Los años pasan. Y siempre lo digo. Es que es una realidad a veces dura.
Cuando tenías cinco años, tu sueño era un dulce o un chicle. Ya a los diez tal vez querías ir a patinar, o bañarte horas en el mar. A los 13 ya te fijas en los hombres -o en las mujeres- y te avergüenzas por ello. A los 15 eres casi una mujer o un pequeño hombrecito, quieres tener una fiesta o verte bien en ellas. La vanidad llega, Y es saludable. Cerca de los dieciocho, lo único que quieres es sacar carné para manejar.
Pasar a buscar a alguien. Acarrear a todo el mundo.
Y es así. El lenguaje va cambiando a medida que vamos creciendo. Cambia mucho. Constantemente. Sueñas. Compites. Piensas. Quieres. Peleas. Conquistas. Disfrutas. Todas de manera diferente, con el avance del tiempo. Cada tiempo lo ves diferente. Como las guaguas, que al mes ya ven el mundo nítido y de colores. Gran cambio. Otro lenguaje.
Yo aún recuerdo las primeras calcomanías que me regalaron con luz propia. Calcomanías fluorescentes. Esas que tienen galaxias, la luna o el sistema solar. Esas que pegas en el techo, para en la noche quedarte dormida(o) observándolas.
Las guardo hace más de quince años. No las quería pegar en cualquier lugar. Así que las guardé para un lugar especial. Soñaba con una pieza más nítida, más blanca o tal vez más mía. Eso era. No quería pegarlas y luego perderlas.
Los años han pasado y todavía guardo intactas mis calcomanías que ya no podré pegar. Es que mi lenguaje ha ido cambiando. Y la pieza soñada llena de luces fluorescentes en su techo por la noche, ya no me parece tan atractiva. Y estoy viviendo otras cosas, sin necesitar pegarlas. Aunque me sigan gustando mucho.
Por esperar algo, algo quizá un poco mejor, no las voy a pegar nunca. Y seguramente las voy a regalar. Quién sabe. Tal vez las guarde hasta siempre. Y las pegue algún día.
¿A qué voy con esto? Voy a que a los 18 años recién está empezando tu vida. Tú forma de soñar. Tus ganas. Tal vez, a los 18 años, te regalaron tus primeras o segundas calcomanías.
Y vas a cambiar, vas a pensar diferente, vas a probar diferentes cosas. Tal vez vas a jugar fútbol todos los martes y jueves. Quién sabe si algún miércoles tomarás el electivo de tenis. Puede ser que seas parte de la alianza verde y campeonarás en el tenis de mesa. No sabemos lo que quieras hacer.
Te puede gustar mucho el cine, leer o las matemáticas. Puedes querer manejar todo el día, y dedicarte a correr en autos. A esa edad, la vida está mostrando sus libertades. Abre puertas tan nuevas. Te deja ser tú. Liberarte, llenarte de amigos, llenarte de futuro prometedor. Y a veces, así y todo, eso no basta.
No entiendo la muerte a los 18 años. No la puedo entender. Sé que el lenguaje de algunos puede ser definitivamente más oscuro que el de otros. Sé que hay mucha gente que debe necesitar ayuda. Pero tras ver el despliegue que en cuestión de minutos una sola persona provocó, no me deja entender qué pasó.
Qué lenguaje se apoderó de esa cabeza. Y que impotencia no haber podido hacer algo. Yo siempre he pensado que la vida se llena de trabajo en equipo. Uno no vive solo. Para nada, esta sociedad está hecha para vivir en equipo.
En una cancha. En un plantel. La vida en familia. Con amigos. Y hoy, ese equipo que intentó sacar adelante a una persona debe estar tremendamente aturdido. Sin explicación. Sin salida. Tal cual como ocurrió.
Era difícil hablar de otra cosa hoy. Difícil no sentir una pena terrible por un joven que sin saber nos deja una tremenda lección. Espero que su familia, sus amigos, su equipo, encuentre la fuerza necesaria para entender y salir adelante.
Para mí, lejos de ellos, no es fácil.
Hoy estamos tristes y no hay mucho más que decir.
Amanda Kiran