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Dieciséis
minutos antes de que el transbordador Columbia cumpliera
con su programa y aterrizara en el Centro Espacial
Kennedy de Florida, la Agencia Espacial estadounidense,
NASA, estableció el último contacto
con los tripulantes de la nave.
Hasta
ese entonces no se habían registrado problemas
y el transbordador se encontraba en perfectas condiciones.
El día anterior, el 31 de enero, los mismos
astronautas se habían cerciorado de que todo
estuviera normal para que dentro de pocas horas iniciaran
el regreso, luego de una misión que los llevó
a orbitar la Tierra durante 16 días.
Además,
las condiciones meteorológicas no podían
ser mejores. Nada hacía presumir que algo estaba
funcionando mal.
Sin embargo, la NASA decidió aplicar de inmediato,
apenas la nave desapareció de sus pantallas,
los procedimientos de emergencia, estipulados para
casos que escapan de las manos de los ingenieros y
astronautas.
Pocos minutos después de las 14:00 GMT (11
horas en Chile) el Columbia reapareció a la
vista de todos, incluidos los familiares de los siete
astronautas que iban a bordo, que esperaban en oficinas
de la NASA, su regreso a casa.
Pero el transbordador no sólo apareció
en las pantallas de la agencia espacial. Inesperadamente,
también estaba en las pantallas de las más
importantes cadenas de televisión. Ahora no
sólo los familiares seguían atentos
la llegada de la nave, sino que los ojos del mundo
se habían posado en la columna de humo y fuego
en que se había transformado el Columbia.
Cruzando
por los cielos del Estado de Texas, a una altitud
de 61 mil metros y viajando a una velocidad de 20
mil kilómetros por hora, el transbordador comenzaba
a despedirse de una manera trágica, desastrosa
y que sin duda dejará una profunda huella de
dolor en el corazón de Estados Unidos y del
mundo entero.
Las banderas cayeron a media asta y la esperanza de
unos pocos se desvaneció por completo cuando
el Presidente de Estados Unidos, George W. Bush, confirmó
la muerte de los siete astronautas.
Las
palabras del Mandatario fueron un golpe duro no sólo
para la NASA y Estados Unidos, sin también
para todos quienes aun miran consternados las imágenes
de la tragedia.
Porque con la desintegración del Columbia,
no sólo desaparece el primer y más emblemático
transbordador de la NASA, sino también la vida
de cinco hombres y dos mujeres que dedicaron su vida
a la exploración del espacio. Siete vidas que
ya no están en la Tierra, pero que sin duda
se encuentran en algún punto más allá
del cielo.
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