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Columna de opinión: La mano del tiempo

Los viejos propósitos y lemas hicieron amago de despertar; pero, se sabe ahora, nada de eso resultó porque la mano del tiempo ya había borrado el entorno que los mantenía en estado de alerta y de vigilia.

19 de Mayo de 2023 | 05:42 | Por Carlos Peña
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El Mercurio
Dentro de todas las cosas que dijo Sartre —y dijo muchas, todas o casi todas inteligentes— una de las más relevantes fue la de que la existencia humana estaba siempre situada. Con ello quería él decir que lo que hacemos o pensamos siempre lo hacemos o lo pensamos al interior de una cierta situación, reaccionando frente a ella con alergia o con agrado, motivo por el cual lo que hacemos o pensamos casi nunca nos pertenece del todo: es la situación, la circunstancia prefería decir Ortega, el mundo en derredor, la que en parte importante lo explica. Y eso vale especialmente para la política. Si no lo cree, se convencerá al revisar estas páginas.

Es que ellas muestran de manera flagrante hasta qué punto la actitud ideológica de los partidos y de los gobiernos depende, en parte importante, del contexto que los rodea y hasta cierto punto los configura.

Hace cincuenta años el fin de la historia, es decir, la expiración de las grandes utopías, todavía no se había producido. Este es el dato fundamental. La cultura política estaba entonces inflamada por los grandes relatos (imágenes del futuro donde el tiempo culminaba), especialmente la de la izquierda. Aunque no solo ella. También la Decé, como lo prueba el hecho de que por esos mismos años Frei Montalva escribía “Un mundo nuevo”, abogando por una tercera vía. Y la propia dictadura que siguió al Golpe abrazó una utopía, según mostró Mario Góngora. E incluso la Iglesia estuvo tentada de transformar la buena nueva en proyecto intramundano con los Cristianos por el Socialismo.

Y esos relatos, en el caso de la izquierda, contaban con una realidad concreta, la de Cuba, la de Europa del este, donde se simulaba su realización. Hoy sabemos que no era así, que eran esfuerzos prematuramente fallidos, pero entonces o no se sabía o no se quería saber.

En esos tiempos lo que hoy parece desmesurado no lo era. Porque no eran las ideas las desmesuradas, sino la realidad frente a la que ellas reaccionaban.

Eran los tiempos de la descolonización (que mostraban que el imperialismo había sido una realidad y seguía existiendo bajo nuevas formas como la propia experiencia del golpe y la intervención de EE.UU. en Chile lo probará); entonces al norte industrializado lo acompañaba un sur empobrecido y eso parecía una condena (por esos años Willy Brandt nombró la Comisión Norte Sur de la que Frei formó parte); las teorías en economía política sugerían que Chile, en el circuito del capitalismo, solo podía aspirar al desarrollo del subdesarrollo (y Gunder Frank tenía tanto éxito en la izquierda como después lo tendría Hayek en la derecha); la democracia era una forma encubierta de dominación (y por eso su valor era meramente instrumental y se la arrojaba lejos cuando se revelaba inútil para los propios fines).

En medio de ese panorama entonces, en medio de esa situación, la política de la izquierda no parecía, en modo alguno, descabellada, como lo parecería hoy si se prescinde de los acontecimientos y procesos frente a los cuales ella reaccionaba.

Hace cincuenta años la existencia social y política consistía en tomar partido por alternativas irreconciliables. Cada bloque —EE.UU. de un lado, la URSS del otro— presentaba un dibujo de la existencia social e histórica perfectamente opuesto. Y cada uno de esos lados reclamaba una fe ciega y parecía dispuesto a cualquier cosa para obtenerla.

¿Cambió la situación para Chile luego del Golpe? Sí, pero desde el punto de vista político no para bien. Pinochet fue un socio incómodo de EE.UU., y a la vez un verdadero paria, un descastado, un proscrito, un excluido en la escena internacional, lo más parecido, visto a la distancia, a la situación de Franco en la posguerra. Incluso un dictador como Marcos se permitió hacerle desaires. La situación fue distinta desde el punto de vista económico: Chile se incorporó poco a poco al circuito del comercio internacional. Esa paradoja insinuó lo que sería el mundo de hoy: particularismos estatales en medio de un mercado global.

Para los inicios de la transición el mundo había cambiado. Los socialismos reales fracasaron (y hoy solo subsisten esperpentos), el mercado se globalizó y la ola democrática comenzó a bañar a casi todos los países. Vino entonces el largo período de tres décadas en que Chile se modernizó. La izquierda dejó el antiimperialismo y el latinoamericanismo y se puso pragmática, amistosa con la modernización capitalista, anhelante de acuerdos comerciales.

Hasta que llegó octubre del año 2019 y el discurso antiimperialista y el sueño utópico pareció renacer: se elaboraron relatos escatológicos sobre el fin de capitalismo, el decolonialismo, el decrecimiento y el buen vivir, cosas así. Los viejos propósitos y lemas hicieron amago de despertar; pero, se sabe ahora, nada de eso resultó porque la mano del tiempo ya había borrado el entorno que los mantenía en estado de alerta y de vigilia.

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