 Betty Lana y su nieto Nicolás visitan la animita que recuerda a los Muñoz Álvarez. |
 René Ramírez junto a la mediagua que alguna vez fue sede vecinal, único lugar que recuerda el nombre de esta localidad. |
 La villa Pueblo Nuevo, donde hoy vive la mayoría de las familias que fue trasladada. (Fotos: Sebastián Padilla) |
PUEBLO NUEVO, Punitaqui.- Amanece. Los primeros rayos de sol disipan la neblina y dejan al descubierto la cara triste de Pueblo Nuevo. O del lugar que solía ser conocido como Pueblo Nuevo.
Hace frío, pero la señora Betty Lana Ravé (45) sale igual, como todos los días, a alimentar a sus 13 cabritos o "huachitas", como ella las llama. El corral donde las encierra está frente a su casa, una de las pocas que quedan de lo que era Pueblo Nuevo.
El terremoto las destruyó todas, aunque lo más preciso sería decir que se las llevó todas. Sólo 16 familias reconstruyeron ahí sus hogares. El resto prefirió irse del lugar. Donde antes había casas de adobe, luego hubo ruinas y mediaguas. Y hoy son sitios desolados donde crece imperturbable la maleza.
Una imagen desoladora que sus habitantes no quieren ver repetida en el norte del país. Como víctimas de un terremoto de similar intensidad, sólo esperan que la historia no se repita, que pueblos como Huara, Camiña, Pica o Pozo Almonte no se transformen en un espejo de lo que alguna vez fue Pueblo Nuevo.
Pero recorrer las calles de tierra de esta localidad rural ubicada a cuatro kilómetros de Punitaqui en la Cuarta Región no hace más que rememorar las actuales imágenes de los pueblos cordilleranos del Norte Grande, azotados por el terremoto de hace una semana. Claro que Pueblo Nuevo lo sufrió hace ocho años.
Fue en octubre de 1997 cuando Pueblo Nuevo, entonces con cerca de 400 habitantes, se transformó en el epicentro de un violento sismo y en la cara más visible de la tragedia humana.
Ese martes 14, a las 22:03 horas, un remezón de 6,8 grados Richter y dos minutos de duración selló el destino de este lugar, que iniciaría desde entonces una lenta agonía contra la que hoy luchan sólo unos pocos.
Porque tras el desastre vino la desesperación. Y con la desesperación, las soluciones provisorias que hicieron de la localidad una verdadera
población callampa, con mediaguas regaladas gracias a una campaña televisiva, pero con familias sin alimentos, ni luz, ni agua potable.
Me quedo, me voy
La señora Betty era muy cercana a la familia Muñoz Álvarez. Fue uno de sus hijos el que primero se enteró de la muerte de los cinco vecinos a quienes el terremoto les botó la casa encima.
Hoy una animita con cruces con sus nombres recuerda a las víctimas en el mismo lugar donde se emplazaba su hogar. Fueron los propios pobladores quienes la construyeron y la mantenían con flores y velas encendidas. Incluso pusieron sillas de la misma casa para reunirse y orar.
Pero casi todos ya se fueron y aquel punto de recuerdo luce desarreglado. "Voy a venir a limpiar y barrer esto", dice Betty mientras bota unas flores secas.
"Lo que yo he vivido no se lo doy a nadie. Fue terrible y hoy apenas siento un temblor salgo asustada. Les tengo terror, mucho miedo", explica recordando aquellos momentos.
Ella también perdió su casa, y durmió a la intemperie a una orilla del camino de tierra, protegiéndose sólo con frazadas. Pasó bastante tiempo antes de que volviera habitar su hogar, porque incluso temía que las dos mediaguas que le regalaron se le vinieran abajo con las múltiples réplicas.
A pesar del temor, asegura que jamás se iría de ahí. Lo mismo dice René Ramírez (75), quien mantiene en perfectas condiciones sus dos mediaguas frente a la sede vecinal en desuso, único lugar donde aún se recuerda que éste es Pueblo Nuevo.
"Después de casi 8 años hemos superado la pena y la amargura. Somos los más antiguos los que aún queremos preservar lo que era nuestro pueblo", dice resignado.
Camino opuesto tomaron muchos de sus vecinos, quienes vendieron las mediaguas que les donaron y emigraron a una villa donde el Gobierno les construyó 99 viviendas de concreto en un terreno ubicado más cerca de Punitaqui. Es el nuevo Pueblo Nuevo. La Villa Pueblo Nuevo.
María Ortiz (50) vive ahí. Y está muy feliz y agradecida aunque asegura que a ella no le regalaron su nuevo hogar, sino que se lo dieron porque era algo que le debían, premio a su sacrificio y por todo lo que sufrieron.
"Nosotros perdimos todo. Tuvimos que dormir en el suelo, no teníamos agua ni nada para comer. Después del terremoto vivimos como animales. Por eso fue un sueño llegar aquí. Mis hijos no sabían qué era sentarse en un baño decente", se desahoga emocionada.