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Sobreviviente de Antuco: "Vi botellas de pisco. Hacían fiestas allá arriba"

Solo, con ropas mojadas, hambre y frío, el ex conscripto Javier Aguilera Poblete venció a la nieve y al viento blanco. Hoy recuerda cómo vio morir a compañeros y acusa al ex mayor Cereceda por ordenar la marcha.

18 de Mayo de 2006 | 08:48 | Felipe Gálvez Tabach, El Mercurio en Internet

Javier Aguilera (Foto: El Termómetro).
"Arriba hacían fiestas"
Javier Aguilera es uno de los ex conscriptos que ha entregado más luces acerca de las actividades extraoficiales que realizó el Regimiento 17° cuando estaba en Los Barros.

Las celebraciones, con alcohol incluido, se repitieron varios días antes de que los soldados iniciaran el regreso. "Vi botellas de pisco botadas al lado de un tarro de basura. Compañeros míos hacían fiestas allá arriba, pero nunca dijimos nada porque el que habla ahí es castigado", afirma hoy Aguilera.

Según explica, nunca supo quién llevó el alcohol a Los Barros, pero cree que los conscriptos no fueron porque "a todos se les revisó la mochila antes de subir al camión".

El ex uniformado recuerda que los oficiales a cargo celebraron un cumpleaños y unos ascensos y que hay fotos donde el comandante Gutiérrez, a cargo de su compañía, aparecía bebiendo.

"Si tenís a 80 soldados a cargo, no podís ponerte a tomar a las 12 del día. Es ilógico", acusa con evidente molestia.
SANTIAGO.- Sin trabajo estable. Aquejado de hemorragias internas como efecto del trauma, que le impiden realizar esfuerzo físico. Con pesadillas recurrentes que le refrescan en la memoria las imágenes de sus compañeros caídos.

Así, con apenas 20 años y ayuda psicológica y médica para superar el trance, Javier Aguilera Poblete trata de encontrarle un nuevo rumbo a su vida, luego de que perdiera el camino en la cordillera, atrapado entre la nieve húmeda y el viento blanco, como uno de los tantos sobrevivientes de la tragedia de Antuco.

Hace un año, Aguilera iniciaba una marcha que cambiaría su vida. Atrás dejaba aquella admiración y cariño por el Ejército, aquellas ganas que tenía de recibir instrucción, aquél ánimo con que, feliz, había subido a la montaña a conocer la nieve.

El 18 de mayo de 2005, fue esa misma agua helada la que amenazó con quitarle la vida. Como un miembro más de la compañía Andina del Regimiento 17° de Los Ángeles, Aguilera avanzaba cordillera abajo viendo pasar ante sus ojos la vida propia y la de varios de sus compañeros.

"Partimos por orden del ex mayor (Patricio) Cereceda desde Los Barros en la mañana, después de una noche donde habíamos dormido lo mínimo y aún teníamos las ropas mojadas. No era ropa para marchar en la nieve, además. Vestíamos el típico pantalón delgado que se usa para salir de franco. Además, los superiores nos advirtieron que nos sacáramos los forros de las parcas porque nos daría calor con la caminata. Yo me la dejé puesta igual", recuerda Aguilera sobre los momentos previos a la marcha.

El grupo salió bajo las órdenes del capitán Claudio Gutiérrez, quien fue condenado a una pena de 800 días de reclusión menor. Según Aguilera, los problemas comenzaron al cruzar un canal, camino a La Cortina, donde los soldados mojaron sus vestimentas.

"Yo tenía agua en los pies, pero en vez de secarnos seguimos caminando. Yo no sabía hacia dónde ir, porque todo era blanco. Ya avanzada la marcha, empezamos a ver mochilas tiradas y después un cuerpo de un soldado acostado con las manos en el pecho. Pensé que se trataba de una instrucción, que era un ejercicio simulado. Nuestros guías nos dijeron que siguiéramos. Pero después encontramos más mochilas y bototos y más cuerpos. Preguntábamos cuánto quedaba para llegar. ¡Falta poco, falta poco!, era lo único que nos decían", relata.

Aguilera recién vino a entender que la situación era grave cuando Gutiérrez y los otros suboficiales a cargo les pidieron que abandonaran sus mochilas y que siguieran adelante sin importar nada más. "Incluso nos pedían que avanzáramos solos y que no nos detuviéramos a ayudar a un compañero. ‘¿Qué prefieren, caminar juntos y caer los dos o caminar cada uno por su cuenta y llegar bien abajo?, nos dijo un compañero de rango mayor", recuerda.

A pesar de seguir apoyándose con uno de sus compañeros, Aguilera pronto lo perdió de vista. "Me dijo que quería descansar. No lo vi más".

"Cereceda mató a 45 personas"

Sin saber para dónde dirigirse, Aguilera siguió su dramático descenso solo. Vio pasar a tres soldados corriendo y la desesperación cundió en su interior. La compañía Andina estaba dispersada. No había oficiales que dieran órdenes y el caos era total. Lo único que importaba era llegar al refugio.

"Pensé en mi familia, le pedí ayuda a Dios y seguí. No sé cómo llegué al refugio de la Universidad de Concepción (que estaba sin uso) y vi fuego. Me tiré encima. Mis compañeros me decían que me retirara, que me estaba quemando, pero yo no sentía el calor", afirma.

Aguilera y sus compañeros que sobrevivieron a la marcha pasaron la noche en ese lugar en ruinas y al día siguiente bajaron en camiones a Los Ángeles. El joven afirma que en La Cortina, el refugio militar al que debían llegar, los oficiales mayores les dieron la instrucción de no hablar sobre lo sucedido, ni menos contar que compañeros suyos habían muerto.

Eso es lo que más le duele ahora al ex soldado. Que aquella institución, que tanto quería, hoy no sea más que un triste recuerdo. "Esa marcha no debió hacerse nunca. Si todas las compañías hubieran llegado bien abajo, mojados y sin comer por dos días, al mayor Cereceda le habrían dado medalla, habría sido héroe. Tuvo que pasar lo que pasó para que no se siga haciendo la marcha en esas condiciones", afirma.

En ese sentido no duda en pedir más castigo para el ex uniformado. "La condena que le dieron (a 5 años y un día de presidio efectivo) a Cereceda es mínima para 45 muertos. Poco sería incluso estar toda su vida preso por lo que hizo. ¡Mató a 45 personas y le dieron 5 años! Ojalá estuviera toda su vida encerrado y en una cárcel común y corriente", exige tajante.

A su juicio, nada aplacará el dolor, menos para las madres de los conscriptos fallecidos. "Quizás uno que sobrevivió pueda asimilar lo que ocurrió, pero para una madre nunca pasará el dolor. Ni con una bandera, ni con plata", afirma el ex conscripto.
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