuela quedó citada para dos días después de la llamada. Se presentó a las 7:30 en una supuesta remodelación, que más bien era la demolición de una casa.
La saludó su nuevo jefe, Grez, quien la presentó a Bob, su futuro compañero de labores. (Bob, como
Bob el constructor, protagonista de unos dibujos animados de niños). Bob la miró con cara extraña, y le dijo: “Supongo que tú no vas a trabajar aquí”.
Orgullosa de su pequeño pero perfecto cuerpo de deportista, contestó que sí. Y así empezó su mañana. Le asignaron sacar todos los clavos de las tablas. Tarea fácil pensó. Pero la verdad, eran unas grapas fuertes y duras.
Si no hubiese sido por sus constantes y bien efectuadas labores de pesas en sus años deportivos, la exigencia de fuerza que requería aquello no habría sido posible y habría tenido que desechar la misión. Pero se la pudo.
Ya pasadas un par de horas, Bob el constructor era casi su mejor amigo y la ayudaba en todo, para que ella, la joven obrera no se sobreexigiera.
Claramente la ayudó su simpática chispa y su chilenidad. Los horarios eran bien marcados. A las 9:30 podían tomar té. A las 13:30, almorzaban. Y luego a las 15:30 se retiraban a sus casas.
Quedó agotada, pero satisfecha. Hizo lo mismo por tres días. Con eso podía salvar para ayudar en su viaje de vacaciones. Lo más increíble fue que le preguntaron si podía volver a trabajar. Ella, por sus horarios de universidad y por sus futuras vacaciones, no podía pero quedó en llamar más adelante, por si le tenían alguna otra cosa.
Conclusión: muy bien representada la mujer chilena. Como siempre, Manuela, vistiendo la roja con orgullo.
¿Se imaginan eso en Chile? Trabajar en una obra, sacando clavos, con cincuenta maestros alrededor. Tal vez sales viva, pero no vuelves ni por todo el oro del mundo. Y es así, somos todos diferentes. Es mejor pasar delante de una construcción, que trabajar dentro de ella. Al menos en Chile. En cambio allá, conviene ser parte del staff. Aunque sea por un tiempo. Y ahorrar.
Amanda Kiran