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La receta para la felicidad de Christopher Carpentier

Tras un divorcio y perder la inversión de un restaurante, el reconocido chef fue a parar a la clínica con un colapso físico que solo le permitía mover sus ojos. Hoy, entregado a su familia y a sus proyectos gastronómicos, este hombre da algunas pistas de cómo salió adelante y hoy puede decir que es feliz.

14 de Enero de 2014 | 16:56 | Por Ángela Tapia Fariña, Emol.
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Macarena Pérez, El Mercurio
Dice que era arrogante, creído y despectivo con la gente. Después de estudiar en Estados Unidos y viajar por el mundo conociendo sabores, Christopher Carpentier (@ChefCarpentier) llegó a Chile listo para triunfar. Y lo logró. A sus 26 años gozaba de la fama del siempre recordado Agua, su primer proyecto en Santiago, y tal como lo explica en sus propias palabras, lo que siguió fue triunfo tras triunfo, fiesta tras fiesta, plata y más plata. Eso, hasta que vivió lo que califica como los días más negros y terribles de su vida.

Quiso abrir otro restaurante, el C, que por problemas de papeleos municipales que mantuvieron el local en stand by, debió cerrar y olvidarse de toda su inversión. Era su primer fracaso laboral después de tantos aplausos, teniendo como guinda de la torta, un divorcio que se sumó al colapso físico y mental que Carpentier venía arrastrando. En este escenario, no fue de extrañar que un día, mientras cocinaba en la casa de un amigo, su cuerpo colapsara, paralizándolo y permitiéndole mover apenas sus ojos.

Esto marcó un antes y un después en la vida del conductor de “C Cocina” y “Entrechef” (13 Cable). Logró salir adelante y hoy, nuevamente casado y rearmado con su familia, goza con su restaurante Maldito Chef y abrirá este mes El Barrio en Alonso de Córdoba. Y aunque dice que no puede decirle que no a un proyecto que tenga que ver con su rubro y sea entretenido, a diferencia de antes, su prioridad es y serán los suyos.

-Fue una dura lección y una segunda oportunidad…
“Sí. Venía de un proceso de puro éxito y estaba bastante embobado con eso. Así que fue duro. Pero hoy, mirando en perspectiva, siento que ese periodo fue el más importante en mi vida. Crecí más, aprendí más, y empecé a entender a ver la vida de forma distinta. Me hizo más humilde y querer ser mejor persona en todo orden de cosas; un mejor hijo, mejor padre, jefe, cocinero…”.

-No es que antes fueras malo, ¿no?
“Quizás tenía cosas que no eran muy positivas. Tuve éxito a una corta edad y de forma muy rápida, por lo que era arrogante, despectivo, poco empático y engreído. Todo era como el rey midas, lo que hacía me iba bien. Y cuando la plata llega tan rápido y fácil, cuando todos te aplauden, uno se puede equivocar. Tuve errores y la vida se encargó de dejármelo claro”.

-¿Cómo lo hiciste para salir adelante?
“Salí de la clínica lleno de pastillas y con dos alternativas, o me echaba a morir o le daba para delante. Pero nunca he sido una persona que se deja caer. Siempre he estado marcado por la resiliencia, por mirar el vaso medio lleno. A eso se sumó el apoyo de mi familia y de la gente con la que trabajaba. Yo estaba como un abuelito, postrado en la cama y súper dopado para poder manejar mi ansiedad, mi angustia, la presión... Porque en el afán de querer seguir echándole para delante, mi cabeza seguía funcionando y me volvía a paralizar. También me reencontré con los afectos de otra manera. Me volví a emparejar y me casé. Armé una familia y se me dieron nuevamente las condiciones de trabajo, con el Maldito Chef”.

 -Además, te ganaste el Premio al Chef del Bicentenario poco después…
“Claro, me lo gané cuando no tenía ni restaurante (ríe). Fue muy impresionante. Cuando lo fui a recibir no me salían las palabras. Aunque rara vez voy a una premiación –porque los premios generan envidia y cosas raras que no me gustan- lo lindo que tuvo esto fue que lo sentí como un respaldo después de todo lo que había pasado, y se unió a los afectos que aparecieron en mi vida; el de una nueva mujer, el de formar una familia, el de mis amigos que confiaron y me apoyaron, y que hoy son mis socios en el Maldito Chef. Estando así de contenido, no tienes muchas posibilidades de no sacudirte, pararte y avanzar”.

-¿Hoy eres feliz?
“Sí”.

-¿Cuál es tu receta para serlo?
“Creo que para todo el mundo -da lo mismo el país, religión, raza o situación económica-, la felicidad es tener tiempo. Tiempo para detenerte a tomar una copa de vino o un vaso de agua con tus seres queridos, y que ese realmente sea para ellos, para compartir con los que tienes alrededor, conocer, empatizar con sus necesidades, comunicarse.
“Hoy trato de nadar liviano y trabajar con buena gente. No me interesa que sea la más inteligente, sino que gente buena, de buenos sentimientos, honesta, amable, con punch. Eso te hace llevar una vida más llevadera y maravillosa. Ya no me llama la atención juntarme con los más ricos ni los más cool y famosos. Prefiero la gente que me entrega amor, sentido del humor y fuerza”.

-¿Antes preferías las otras juntas?
“Reconozco que en el pasado puede que mis prioridades fueron otras. Y por eso, no había nada que me moviera la aguja. Cambiaba el auto y no me pasaba nada; había perdido la capacidad del disfrute. Pero me siento bendecido porque hoy sé que vivía de una manera súper incorrecta. Tanto, que la vida me pasó la cuenta. Hoy soy mucho más feliz con cosas más simples. Si antes me fijaba en un auto deportivo cool, hoy prefiero uno utilitario donde meto a todos mis cabros chicos y los veo riéndose. Y el que dice que lo llena más el deportivo, no se da cuenta que tiene un vacío por dentro”.

-Para trabajar en un restaurante tienes que estar operado de los nervios. ¿Cómo lo haces para que el estrés no te haga colapsar de nuevo?
“Mi trabajo es estresante, pero uno elige cómo quiere llevarlo. Esto siempre va a ser un trabajo caótico y conflictivo; demasiado demandante. Eso no va a cambiar, así que o lo trato de llevar de la mejor manera o lo paso como el forro. Lo mismo le pasa al chofer de micro o a alguien con cualquier otro trabajo”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“Uso todos mis calzoncillos al revés porque me pican las costuras. Y mis hijos son iguales; el de dos años tiene la misma maña. También colecciono revistas. Aparte de las de gastronomía, me encantan las de diseño, decoración, arquitectura... No me gusta lo feo, lo hecho sin cariño”.
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