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Terremoto en Chile: Historias de miedo y sobrevivencia que generó la catástrofe

Testimonios dramáticos que Emol presenció en la zona de la catástrofe tras el sismo de 8,8 grados Richter que sacudió al país.

08 de Marzo de 2010 | 14:52 | Por Leonardo Núñez, enviado especial al Biobío
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Un supermercado saqueado, un pueblo arrasado por un tsunami y un edificio desplomado fueron escenario de algunas de las historias más dramáticas.

El Mercurio

CONCEPCIÓN.- El terremoto de 8,8 grados Richter que sacudió a Chile se llevó la vida y el trabajo de muchos años de millones de personas. Los muertos todavía no se terminan de contar, pero las retroexcavadoras que barren los escombros recuerdan que ya es hora de ponerse de pie.


Emol estuvo en la Región del Biobío en los días en que parecía que la zona se rendía a la anarquía y al pillaje, al hambre y al miedo. Aquí, algunas dramáticas historias de las cuales fuimos testigos.


La sabiduría de los viejos


En el pueblo pesquero de Llico tres salidas de mar, una de ellas de más de un kilómetro de largo, arrasaron con 200 casas y 20 botes, equivalentes a la mitad de la flota de los pescadores. Los muertos pudieron contarse por cientos, pero solo hubo uno en un pueblito que amaneció con los techos en el suelo y los botes en los árboles. ¿Milagro? Para nada.


"No le hicimos caso a la radio, que decía que no se venía un tsunami", recordaba el dirigente sindical Héctor Jerez. "Los viejos desde que éramos chiquitos decían que cuando hubiera terremoto teníamos que subir a los cerros y así lo hicimos", señalaba.


El sueño de la casa propia... en el suelo


A ochos días del terremoto, en Concepción propietarios de departamentos se organizaban para realizar protestas. Estaban viviendo en carpas y se quedaron con lo puesto, pero las inmobiliarias no se acercaban para ofrecerles soluciones.


Una veintena de edificios tienen orden de demolición en la ciudad penquista.


"La demanda de la comunidad es que las inmobiliarias imiten lo que hizo Paz en Santiago, que llegó a un rápido acuerdo con los propietarios que fueron afectados por el terremoto. No queremos un juicio largo, necesitamos la solución ahora", exigía Fernando Kora, propietario de un inmueble de 40 millones de pesos en el edificio Plaza del Río declarado con orden de demolición.


El último desaparecido


José Luis León (26 años) fue declarado como el último sobreviviente del edificio Alto del Río, de Concepción, el cual se partió en dos tras el movimiento telúrico. A las 3:00 de la mañana de la madrugada del sábado, un amigo lo pasó a dejar a su departamento. Él no quería seguir "carreteando" porque tenía que trabajar temprano al día siguiente.


José Luis León saludó al conserje y subió a su departamento. Treinta y cuatro minutos después desapareció entre los escombros del edificio.


Al día siguiente su familia acampó en la denominada zona cero esperando encontrarlo. Lo llamaban en la noche, para que hiciera ruidos. "El nos escuchó y dio dos golpes", aseguraba su tío.


Pero bomberos no lo encontró. El sábado, ocho días después del terremoto, acordaron con su familia llamarlo por última vez antes de empezar a demoler la estructura. No hubo respuestas y comenzó la demolición. Luego se detuvo por orden del fiscal que investiga las causas del colapso. Su familia sigue esperando a José Luis.


Anarquía en Lota


“Aquí  no queda nada que robar. Ahora se están robando las cosas entre ellos”. Con la voz angustiosa, una pobladora intentaba llamar la atención de la prensa, mientras, en el centro del pueblo, cerca de 300 personas saqueaban los pocos locales que tenían algo de mercadería.


El hurto masivo se transportaba en sacos, mochilas y bolsas. Sin vergüenza, se llevaban cervezas, vinos y botellas de ron en una carretilla. Otros lo hacían en camioneta. En los días posteriores, la botella de agua se vendía a 4 mil pesos en el mercado negro.


Los Tachuelas tienen hambre


El terremoto encontró al circo de los Tachuela en el gimnasio municipal de Concepción. El domingo iba a ser su última función en la ciudad, pero el terremoto los dejó aislados, sin posibilidad de mover su carpa.


“No nos pasó nada. Como estamos acostumbrados a viajar, teníamos nuestras provisiones, pero llevamos días sin comer carne", explicaba uno de los payasos.


Se acabó la fiesta


El fiscal jefe de Concepción, Julio Contardo, no sabía cómo explicar el fenómeno. Se paseaba sorprendido por el gimnasio de la Primera Comisaría de Carabineros, donde no quedaba espacio para guardar sillones, televisores, bicicletas, camas y un largo etcétera de cosas robadas durante los saqueos.


Las personas que saquearon comenzaron a devolver voluntariamente lo robado tras los allanamientos de Carabineros. “Dejan las cosas en canchas de fútbol para que las pasemos a buscar”, explicaba Contardo. Sólo el sábado, 35 camiones hacían cola frente a la comisaría esperando ser descargados. Las autoridades, en tanto, aseguraban mano dura para los protagonistas del pillaje.

El miedo se apoderó de Coronel

El centro de Coronel huele a plástico quemado. El supermercado Santa Isabel fue quemado luego de sufrir saqueos durante horas.

"Ayúdennos, por favor, ¡manden a los militares!, ¡manden a los militares!", gritaba una señora que vivía al frente de la tienda humeante.

"Avísele a mi familia que estamos bien, que no se vengan por ningún motivo para acá. Una horda de personas bajó de los cerros y se robaron todos, muebles, comida, hasta cunas de guagua. Que manden a los militares, ¡por favor!, ¿qué están esperando?", se quejaba.

A horas del terremoto, los saqueos en Concepción eran transmitidos en directo por TV. Se obligó a cientos de familia a dejar sus hogares por la amenaza de edificios colapsados, sostenidos por pilares mordidos y fierros retorcidos. Los escombros en las calles dificultaban el tránsito de los autos y eran usados para hacer barricadas por los vecinos. La inseguridad que sentían por los saqueos que Carabineros no podía contener, los obligó a autodefenderse con palos, escopetas, machetes y cuchillos.

Los militares comenzaron a llegar masivamente el martes, pero no eran suficientes para proteger toda la ciudad. Se los veía mucho en el centro, pero muy poco en las poblaciones. El toque de queda se impuso y la noche era iluminada por cientos de fogatas que los pobladores encendían en las esquinas. El que no sabía la contraseña para entrar a su pasaje, corría serio peligro de ser apaleado o baleado.

Terremoto, tsunami y finalmente la lluvia. La naturaleza no le dio respiro a la Región del Biobío. A ocho días del sismo, el domingo cayó un leve aguacero que empeoró la vida de las personas que quedaron sin techo. En Chiguayante, los propietarios de unos blocks de departamentos sociales, que acampan frente a sus hogares agrietados, se preparaban para pasar la noche.

“Ninguna autoridad se ha hecho presente, no tenemos leche, el alcalde está desaparecido”, reclamaban a coro los damnificados, mientras hacían fogatas, ollas comunes y quemaban la basura. “No podemos volver a los departamentos, por miedo a las réplicas. Se nos pueden caer encima”, decían.

El descenso de la temperatura se sentían bajo la ropa gruesa y los pobladores comenzaban a desesperarse porque no obtenían las respuestas que necesitaban. Desde el interior de una carpa, rodeada de humedad y barro, se escuchaba el llanto de una niña, el que fue acallado por los reclamos: “¿Cuando vienen a vernos?, “Hay gusanos en la basura”, ¿Quién nos ayuda?, ¿quién nos ayuda?”.

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